Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XXIV)

Puerto carbonífero

Cuando las primeras embarcaciones movidas por turbinas de vapor surquen los mares, se estará dando el último adiós a las velas impulsadas por el viento. El fin de un dominio absoluto en ríos, lagunas y mares por más de siete mil años. Acapulco se convierte entonces en estratégico puerto carbonífero, destinado al abastecimiento de los modernos vapores surcando el océano Pacífico. Se dará la paradoja de que el carbón llegue al puerto en los hermosos veleros Clipper, de 4 y 5 toneladas, procedentes de la lejana Australia.
Dos bodegas para almacenarlo se levantan con muro de piedra y techo de lámina en las inmediaciones del actual Palacio Federal, precisamente en la que fue la capilla protestante de San José. La misma de la espeluznante degollina del 26 de enero de 1875, aquí mismo referida. Una de aquellas bodegas será destruida por el terremoto del 30 de julio de 1909.
El “muelle del carbón”, en la bahía, frente a las bodegas, donde se descargaba el combustible, se asentaba sobre tres hileras de postes enterrados en el lecho marino. Era de madera con tablones verticales a los lados. Tenía ocho amarres para embarcaciones y se accedía a él a través de una caseta de lámina. Enseguida, el muelle de pasajeros, también de madera y caseta de acceso. Más adelante, a la altura de la hoy gasolinera del malecón, el “muelle de la Línea”, propiedad de la empresa estadunidense Pacific Mail Steam Ship Company. El actual malecón se construirá hasta 1939.

El robo de un Winchester

El robo de un rifle Winchester provoca en el puerto un largo y movido jaleo judicial con la intervención, en calidad de testigo, del propio alcalde Antonio Pintos Sierra. La presunción del hurto recae sobre Andrés Ramírez, soltero, de oficio matancero, originario de Ayutla y vecino de este puerto. Él lo niega.
Todo empieza en septiembre de 1892 cuando Andrés Ramírez se acerca a la residencia del señor Pedro Kastan, para ofrecerle en venta una carabina Winchester de repetición. El judío residente, riquísimo, se manifiesta interesado en el rifle de manufactura estadunidense. Lo empuña y apunta para cerciorarse de que la mira esté alineada. Acción que, sorpresivamente, le permite reconocer el arma. La ha visto en casa de don Manuel Bello, personaje connotado de la ciudad. Está seguro de ello pero nada dice al vendedor. Por el contrario, se manifiesta interesado en el Winchester y pide al señor Ramírez que lo acompañe para mostrarlo a un posible comprador. Lo engaña. Lo presenta ante el comisario de policía y él mismo lo acusa de robo. El vendedor frustrado queda en manos del “juez menor del ramo criminal”.
Ramírez alega inocencia. Asegura que un amigo suyo, José Gómez, residente en La Unión y de paso por el puerto, le encargó la venta o en su defecto la rifa del Winchester, adquirido, según le dijo, en la casa Alzuyeta de la plazoleta Zaragoza. Como testigo de ese encargo menciona a su paisano Francisco Solís, a quien también le tocaría algún dinero de la jugosa comisión ofrecida por Gómez. La policía trata de localizar a los susodichos, pero no hay rastro de ellos.
John Wayne

(El Winchester fue en su momento el rifle de repetición preferido por las corporaciones policíacas y entre ellas los Rangers de Texas y la policía Montada del Canadá. El modelo como el robado fue lanzado en 1876 con motivo del Centenario de Estados Unidos, muy apreciado por los cazadores de bisontes usando balas calibre 45-75. Fue arma fundamental en la conquista del Far West, durante la primera Guerra Mundial y qué decir de la Revolución Mexicana. Palanqueando su Winchester, John Wayne acaba con apaches, sioux y cheyenes, juntos. Luego se refugia en los brazos de la bella Colette, la bailarina del Long Branch Saloon de Dodge City) Una arma muy apreciada, sin duda.
El señor Manuel Bello acredita la propiedad del Winchester con factura original y por si ésta no fuera suficiente con el testimonio del propio señor presidente municipal don Antonio Pintos Sierra. Incluye también a don Nicolás Arciniega, quien se presenta a sí mismo como un “hombre decente y honrado de pies a cabeza”. Ambos juran haber visto el Winchester colgado en una de las paredes del piso alto de la residencia del señor Bello. Como éste confiesa ignorar el precio actual de su arma, se recurre al dictamen de los peritos Pánfilo Martínez y Manuel Dimayuga, quienes dan al Winchester un valor comercial de sesenta pesos. Y ni un centavo más.
Luego de mil y una consideraciones jurídicas, contenidas en las páginas de un gordísimo legajo, el “juez de primera instancia del distrito de Tabares” dicta la sentencia del caso. El calendario marca el 25 de septiembre de 1894, esto es, dos años más tarde del hurto. Es esta:
“Andrés Ramírez es reo como encubridor del delito de robo. Se le condena a sufrir una pena de seis meses de arresto mayor, cuya pena ya ha compurgado. Póngase en libertad bajo la caución de diez pesos en tanto el superior revisa este fallo. Amonéstese al reo para que no reincida”.
Sentencia reformada

“¡No la chingue, su señoría!”. No es una exclamación del “ministerio fiscal”, pero sí un pensamiento rabioso por una sentencia que se apresura a combatir. “Perdón su señoría, pero si el matancero es solo encubridor, ¿quién chingaos se robó el Winchester 22?, una pregunta también para sí mismo. Por su parte “el abogado de pobres”, como es llamado el “defensor de oficio”, demanda que se le perdone a Ramírez la caución de diez pesos. ¿Y yo en qué libro leo, cabrones?, piensa.
El caso llega a la primera sala del Tribunal Superior de Justicia de Guerrero, a cargo del magistrado José R. Olea. Este reforma la sentencia de primera instancia de acuerdo con el parecer del fiscal, en los términos siguientes:
PRIMERO.- Andrés Ramírez es responsable, como autor, del delito de robo.
SEGUNDO.- Se le condena a sufrir la pena de un año seis meses de prisión, de la cual se le da por compurgada por haberla sufrido con exceso durante la instrucción de la causa.
TERCERO.- Se le condena, además, a la inhabilitación para toda clase de honores, cargos y empleos públicos y a pagar una multa de quince pesos y, en caso de insolvencia, a sufrir quince días más de arresto.
CUARTA.- Amonéstese al reo para que no reincida, advertido de la pena a la que se expone.
QUINTA.- Se dejan a salvo los derechos sobre responsabilidad civil.
SEXTA.- Devuélvase a Andrés Ramírez los diez pesos que, con autorización del juzgado instructor, quedaron depositados en poder de don Domingo González, para que dicho reo quedara en libertad mientras se revisaba el proceso.
Hágase saber, y con testimonio de esta ejecutoria, devuélvase la causa al juzgado de origen para los efectos legales, archivándose a su vez el Toca.
Así, definitivamente juzgando, lo sentenció y firmó el licenciado José R Olea, magistrado de la primera sala del TSJG. Doy fe José R Olea, (rúbrica); F. Castañón, secretario (rúbrica). Chilpancingo, Gro, enero 21 de 1896. O sea, cuatro años más tarde del robo del ya famoso Winchester 22.
–“¡No la chinguen, sus señorías!” –Quien sí lo dice ahora en voz alta es el “abogado de pobres”, defensor del matancero Ramírez. Y es que él ya se sentía con diez pesos en la bolsa. ¡Mínimo!

Antonio Butrón Ríos

“Ésta es la Botica de Butrón, hermano de un capitán general español. Hombre de inquieta existencia y que, a pesar de su ciudadanía, ha sido de este puerto Presidente Municipal al comenzar el siglo”. Así, en un texto tan breve y escueto, sin mayores referencias y además sin citarlo por su nombre completo, describe Alejandro Gómez Maganda al doctor Antonio Butrón Ríos. Añade:
(Butrón) está casado con doña María (Leonel) en segunda nupcias, pues ella es madre de Pedro y Mariano. Trabaja en la farmacia Rafael Athié, hermano de María y Germán, que padece una deformación en la pierna izquierda (Acapulco en mi vida y en mi tiempo).

Carlos E. Adame

El cronista Carlos E Adame se acerca más al personaje por haberlo conocido siendo él un niño. “El doctor Butrón Ríos vestía impecablemente de blanco con camisa almidonada y traje de fino dril; siempre llevaba un abanico en la mano derecha. Fue dueño de la Botica Acapulco después de Pedro Peña, y actualmente de Josafat Cortés, ubicada en la calle Jesús Carranza y que guarda las mismas características que tuvo cuando vivía su fundador de origen cubano-español.
“Butrón Ríos quiso mucho a la ciudad donde vivió los mejores años de su vida. Su casa estuvo en la esquina de la calle de la Quebrada y Francisco I Madero (antes Callejón del Piquete). Era filántropo y actuaba como mexicano o más bien acapulqueño De aquí partió por breve temporada al puerto de Mazatlán, enviado por el gobierno para combatir la fiebre bubónica.
“El doctor Butrón solía hacer visitas domiciliarias en un carricoche de dos ruedas, tirado por un caballo. Tomaba sus alimentos, junto con su esposa María, en el Hotel Pacífico, en la calle Hidalgo. (Crónica de Acapulco).

La Botica Acapulco

La Botica Acapulco fue fundada en 1858 por una familia californiana de apellido Link. La estableció en la esquina de Vicente Guerrero (hoy Quebrada), con el Callejón del Piquete (hoy Francisco I Madero). Sede más tarde de la escuela Secundaria Federal 22 y hoy de la primaria Manuel M. Acosta. Cuando la adquiere, el doctor Butrón la reubica en Jesús Carranza, donde permaneció quizás hasta principios de este 2015.
La Botica Acapulco fue objeto de admiración de propios y extraños por conservar intacto su mobiliario original del siglo XIX y muy particularmente la colección de hermosos tarros de fina porcelana. Guardaban las sales y otros mejunjes para el alivio de todos los males del mundo. Allí estaban las “doce sales del doctor alemán Henrich Schussler” y también las del “Cloruro de Magnesio”, ambas casi mágicas. Estas últimas hacían desaparecer el temblor senil, la reuma y la artrosis.
Prevenían el cáncer, la arterioesclerosis y los sabañones. También alargaban la juventud y evitaban la obesidad.
La casona que albergaba el establecimiento fue remodelada en 1921, ocasión en que aprovechó Butrón para instalar su consultorio allí mismo. A la muerte del médico la farmacia pasa a manos de su viuda doña María Leonel, quien finalmente la hereda a sus hijos Pedro Peña Leonel y Mariano Leonel. (Francisco E. Tabares y Lorenzo Liquidano Tabares, Memoria de Acapulco).

¿Callejón Del Piquete?

Ya se han citado en ocasiones anteriores dos aproximaciones sobre el origen de tal nombre. Porque estaba poblado de alacranes “orcadores”, llamados así porque a quien picaban se trababa cerrándosele la garganta. La otra versión se refería a que era el refugio de ladrones “picadores”, llamados así porque luego de despojar de sus bienes a un transeúnte, lo picaban con un verduguillo.

O tempora, o mores

Antes de terminar el siglo XIX, los hospitales eran instituciones caritativas dedicadas a atender a los pobres. Quienes podían pagarlo, recurrían al médico en su propia casa, donde parientes y servidumbre le proporcionaban los cuidados necesarios. Los embarazos, alumbramientos, enfermedades e incluso la muerte eran acontecimientos que tenían lugar dentro del hogar. Aun en las clases altas, eran las comadronas las que ayudaban en el parto, luego del cual se confiaba a una nodriza la alimentación del bebé.
La muerte constituía una presencia recurrente y no se limitaba a los viejos. No era extraño que hubiese dos o tres parturientas fallecidas. Entre las familias de élite muchos viudos que se casaban tras un período razonable de duelo. Las viudas, por el contrario, guardaban luto por mucho tiempo y rara vez volvían a casarse.

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