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Federico Vite

A propósito de la dispersión

Lord, novela del brasileño Joao Gilberto Noll (Traducción de Claudia Solans. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2006, 128 páginas), sorprende estilísticamente porque vertebra, con una serie de recursos que usualmente trabajan los narradores de ficción fantástica, la desintegración de la personalidad. Gilberto fundamenta su apuesta estética en los llamados subgéneros (novela rosa, novela homoerótica, ficción fantástica, terror y novela sicológica) porque le permiten transgredir las fronteras de una apuesta que bien parece una autobiografía novelada.
En Lord asistimos al viaje de un escritor brasileño que se afincará en Londres por un tiempo. Es contratado por un inglés, de mayor edad que el protagonista, para una especie de misión. Durante varias escenas, el narrador detalla la obsesión de cobrar el dinero por los derechos de traducción para nunca más dejar Inglaterra, para aferrarse a ese sueño donde presuntamente encontrará la libertad, donde podrá no ser él mismo, pero en la realidad literaria de la novela no hay mención al respecto de un contrato por traducción: el protagonista hace castillos en el aire. Desde ahí ya prefigura ser otro, busca tocar el mundo desde una lengua que no es la suya.
La voz que cuenta la historia es justamente la del escritor, en primera persona. Así comienza el libro: Estaba llegando al aeropuerto de Heathrow, en Londres. Llamado por un ciudadano inglés para una especie de misión. Aunque me hubiera enviado los pasajes Porto Alegre-San Pablo-Londres y todo, no sé, algo me decía que él no iba a llegar. Que no serviría de nada llamar a los teléfonos londinenses que me había pasado. Que a partir de aquel momento esos teléfonos no le pertenecían más. Hurgar en todo eso, allí mientras caminaba por el pasillo interminable que llevaría a la salida del aeropuerto, hurgar en todo eso era reavivar un síntoma que yo quería extinguir. Lo atractivo del asunto, a veces realmente exasperante, es que el protagonistas comienza a perder la memoria justo al arribo a Inglaterra. Se pone en marcha el proceso de desintegración.
De pronto, el narrador olvida cuál era el motivo de su viaje a Inglaterra. Es más, nunca logra descubrirlo, porque el inglés que lo contrata, fiel a su humor flemático, nunca le recuerda ni le exige que inicie las labores por las que llegó a Europa. En el fondo, él cree que el brasileño empezará su trabajo en cualquier momento, pero no sabe cuándo. Diligentemente espera. Y justo en ese punto del relato, el narrador empieza a adquirir características de las personas, e incluso rasgos físicos, a quienes va conociendo. Vaga de sí, se inmiscuye en otras historias para escapar de la obligación por la que fue contratado. Prefigura un aura de eternidad similar a Dorian Grey.
La odisea londinense, ya bajo el matiz de la pérdida de la memoria o la invención de nuevos recuerdos y vidas, empieza a perfilarse como la andanada hacia un desbarrancadero. Desde el inicio del relato, el personaje está completamente destinado a ser otro. En Europa da comienzo la metamorfosis. Aunque también me resulta extraño y obsesivo un vínculo literario. Pienso en uno de los libros que más me inquieta, el cual termina en Brasil, El Horla, de Guy de Maupassant. En el caso de Gilberto hablamos de un viaje en sentido opuesto al de El Horla. Este vampiro energético pareciera salir del letargo impuesto por la propia literatura y, trazado por las vetas narrativas de Gilberto, se intuye un nuevo capítulo de ese personaje enigmático en la piel de un brasileño que se enfrenta a la sobrevivencia en una geografía acuática, pero con características totalmente distintas a las de Brasil.
Pero volviendo a Lord, ya en las derivas de la transformación, el narrador empieza a incrementar el juego metaliterario y justamente por la hechura de géneros y subgéneros cobran forma nuevos escenarios del relato, superficies con atmósferas específicas, bien definidas, nacidas de la novela homoerótica, la novela de suspenso, la novela surrealista, la novela sicológica y el relato de ficción fantástica. En esta plataforma, Gilberto sustenta su puesta en abismo. Desde diversos ángulos pone en perspectiva la pérdida de la identidad y de la memoria para referir que la exquisitez humana, igual que la de Londres, está signada por lo abyecto y lo sublime. Londres, para el protagonista de esta historia, es el fin en sí mismo, la nulidad, el recurso que facilita la dispersión de la identidad.
La trama de Lord es progresiva y, por las mismas necesidades de la exploración temática, dispersa. El lector encontrará en este libro muchas vetas que este novelista brasileño usa para espejearse, para hablar de un contexto que va descubriendo con la intención de escapar en él. Aparte de la velocidad con la que suceden los hechos, este libro es un documento que se lee rápido, pues el autor sabe que la valía esencial de su novela es la propuesta estética de dispersión hermanada con el gran elaboración del suspenso. Sirva Lord como un pretexto para conocer la obra de Joao Gilberto Noll, una propuesta narrativa que se vuelca casi como un monólogo interior, pero logra dar la vuelta y embonar a la perfección en la metaliteratura. Que tengan buen martes.

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