Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jesús Mendoza Zaragoza

¿Por qué se reactiva la violencia?

Ya se han vuelto recurrentes los informes que ubican a Acapulco como la ciudad más violenta de México y en los primeros sitios del entorno mundial. El último, esta semana pasada, del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, vuelve a confirmar esta situación a la que ya nos estamos mal acostumbrando. En las últimas semanas, la población acapulqueña ha estado sufriendo una recaída en el miedo y en la zozobra debido a la inseguridad provocada por múltiples acciones violentas.
Hay una pregunta obligada cuando se presentan crisis, como en este caso. ¿Por qué? ¿Por qué esta recaída? ¿Por qué la violencia sigue causando estragos después de años en los cuales ha habido respuestas gubernamentales y sociales para superarla? Y cada quién da sus explicaciones. Las autoridades simplemente explican que hay reacomodos entre las organizaciones criminales, los empresarios explican que la corrupción pública impide el Estado de derecho y la gente común y corriente recurre a diversas explicaciones anecdóticas.
En la mayoría de los casos, la explicación suele ser simplista y, por lo mismo, insuficiente e inadecuada. Hay explicaciones interesadas en buscar chivos expiatorios o en responsabilizar a otros, mientras que hay otras explicaciones que simplemente ocultan la verdad de los hechos. Lo cierto es que se necesita de una explicación global que incluya aspectos diversos y complementarios del problema. Mientras que no demos una explicación precisa e integral, estaremos dando palos al aire y la violencia se seguirá expandiendo y prolongando.
Tomando en cuenta que estamos ante un asunto muy complejo y que un punto de vista tiene que complementarse con otros puntos de vista, incluso opuestos, me atrevo a proponer algunas líneas de explicación que puedan servir para el dialogo y la discusión sobre los factores de la violencia y de la inseguridad en el país y, de manera más precisa, en nuestra región. Una buena e integral explicación de los factores de la violencia es imprescindible si queremos ponerla bajo control.
Una primera línea de explicación la podemos encontrar en los antecedentes históricos. Hay que entender que la historia del narcotráfico a lo largo de todo el siglo pasado ha tenido como resultado toda una serie de implicaciones sociales, económicas y políticas. El tema de las drogas y de su manejo a lo largo del siglo pasado y de lo que va del presente, es de especial relevancia para explicar lo que está sucediendo ahora. Tanto la economía como la política han resultado seriamente implicadas en los negocios de la delincuencia organizada que, hoy por hoy, tiene mil rostros. La Convención de Palermo sobre la Delincuencia Organizada Trasnacional tipifica una serie de delitos, entre los cuales se destacan la trata de personas, el narcotráfico y el tráfico de armas y el tráfico ilícito de migrantes. Pero no son los únicos delitos. Esto nos deja ver dos cosas. La primera tiene que ver con el hecho de que la delincuencia organizada es trasnacional y que requiere un tratamiento de esa magnitud, y la segunda tiene que ver con la economía y la política, que han quedado prisioneras de los intereses de la delincuencia organizada. Desde el poder se han tomado decisiones políticas que han propiciado el encumbramiento de la delincuencia organizada en México. Y en esto han tenido mucho que ver los gobiernos del PRI y del PAN, desde hace varias décadas. Tenemos, pues, una historia que pesa mucho y un contexto internacional que nos está condicionando.
Una segunda línea de explicación estaría en la sociedad, como tal. Tenemos una sociedad enferma, tan enferma que no tiene el aliento que necesita para ponerse de pie y para caminar. Una sociedad con una ciudadanía devaluada que se conforma con votar y nada más. Una sociedad en la cual un mínimo porcentaje participa en organizaciones y grupos. Tenemos una sociedad civil pulverizada y, hasta polarizada, que no tiene una interlocución fuerte con el poder público y, por lo mismo, no tiene incidencia en la vida pública. Una sociedad en la que hay carencias, tales como los valores elementales necesarios para la convivencia, como el respeto a la persona y a su patrimonio. Una sociedad en la que la familia es muy vulnerable y los jóvenes viven en una suerte de abandono. Tenemos una sociedad que no cree en sí misma pues fue acostumbrada al infantilismo social y político y a pedir al gobierno que solucione sus problemas. Precisamente, un segmento de esta sociedad está involucrado en la delincuencia organizada y se beneficia de ella. Una sociedad que se siente impotente y secuestrada por poderes que le cierran las oportunidades. Con una sociedad así, ¿qué se puede hacer? Si como personas generamos violencias, si la familia es un espacio en el que la violencia prevalece contra las mujeres y los niños, si la confianza en los vecinos y en las organizaciones es deficiente, si el individualismo nos tiene fragmentados y atrapados, no estamos en condiciones de aportar nuestra parte para superar la violencia. Y sin nuestra parte, no va a suceder nada bueno en este país.
Una tercera línea de explicación hay que buscarla en el poder público. Desde el año 2011, el gobierno federal intervino de manera muy visible en Guerrero con la Operación Guerrero Seguro, y esta es la hora en la que esta intervención ha manifestado su ineficacia y no se han visto resultados positivos. La estrategia represiva ha sido lo más significativo y palpable y ha sido un fracaso. Parece más una simulación en la que no se aborda la verdad que está detrás de la violencia y solo se abordan sus efectos. ¿A qué se dedican las fuerzas federales en Guerrero? A recoger muertos. Esto es lo más visible. El Estado y sus instituciones no han abordado el tema de la violencia en la profundidad y amplitud que ésta requiere. Los componentes económico y político de la violencia están ahí, sin ser tocados. Un modelo económico excluyente y un sistema político autoritario no dan para otra cosa más que para abonar a la violencia. Si a esto agregamos la corrupción, la simbiosis entre delincuencia organizada, gobiernos y empresas, las cosas se complican. No tenemos gobiernos con la capacidad de entender y de respaldar a la sociedad y de tomar en sus manos el liderazgo que les toca para dar seguridad y para construir la paz.
Así las cosas, el que intermitentemente se presenten crisis generadas por la violencia, como la que actualmente se está dando en Guerrero y, particularmente, en Acapulco, no debiera extrañar a nadie, debido a que nada sustancial se ha hecho para detener las dinámicas que la generan y la promueven. El cáncer de la violencia está arraigado en las entrañas mismas del Estado y de la sociedad entera. Y no es posible curarlo solo con policías y militares. El alcance de lo que se ha hecho no ha logrado, siquiera, la contención de la violencia, mucho menos se puede lograr la seguridad pública elemental que se requiere. Esto es lo menos a lo que tenemos que aspirar, pues el horizonte propio del ser humano es vivir en paz, esto es, contar con las condiciones necesarias para el ejercicio de todos los deberes y obligaciones y para el desarrollo integral de las personas y de los pueblos. ¿Será esto mucho pedir?
Una sociedad enferma, más un sistema político alineado en dinámicas criminales, más un modelo económico excluyente, con un contexto global que incluye los grandes negocios de la delincuencia organizada trasnacional, no auguran soluciones a corto plazo. De esta dinámica violenta no saldremos ni en una década, si queremos la paz y si, desde luego, atinamos a una estrategia integral enfocada hacia una profunda transformación social. Para que esto suceda, tiene que haber cambios culturales de fondo y la iniciativa tiene que venir de la sociedad. Se requiere una sociedad civil fortalecida que sea capaz de influir en la transformación de la política y de la economía de manera que se conviertan en herramientas de bienestar para todos.
Desde luego que tenemos que responsabilizarnos todos o, al menos, quienes tengan conciencia de la gravedad de las cosas y del precio que hay que pagar para construir la paz. Los gobiernos han de entender que su papel está en liderar y apoyar a la sociedad en la búsqueda del bien común, los empresarios deben entender que el mejor negocio, el negocio de los negocios es construir la paz y los ciudadanos tenemos que entender que sin nosotros nada bueno podemos esperar.

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