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Gaspard Estrada

¿Podrá Hollande reorientar a la Unión Europea?

Las recientes negociaciones entre Grecia y las llamadas “instituciones” (es decir, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) han puesto en evidencia la distribución del poder político en la Unión Europea (UE). Durante este proceso, ha sido posible constatar el peso creciente de los Estados – y por ende, de los organismos intergubernamentales en la toma de decisiones– frente a los mecanismos supranacionales como la Comisión Europea, con la excepción del Banco Central Europeo. Desde la llegada al poder en los Estados fundadores de la UE de una nueva generación de dirigentes que no vivieron directamente la segunda guerra mundial, que dio origen a esta construcción institucional sui generis, la voluntad de estos últimos de ceder más espacios de soberanía a un ente supranacional ha ido a la baja. François Hollande, Angela Merkel, Matteo Renzi, James Cameron o Mariano Rajoy, hacen parte de esta lista, y sus actos gubernamentales van en esa línea.
Sin embargo, para ser completa, la construcción de una unión monetaria, que desembocó en la creación del Euro, necesitaba también de una mayor coordinación de las políticas fiscales y presupuestarias de los países de la zona euro, lo cual no sucedió. Por ende, al paso de los años, se fueron creando desequilibrios entre los países miembros de esa zona económica, sin que los mercados financieros repercutieran esa diferencia. De hecho, los primeros países que no respetaron los tratados de Maastricht (que definen las reglas de convergencia económica que dieron lugar al euro), fueron los que hoy se definen como los garantes de la cohesión de la zona: Francia y Alemania. Por razones diversas, justificaron sus déficits presupuestales y no fueron penalizados por la UE, lo cual significó un cambio implícito, pero fundamental, en el estado de la correlación de fuerzas entre los entes supranacionales y los Estados nacionales en el seno de la eurozona.
Sin embargo, a pesar de las advertencias de varios economistas sobre este desequilibrio institucional, los principales actores de poder no tomaron cartas en el asunto, hasta que estalló la crisis griega. Por su dimensión (menos del 3% del PIB de la UE), hubiera podido esperarse que la solución del problema sería simple. No fue el caso. A pesar de las malas experiencias en países de Europa del Este en los años 1990 o en América Latina en los años 1980 y 1990, el FMI, la UE y el BCE impusieron a este país un programa de ajuste estructural que no resolvió la crisis, pero sí aumentó la deuda (de 120% del PIB a 170% en cinco años) y la pobreza, al tiempo que el PIB disminuía 25% en el mismo periodo. Todo esto, sin que se realizaran reformas a profundidad del sistema de integración de la UE. Durante los primeros años de la crisis, diversas voces se expresaron para pedir un cambio en la orientación política de las decisiones de la UE, al considerar que la esencia de este problema deriva no de un asunto económico o financiero, sino de un problema político. En ese sentido, la elección de François Hollande a la Presidencia de la República de Francia en mayo de 2012 significó un aliento para muchos observadores de la UE, en el sentido de que este último había prometido una reorientación política de la UE durante su campaña electoral. Sin embargo, esta promesa no fue llevada a cabo por el presidente francés.
Efectivamente, a pesar del peso de Francia en el seno de la UE, el equipo cercano de Hollande percibió que el discurso francés era minoritario dentro de las instancias intergubernamentales, frente a una gran mayoría política de gobiernos conservadores dentro de la UE. Ese discurso ha sido personificado por la canciller de Alemania Angela Merkel. Por ende, en lugar de intentar cambiar la orientación política de la UE, el gobierno de François Hollande intentó volverse un mediador entre los intereses de los países del norte de Europa –en particular de Alemania– y de los países del sur, como Italia, España y Grecia. A raíz de este posicionamiento, el gobierno francés se volvió el mediador principal en las horas críticas del acuerdo político entre la UE y Grecia.
Si bien podemos festejar el hecho que Grecia no haya salido del euro, es de esperar de los líderes políticos europeos (en particular, de los progresistas), que insistan en una reforma profunda del andamiaje jurídico de la unión económica, monetaria y fiscal de la UE, para evitar, en el futuro, problemas tan graves como los acontecidos en Grecia.

* Analista del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC) con sede en París.

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