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Saúl Escobar Toledo

La generación de los 43

Desde diciembre de 1999, la Asamblea General de la Naciones Unidas declaró el 12 de agosto como el Día Internacional de la Juventud. En México, con ese motivo, se publicaron recientemente algunos informes y estudios sobre el tema, además de los consabidos discursos de buenas intenciones de distintos personajes gubernamentales. Las preguntas que desde entonces se plantean en estas fechas son: ¿qué realidad viven hoy los jóvenes de México, los hombres y mujeres que tienen actualmente entre 15 y 24 años (rango que la ONU considera para este grupo etario)?. En comparación con otras generaciones de jóvenes del pasado, ¿qué país heredan y cuáles son los retos de su futuro inmediato?
Para discutir estas cuestiones quizás valga la pena hacer un ejercicio histórico comparativo que, si bien tiene un poco de arbitrario, puede resultar ilustrativo.
Comencemos con la generación que nació después de la Segunda Guerra Mundial, entre los años de 1945 y 1960, que se ha llamado, en el caso de Estados Unidos, la de los baby boomers o la generación de la explosión demográfica. Por primera vez, después de dos conflagraciones mundiales, y a pesar de la guerra fría, esa generación vivió en los países desarrollados una situación menos traumática y de mayor crecimiento económico. En México también se vivieron años de expansión, de mayores oportunidades de empleo en las ciudades y de alza de los salarios. La tasa de natalidad aumentó y con ella la tasa de crecimiento de la población joven que llegó a alcanzar 3.3% en 1960 y 4% en 1970 (mientras que hoy es de menos del 1%). Esa generación disfrutó entonces un entorno económico favorable si bien en un ambiente de un agudo despotismo gubernamental, lo que llevó entre otras cosas, al estallido del movimiento estudiantil de 1968. Precisamente por eso, a esa generación mexicana también se le conoce como la generación del 68.
Después vino otra generación, la de los nacidos entre 1960 y 1975 que vivieron una experiencia diferente. En 1982 y luego en 1994 el país sufrió dos crisis económicas muy profundas, sobre todo la primera, que fue de larga duración. A esos jóvenes les tocó vivir la década perdida, los ochenta: cientos de miles de empleos se destruyeron provocando un empobrecimiento masivo y rápido de la población trabajadora. De esta manera, cuando se incorporaron al mercado laboral, esos jóvenes tuvieron serios problemas. Los más educados lograron mejores condiciones de trabajo pero muchos tuvieron que buscarle por otro lado. Así, a partir de los noventa, la migración a Estados Unidos empezó a aumentar verticalmente. Cientos de miles de jóvenes abandonaron el país y México perdió una parte de su “bono demográfico”, una cantidad importante de su fuerza laboral, en lugar de ayudar a construir una economía más fuerte en nuestro país, ayudaron a edificarla en Estados Unidos. A esta generación de jóvenes le tocó vivir, sin embargo, el surgimiento de una democracia que parecía poner fin a la larga y represiva dictadura del PRI.
Luego vino la generación nacida entre 1975 y 1990. Se volvieron jóvenes cuando se iniciaba el siglo XXI, por eso algunos la llaman la generación del milenio. Estos muchachos y muchachas han tenido que sufrir, como la generación anterior, los estragos de una economía de lento crecimiento, pocos empleos y bajos salarios. Cuando les tocó buscar un empleo encontraron una nueva realidad, la de los empleos precarios: puestos de trabajo a tiempo parcial o por temporada, muchas veces sin seguridad social y bajo la modalidad de la subcontratación para evadir el pago de prestaciones. Esa generación tiene hoy, si nos atenemos a la clasificación señalada, entre 25 y 40 años, y muchos optaron como la anterior por irse a Estados Unidos a o a la informalidad. Pero conocieron aunque muy levemente y de manera casi imperceptible para muchos, un entorno económico más estable y un ligero aumento de los salarios sobre todo en los primeros años del nuevo siglo.
Esta situación se vino abajo en 2008 cuando estalló la crisis mundial, la llamada la Gran Depresión, que causó estragos sobre todo en Europa y Estados Unidos, y que aún no se ha resuelto, sobre todo en el viejo continente. En México, otra vez se destruyeron empleos y se redujeron salarios. La transición democrática también mostró signos de agotamiento cuando el PAN ganó la Presidencia de la República dos sexenios al hilo y la alternancia en el poder, tan esperada, no reportó mejorías sustanciales para la inmensa mayoría de la población.
La generación nacida entre 1990 y 2005 sigue padeciendo de los mismos males que las tres generaciones anteriores. Desde mediados de los ochentas, los jóvenes han tenido que enfrentar pobreza, marginación, pocas oportunidades de un empleo digno y han tenido que seguir recurriendo a la economía informal o a la migración. Pero incluso esta última opción, precisamente por la crisis económica en Estados Unidos, también dejó de ser tan “atractiva” como lo había sido para las generaciones anteriores. En 2010, el 57% de los migrantes eran jóvenes, tasa menor a la del año 2000 (66.6%).
Al reducirse la salida de jóvenes a EU, éstos tuvieron que buscar chamba en México. Según las cifras de INEGI los jóvenes (entre 15 y 30 años) que estaban fuera de las aulas y además no tenían trabajo ni lo buscaban, representaron el 39.5% en 2000 y 32.5% en 2010. Pero su incorporación al mercado de trabajo ocurre en condiciones de alta precariedad. Los niveles de desocupación son más altos, casi el doble, para los jóvenes que para los mayores de 25 años. Peor aún, el 64%, casi 6 millones de personas, carecen de seguridad social, un nivel también superior al que presentan los mayores de 25 años e incluso los niños. Según Acción Ciudadana frente a la pobreza, hay más de 7 millones de jóvenes en trabajos precarios. La gran mayoría labora con bajos salarios pues 60% recibía hasta tres salarios mínimos diarios en 2010.
La situación laboral de los jóvenes explica en buena medida el deterioro de su condición social. Según cifras aportadas por Fernando Cortés, de acuerdo con el estudio de CONEVAL, los jóvenes en situación de pobreza aumentaron entre 2008 y 2014 del 39.5 al 43.9%. Son 10 millones de muchachos y muchachas de los cuales 2 están en pobreza extrema. Y es que casi el 50% de los jóvenes recibieron ingresos inferiores a la línea de bienestar. Además, aunque han mejorado un poco su acceso a la educación y a la salud (con el cuestionable seguro popular) empeoró su situación en materia de vivienda, los servicios básicos de ésta (drenaje, agua potable, etc.), y, lo más grave su acceso a una alimentación suficiente. En suma, nuestros jóvenes de hoy sufren, como las generaciones anteriores, de una situación social y laboral muy lamentable pero ésta se agravó, aún más, hace siete años, a raíz de la crisis mundial de 2008.
Este panorama, desgraciadamente, no está completo. La generación de hoy, además de la pobreza y la falta de empleos dignos, sufre también de una condición adicional: la violencia generalizada. A la juventud actual le ha tocado, más que a sus antecesoras, ver convertidas sus calles, sus barrios y sus lugares de convivencia en campos de batalla. Por eso, quizás podamos hablar de la generación de los 43, pues la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa en Iguala, el pasado mes de septiembre, tiene un significado especial. No sólo porque esos muchachos pertenecen a esta nueva generación, sino también porque representan la cuota de sangre que han pagado los mexicanos en estos años aciagos, principalmente los jóvenes. Los hechos de Tlatelolco en 1968 marcaron a toda una generación; de manera similar, la juventud actual llevará en su “alma social” la masacre de Iguala. Será su seña de identidad, su referente para tratar de construir un país más justo y menos pobre, y también para cambiar sus instituciones y lograr detener esta guerra que ya ha producido cientos de miles de muertos y desaparecidos.

Twitter: @saulescoba

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