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“Nunca vi que anduviera en malos pasos”, dice el padre de un joven me’phaa desaparecido en Chilapa

Beatriz García

Chilapa

El campesino me’phaa originario de la comunidad de San Lucas Teocuitlapa, municipio de Atlixtac, Miguel Sánchez Mateos, tenía 24 años cuando desapareció, el 12 de diciembre de 2014, cuando salió a su trabajo como albañil.
El padre de Miguel, Juan Sánchez, y su esposa Patricia Flores de 21 años, forman parte del grupo de familiares de desaparecidos que durante la semana se reúnen para exigir la presentación con vida de sus desaparecidos.
Los integrantes del grupo son familiares, en su mayoría, de desaparecidos del 9 al 14 de mayo, cuando irrumpieron en Chilapa civiles armados; sin embargo, a este grupo se aunaron familiares de desaparecidos de 2014 y de antes del 9 de mayo de 2015, entre ellos, los familiares de Miguel Sánchez, que se incorporaron al grupo después de recibir la asesoría de la voluntaria del Centro Regional de Defensa de Derechos Humanos José María Morelos y Pavón (Centro Morelos), Casiana Nava.
A finales de mayo comenzaron a exigir a las autoridades intervinieran y presentaran a sus familiares.

“Quiero probar que sí están trabajando con la gente pobre y jodida como nosotros”, confía

Juan, sentado en una de las mesas del restaurante Casa Pilla donde a diario llega con la esperanza de tener noticias del paradero de su hijo, anhelo que comparte con los demás familiares, contó cómo era la vida de su hijo antes de que desapareciera.
Miguel es el mayor de seis hermanos, cuatro mujeres y dos hombres. Desde pequeño acompañó a su padre a trabajar fuera de la ciudad o del estado como jornalero.
Fueron a Morelos, donde trabajaron en el corte de caña, y a Ciudad Altamirano para el corte de melón. Sin embargo, siempre se han dedicado a la siembra de maíz.
Un tiempo, Miguel sólo se dedicaba al cultivo de la tierra, pero le dijo a su padre que vendría a la ciudad a buscar empleo. Ese día, temprano fue a la cabecera municipal, y por la tarde su familia lo vio llegar con la ropa empolvada, había encontrado empleo como albañil en la construcción de escuelas.
Si Miguel no hubiera desaparecido el 12 de diciembre, el 23 de abril hubiera cumplido dos años trabajando en la construcción.
Cuando desapareció, trabajaba en la construcciones de tres primarias: la Cuahutémoc, la Eucaria Apreza y la Dominga Sánchez Miranda.
En esta última sólo tenía dos meses de haber empezado “cuando se perdió”, dice su padre, ahí apenas comenzaba a cortar varilla y a hacer castillos.
Miguel, antes de cumplir dos años trabajando en esas obras, se ganó la confianza del ingeniero, por recomendación de otro trabajador que se encargaba de pagarles a los trabajadores y estar al pendiente de ellos; pronto, Miguel también se dedicó a esta labor.
Además cuidaba a dos chivos que eran propiedad del ingeniero en una de las obras donde trabajaba.
Cuando Miguel llegaba tarde a su casa, explica su padre, al preguntarle el motivo de la tardanza explicaba que tenía que esperar a que quedara en orden el espacio de trabajo, y que tenía que darle de comer a los chivos.
Además, cuando el otro albañil que también estaba a cargo de los trabajadores se ausentaba unos días, Miguel se quedaba a cargo totalmente.
“Nunca vi que anduviera en malos paso”, dice Juan, “siempre trató de estar al pendiente de su hijo”, insistió.
Miguel desapareció el viernes del 12 de diciembre de 2014, no trabajó ese día, pero informó a su familia que iría a darles de comer a los chivos. A las 10:30 de la mañana ya estaba de regreso en su casa.
Juan le dijo a su hijo cuando llegó que había pozole en casa, que se sirviera y almorzara con su esposa y sus dos hijos, así lo hizo.
Después Miguel se dispuso a arreglar un molino de nixtamal, cerca de las 12 del mediodía sonó su celular, era el ingeniero de la obra que le pidió verlo; se dispuso a tomar un baño junto con su hijo de 5 años, pues pretendía que él lo acompañara.
Pero ese día, Miguel temía que sucediera algún hecho de violencia en la ciudad. Para ese entonces, en la cabecera municipal con frecuencia se suscitaban enfrentamientos armados, levantones y asesinatos.
En la ciudad se celebraban las tradicionales fiestas decembrinas, pero la feria lució desolada, sin juegos mecánicos, comercios y, sobre todo, de gente, a causa de los rumores de que habría hechos violento. Sin saber que no se celebraría el baile tradicional del 12 de diciembre, cancelado por autoridades federales, Juan le dijo a su hijo que no fuera, “algo malo podía pasar”. Sin embargo, Juan fue, aunque no se llevó a su hijo.
Como a las 6 de la tarde, Patricia se acercó a su suegro para decirle que se había acabado la cal para preparar el nixcontle, para preparar la masa de las tortillas de maíz. Juan pidió a otro de sus hijos que llamara a Miguel para que les llevara un kilo de cal.
Después de tres intentos de llamar al celular de Juan, su hijo se acercó y le dijo a Juan que la llamada entraba, pero Miguel no respondía. Las llamadas para localizar a Miguel se prolongaron toda la noche, sin éxito.
Así transcurrió todo el sábado, la llamada entraba, pero Miguel no respondía. El domingo, como a las 9 de la mañana el celular ya no sonó más.
El lunes, el martirio de la búsqueda comenzó para Juan y su familia; ese día fue al Servicio Médico Forense (Semefo) de Chilpancingo, pero no encontró pista de su hijo.
“Fui a buscar en todo, sea en mi pueblo, sea aquí y sea donde sea, y hasta ahorita nada”, señaló el padre de Miguel.
Incluso, llegó a pensar que hijo se había ido a vivir con otro mujer, por lo que lo buscó en Ciudad Altamirano y en localidades del estado de Morelos donde sabía que su hijo tenía conocidos, pero no halló rastros.
Hoy, Juan dice tener la certeza de que a su hijo se lo llevó el crimen organizado, “lo confundieron”, asegura, e insiste que su hijo no andaba en malos pasos.
La esposa de Miguel no trabaja, cuida a sus hijos como lo hacía cuando a su lado estaba su esposo; ahora, quien le ayuda con la manutención de los niños es su suegro, quien asegura que sus nietos siempre tendrán su apoyo.
Juan y su nuera seguirán exigiendo justicia para su hijo y que aparezca pronto: “Quiero probar que sí están trabajando con la gente pobre y jodida como nosotros”.

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