Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XXIII)

*En memoria de Félix Martell Ramírez, uno de los primeros barman de Acapulco
y colaborador de este espacio.

12 de octubre de 1892

El alcalde Antonio Pintos Sierra constituye el comité ciudadano encargado de preparar los festejos conmemorativos del descubrimiento de América. El 12 de octubre de 1892 se cumplen 400 años del grito de “¡tierra, tierra!”, lanzado por Rodrigo de Triana, vigía de la carabela La Niña. Para organizarlos designa un comité de ciudadanos notables. Los encabeza el abogado Diódoro Batalla, con reciente desempeño aquí como juez de Distrito.

Diódoro Batalla

Veracruzano significado desde joven por su radicalismo incendiario, Batalla tiene al puerto en calidad de Siberia tropical. Se castiga su inflexible oposición al gobierno organizando protestas callejeras por esto y por aquello contra el presidente Manuel González, “el otro yo de Díaz, pero en manco”. Una tesis del propio Diódoro, titulada Reformas al Poder Ejecutivo, provoca angurria entre los “científicos”. Propone, atrevido, suprimir la presidencia de la República y en su lugar nombrar un Consejo Popular. Se le sepulta bajo un alud de mentadas de madre y el diagnóstico irrevocable de loco de atar. En cambio, una segunda propuesta, la de crear partidos políticos libres, será bien recibida e incluso celebrada.

Clementina Batalla

El matrimonio Batalla Torres tenía su hogar en la calle San Juan (hoy, 5 de Mayo), donde nace el 17 de octubre de 1894 su primogénita. La bautiza sin agua bendita ni santos óleos como Clementina. Ella, Clementina Batalla Torres, será la segunda mujer mexicana en obtener una licenciatura en Derecho por la Escuela Nacional de Jurisprudencia. La primera había sido María Asunción Sandoval de Zarco, gozando de una beca de cinco pesos mensuales otorgada por el presidente Díaz.

A “propo”

“El presupuesto que hoy tienen las escuelas normales rurales (Ayotzinapa) para atender a cada estudiante es de 30 pesos diarios; en el Ejército el presupuesto diario para alimentar a sus caballos es de 200 pesos”. (Reforma Educativa o asalto a la educación, por Enrique Calderón Alzati, La Jornada/ 8/8/2015).

Narciso Bassols

Clementina contrae matrimonio más tarde con el abogado Narciso Bassols, una de las más altas cumbres de la inteligencia mexicana, secretario de Estado en distintos gobiernos revolucionarios: Educación, Gobernación y Hacienda, así como embajador en la Unión Soviética durante diez años. Fue traductor de Keynes y calificado a su muerte por el New York Times como “el opositor de mayor calibre de los Estados Unidos”. Esposa mexicana, al fin, Clementina lo acompaña como una sombra en todos sus desempeños por el mundo. Sin embargo, al enviudar a los 70 años, surgirá ella un ímpetu juvenil para emprender todas sus luchas personales aplazadas y continuar las de su esposo. Por los derechos humanos, por la igualdad y las oportunidades para la mujer, la protección de la niñez y la paz universal. Precursora sin duda del feminismo

El gobernador

El gobernador Francisco O Arce no se mete ni para bien ni para mal con el alcalde Pintos Sierra porque, siendo su padrino quien lo es, está “más firme que las quijadas de arriba”. Por lo demás, Arce no siente lo duro sino lo tupido, ahora mismo con el levantamiento armado del general Canuto A. Neri para echarlo del poder. Renuncia al gobierno de Guerrero desde la ciudad de México y deja sin pretenderlo una lección política para la posteridad: “No deseo alentar ambiciones ilegítimas y violentas, ni ser motivo ni pretexto para perturbar la paz pública, hacer daño al pueblo y alarmar a la república”. Lección nunca aprendida, por cierto.

Los festejos

Las fiestas por los cuatro siglos del descubrimiento de Colón, son relatados por don Tomás Oteiza Iriarte en su libro Acapulco, la ciudad de las nao de Oriente y de la sirenas modernas:
“El programa se desarrolló con la cooperación de todas las clases sociales del puerto. Figuró como número estelar la entrada majestuosa a la bahía de las tres carabelas de Colón –Santa María, Pinta y Niña–, en réplicas casi exactas. A bordo de la nave capitana viajaba la Reina de las Fiestas del Centenario y su séquito en las otras dos. Las escoltaba la corbeta Zaragoza, de la Armada de México.
“El espectáculo maravilloso –dice don Tomás–, tuvo como punto culminante cuando desembarcaron sus tripulantes ataviados a la usanza de finales de siglo XV e hicieron una remembranza de la posesión de la tierra, plantando en la arena la cruz y los emblemas de Castilla y Aragón”.
El autor no se refiere seguramente por pudor de los festejos culinarios, báquicos y sensuales –todos ellos en exceso como obligaba el temperamento costeño–, que complementaron las ceremonias propiamente patrióticas. Los acapulqueños, se supo, disfrutaron por primera vez de las ollotas de mezcal de Tepecoacuilco, la tierra del alcalde.

Guerrero, ¿tren para qué?

Al instalarse Porfirio Díaz en la presidencia de México, el camino México-Acapulco (511 kilómetros), tenía únicamente 39 aptos para el tránsito de vehículos, el resto solo para animales de carga. Ninguna gestión desde el puerto para atenuar tan grave deficiencia será atendida por el gobierno. La fiebre del ferrocarril invade todos los ámbitos del poder empezando por el supremo. Y es que Díaz ha conseguido en Estados Unidos carretadas de dinero para comunicar el norte del país con el caballo de acero.
–¿Para qué quiere Guerrero ferrocarril si no tiene nada valioso que sacar que no sean bandidos y rebeliones?– pregunta el mentecato franchute José Yves Limantour ministro de Hacienda, “el otro yo de Díaz”.
Frente a él, Pintos Sierra le ha planteado el abandono del puerto en todos sentidos y pide ayuda.
–La carretera y el tren llegarán a Acapulco, ¡claro que llegarán! –ofrece condescendiente. Todo a su tiempo, señor alcalde, todo a su tiempo, sólo hay que tener paciencia y mucha fe en el señor presidente Díaz. ¿Está usted de acuerdo conmigo?
Esto que sucedía en las alturas del poder dictatorial, no era diferente con los dictados del poder económico al nivel del mar. Las poderosas casas españolas oponiéndose desde siempre primero a la carretera y ahora al ferrocarril, solo para mantener sin ninguna competencia el control absoluto del mercado regional. Acapulco como una ínsula y ellos los Robinsones, dueños incluso de la transportación marítima.
Una madre insalvable

También la naturaleza conspirará contra Acapulco. Cuando la compañía Ferrocarril Interoceánico, con capital inglés, obtenga la concesión para construir una línea férrea hasta Acapulco, paralela al camino Real, pronto abandonará el proyecto. “Son insalvables las dificultades para atravesar la sierra Madre del Sur”, dictan los ingenieros su fallo inapelable. “Arrugue usted fuertemente una hoja de papel y lo que queda es la orografía de la entidad”, ejemplificaban.
Cuando se viva el último año del sigo XIX, el siempre impecable y otrora implacable Yves Limantour, ya con intereses en empresas ferroviarias, anuncia para la creación de cinco rutas ferroviarias prioritarias, una de las cuales unirá la capital del país con las costas de del Pacífico.
Concesionario del tren Izúcar de Matamoros-Acapulco, el español Delfín Sánchez Juárez ofrece en venta su proyecto por incosteable. Le costaba 39 mil pesos el kilómetro de vía y la distancia a cubrir hasta este puerto era de 380 kilómetros. “¡Jolines, que se los pague la más vieja de casa!”. No será ella pero sí la empresa del tren México-Cuernavaca, cuya línea llegaba más acá de Puente de Ixtla.
Y aquí, como en una novela de misterio, aparece como ángel protector el diabólico Yves Limnatour, metido hasta las chanclas en el “bisnes del chucuchu”. Autoriza subsidios escandalosamente exorbitantes –¡24 mil pesos por kilómetro!–, con los cuales se podrá alcanzar el río Balsas. Sin embargo, el tramo Chilpancingo-Acapulco, requería obras formidables y por tanto costosísimas. Se hablaba de pendientes de 3 y 4 por ciento con curvas muy agudas y de por lo menos tres cruzamientos por las cimas de las montañas.
Las cosas no marchaban, pues. A los inversionistas les abrumaba el reporte de las brigadas de localización y muy pronto llegarán a la conclusión de que aquella empresa resultaba muy superior a sus fuerzas y capacidades económicas. ¡Acapulco se queda sin tren!
Un nuevo proyecto

No obstante tal cadena de fracasos, determinados unos por la economía, y otros por la orografía, el gobernador del estado y el alcalde de Acapulco no cejan en sus demandas de comunicar a Guerrero y Acapulco con el resto del país. El alcalde Pintos Sierra no quiere dejar el cargo sin haber hecho nada por quitarle al puerto el estigma de ínsula Barataria aplicado por las “casas españolas”.
Tanto dale y dale surgirá entonces un nuevo proyecto ferroviario pero este sin cruzar el macizo montañoso. Seguiría el curso del río Balsas hasta su desembocadura para de allí desviarse hasta Zihuatanejo. Luego hasta Acapulco deslizándose por la planicie y cobijado por la sombra de las palmeras. Insaciables, funcionarios de todos los niveles harán huir a estos nuevos empresarios extranjeros, elevándoles cada vez más sus exigencias económicas. El puente sobre el río Balsas será el único testimonio de ese proyecto.

La última y nos vamos

Pese a todo, la empresa del Ferrocarril Central Mexicano adquiere la concesión para llegar a Acapulco. La faculta el gobierno para llegar al puerto por la ruta que mejor le acomode, no necesariamente a través de las montañas. Cuando la han conseguido –la de Zihuatanejo, por supuesto–, se produce el desplome internacional de la plata. Los concesionarios lo usarán como pretexto para exigir una prórroga, replazos, maniobra fácilmente advertida por el gobierno mexicano. La cancelación de la concesión no se hará esperar, 5 de agosto de 1895. Por los días de este relato, precisamente.

Otros alcaldes

El maestro Alejandro Martínez Carbajal, el único cronista que se ha echado clavados profundos en el mar contaminado de los archivos municipales, nos ofrece esta información:
Se registraron en 1890 dos cuerpos edilicios, el primero encabezado por el señor F. Villamar como presidente municipal y regidores Doroteo Castillo, Jacinto Robledo, Herlindo Liquidano , Juan Valentino y Manuel de la Torre. Por lo que hace al segundo fue encabezado por don Antonio Pintos Sierra, acompañado por los ediles Jacinto Robledo, Tomás Véjar y Angeles, Crispin M. Rivera y Elías L Tavares.
Los dos ayuntamientos del año siguiente fueron estos: De enero a agosto el doctor Roberto Posada como alcalde; síndico Juan Arizmendi y regidores Pedro P. Bello, Herlindo Liquidano, Homobono Batani, Marcelino Cárdenas y Jerónimo García (ya descrito en la entrega anterior). De agosto a diciembre: Pedro P. Bello como alcalde, José Domingo González como síndico y regidores Delfino Funes, Federico H. Luz, Cleto Trujillo y Doroteo Lobato. Ediles de otro Cabildo de este mismo siglo habrían sido: Ignacio R. Fernández , Miguel R. Guillén y Francisco Galeana.

La México-Acapulco

La carretera México-Acapulco será inaugurada, inacabada, por supuesto, en 1927.

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