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Julio Moguel

El ocaso del perredismo

Tragedia(s) en el tablero

Algo se ha perdido en la capacidad de análisis. El cortoplacismo pragmático en el que se mueve la izquierda perredista le impide ver más allá de la barda que encierra su específico campo de presencia(s), en un nivel de ceguera política que linda en el absurdo. ¿El tema? Carlos Navarrete en su llamado a transformar a fondo el partido que dirige, en un lance que quiso tener, como sello de heroísmo, la presentación de su renuncia al cargo de presidente en el noveno Consejo Nacional realizado los pasados 7 y 8 de agosto.
Pero detrás de la parafernalia se encuentra un hecho real que resulta ser, como prácticamente toda realidad, más cruda que el realismo: el pleno del referido Consejo Nacional votó por unanimidad (sólo hubo dos abstenciones) la salida de su derrotado presidente, fuga a la que deberá sumarse la de los 21 miembros que componen actualmente el Comité Ejecutivo Nacional. Ello se concretará en octubre, en lo que queda o quedará escenificado, para el registro de la historia, como la crónica de una muerte anunciada desde hace muchísimo tiempo.
En su intervención ante el plano del Consejo Nacional el pasado viernes 7 Navarrete señaló que la crisis perredista es producto de “debilidades acumuladas en 26 años de existencia”. Mostrando de esa forma, en una perla, una de las multiplicadas razones de su salida, a saber: la incapacidad del presidente partidario para explicar coherentemente prácticamente cualquier fenómeno relativo al ámbito de “sus competencias”. Lo evidente, para todos, es que la fórmula usada por el actor de marras para explicar la crisis de su aparato político sólo pretende ocultar o disfrazar, sin alcanzarlo, la responsabilidad política –concreta, real, simple y verificable– de su corriente (Los Chuchos) en la debacle política de su partido. Y de pretender ocultar o disfrazar, también sin alcanzarlo, su propia y muy personal responsabilidad política en la caída, pues no parece haber un solo punto positivo en el registro de su agenda.
En el discurso del mencionado presidente partidario, Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y Movimiento Ciudadano (MC) aparecen no sin cierta “evidencia” como los villanos de la película, pues en palabras de Navarrete tales agrupamientos políticos “no sólo han cerrado hasta ahora cualquier posibilidad de alianza electoral, sino que escalan las diferencias y la confrontación hasta niveles que alcanzan la descalificación política”. Así de simple o de sencillo. Detrás de esta negativa de aceptar “cualquier alianza electoral” por parte de Morena y de Movimiento Ciudadano no hay una historia específica que la explique. “Simple sectarismo”: agregará en declaración de prensa Guadalupe Acosta Naranjo, otro de Los Chuchos más conspicuos.

Elevar la mira; visión de época

Colocado el marco de la evaluación en un horizonte más amplio –con una visión de época, diríamos–, los colores y matices reales del asunto adquieren connotaciones y sentidos significativamente distintos a los que remite el oficialismo perredista: la caída-crisis catastrófica del partido de Los Chuchos tiene causas parecidas –toda proporción y distancia guardadas– a las que enmarcaron en el pasado la crisis sin retorno en la que durante dos o tres décadas se movió el movimiento lombardista. ¿Se recuerda? Vicente Lombardo Toledano encabezó durante años un movimiento social y político emergente de izquierda que terminó por reducirse y por encapsularse en el Partido Popular Socialista (PPS).
Pero, se preguntará el lector, ¿en qué se parece una circunstancia histórica con la otra? ¿Cuál es el elemento que las hace subrayadamente equiparables o parecidas? Ambas viven y se alimentan del cardenismo –en sus versiones I y II del cardenismo: con Lázaro Cárdenas del Río en uno de los casos; con Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano en el otro–, desprendiéndose en forma paulatina de sus esencias y sus valores, en complejos procesos de travestismo.
Para el caso específico de Los Chuchos: sin ser líderes sociales ni políticos de escenarios visibles, dedican durante décadas sus jornadas activas en tejer redes de fieles usando los réditos sólidos de su partido. Y lo hacen en la emergencia y despliegue del cardenismo (de Cárdenas Solórzano) o en la emergencia y despliegue del obradorismo.
La ruptura de Cárdenas Solórzano y de López Obrador con el perredismo Chucho no tiene entonces el sentido simple de una “salida”, pues es también, y sobre todo, el efecto-producto del asalto al poder burocrático partidario por parte de una corriente que no paró mientes en corromper moral y políticamente una parte importante de “la estructura”. En un lance afanoso al que se sumaron con gusto otros núcleos políticos que, vistos de cerca, tiene en realidad una mayor inclinación hacia la derecha que hacia la izquierda (el caso más notable es el que encabeza el secretario general del partido, Héctor Bautista, de la corriente Alianza Democrática Nacional (ADN)).

¿Hacia dónde los cambios?

El mencionado Héctor Bautista adelantó los “perfiles” que, al parecer de su corriente, deberían sustituir a Navarrete en el cargo de la presidencia de su partido: Juan Ramón de la Fuente, José Woldenberg o Roger Bartra (La Jornada, 9 de agosto). Declaración que dibuja también con suficiente claridad, como botón de muestra, el por qué Bautista también va de salida. Porque, ¿alguien podría suponer que cualquiera de los propuestos por el secretario general del PRD estaría dispuesto y en condiciones de aceptar la encomienda? Personajes sin currículo en el oficio partidario, tropezarían desde el primer momento con el sistema de redes realmente-existente en el hangar perredista. Pero, en cualquier caso, nos llega en primera instancia la pregunta ¿qué tienen que ver los personajes de la terna adelantada con la izquierda política de nuestros tiempos?
Lo que muestra en realidad la terna adelantada por Bautista es que el PRD no cuenta en la actualidad con liderazgos políticos de altura. Se tratará, en consecuencia, como lo señaló Jesús Valencia Guzmán (otro activo de la corriente de Bautista), de que el sustituto de Carlos Navarrete “no sea” del partido.
La verdad desvelada entonces resulta ser tan elocuente como bizarra: el desprestigio de los militantes perredistas obliga a pensar, para el remplazo de sus estructuras de dirección, en personajes externos o ajenos al perredismo. ¡Vaya fórmula!

¿“Nueva” política de alianzas?

El perredismo ha caído por propio peso y, en mi opinión, no alcanzará a levantarse. Triunfos como el de Silvano Aureoles en Michoacán no constituyen bajo ningún concepto elementos que sirvan ahora para medir, de aquél, avances o retrocesos. El neo-lombardismo de la corriente política de Los Chuchos es el motor del desastre. No ajenos sectarismos.
¿Resuelve el caso de la crisis una “nueva” estrategia de alianzas? Pareciera ser que ese fue el desiderátum perredista al acordar, en su noveno Consejo Nacional, la formación de una comisión de diálogo para “hacer alianzas con fuerzas progresistas y de izquierda”, ¡particularmente “con Morena”!
Como otras tantas de las iniciativas generadas por el perredismo-en-su-debacle ésta no parece tener fundamento y/o viabilidad alguna. ¿Qué no se acaba de entender que Morena vuela ahora con perfil y fuerza propios, y que es justamente su distanciamiento con lo que es y representa el perredismo lo que, en no poca monta, potencia su impulso?
Acaso sea más clara y segura la ruta de alianzas que poco antes de su renuncia fuera planteada por Navarrete: la que uniera al PRD con el Partido del Trabajo (PT) en –posible– vía de liquidación o pérdida de registro. Pero ello sería un simple recurso temporal de permanencia en las aguas negras que llevan de cualquier manera hacia el vacío. Porque, más allá de si mantiene o no su registro, para sobrevivir y levantar el vuelo el PT tendría también que renovarse a fondo.
Por fuera de los aparatos partidarios crecen y se extienden movimientos sociales y políticos que buscan otras salidas y se rebelan contra el statu quo. Una fórmula de renovación para perredistas y petistas pudiera ser la de buscar y lograr un nuevo esquema de desinteresada reinserción en algunas de las referidas luchas. Pero, ¿es ello posible? No, a mi parecer, con las estructuras políticas dirigentes que actualmente –aún– rigen.
Y acaso en eso, y sólo en eso, la renuncia de Carlos Navarrete a la dirigencia nacional perredista genere alguna pizca de optimismo. ¡Renovarse o morir! Ya alguien lo dijo.

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