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Federico Vite

Algunas reglas para la composición macabra

M.R. Jame hizo lo que todo autor serio pretende: renovar el rostro de la narrativa divirtiéndose. En 1904, este paleógrafo y medievalista británico, rector en Eton College y en King’s College, Cambridge, publica el libro de cuentos Ghost stories of an antiquary (Traducción de Francisco Torres. Historias de fantasmas de un anticuario. Valdemar. España, 2002, 215 páginas). Este volumen reúne ocho cuentos, cada uno de ellos bajo las reglas que el autor formuló con la intención de encontrar una composición moderna del asunto macabro: “El relato de fantasmas debe tener un marco familiar a la época moderna a fin de acercarse lo más posible al ámbito de la experiencia del lector. Los fenómenos espectrales que proponga el autor, además de que deben ser malévolos más que beneficiosos, deben suscitar miedo y, por último, debe evitarse escrupulosamente la jerga técnica del ocultismo o pseudociencia, con objeto de que la verosimilitud casual no se vea ahogada por una pedantería nada convincente”.
A la hora de leer a M.R. James uno se da cuenta que con este libro la razón le asiste, pues encontró una fórmula para conducir al iniciado en las artes literarias del miedo a crear, de forma simple, un novedoso relato fantasmagórico. Cada uno de los ocho cuentos aquí reunidos arranca con la ilusión doméstica de la tranquilidad. El autor fabrica esa cortina de humo para introducir progresivamente fenómenos espectrales. Llena de un aire de cotidianidad el relato y, en seguida, genera la sensación de miedo con la irrupción medida, ya sea mediante la aparición de imágenes o personas que cubran de misterio ciertos objetos (grabados, esculturas, retratos, espejos, silbatos), del fantasma. Tras la aparición del espectro, el protagonista busca una explicación al fenómeno, pero la sorpresa o exaltación de ese hallazgo acelera el clímax de las historias, la confrontación directa entre la razón y la creencia. Y en eso consiste el talento de James, en dosificar el suspenso para que la suma incidentes tengan una explicación asistida por la razón, aunque no siempre se concluya satisfactoriamente esa justificación de los hechos.
Me sorprende que los cuentos de M. R. James fueran concebidos con la única intención de entretener a la gente durante las veladas que los ingleses realizaban en torno al fuego de la chimenea, en King’s College, durante Navidad. Los textos eran leídos en voz alta para el público asistente. A una sola voz, todos conocían el motivo del espanto de cada una de estas unidades narrativas. También me atrae que M.R. James logre mediante la utilización de recursos simples, como son el diálogo y la descripción, preparar al lector para presentarle a un prototipo de fantasma (delgado, enano y peludo) que no es el clásico espectro de rostro pálido con sabanita. Porque en los hechos, James juega al pin pon con el lector y lo inmiscuye en la trama de los acontecimientos para compartir el asombro de eso que está más allá.
En ¡Silba y acudiré!¸ el autor hace referencia al sentido del oído para enfatizar que el horror también puede ser invocado por un extraño silbato de metal. “Pero lo que no está tan claro es si la criatura que acudió a la llamada del silbato habría hecho algo más que asustar”, dice el narrador de ese cuento pensando en una criatura ciega “que tanteaba el camino extendiendo al azar sus brazos entrepajados”. Ese ente de violencia explícita se muestra siempre iracundo, extraviado y sólo acude al encuentro con humanos cuando hacen sonar el silbato encontrado en las ruinas del convento de los templarios.
En El conde Magnus conocemos a Mr. Wraxall, un viajero inglés del siglo XIX, quien recorre Suecia para seleccionar el material de su próximo libro. Comienza a interesarse por la familia De la Gardie, próxima al pueblo de Raback. Estudia los documentos de esa descendencia y siente una especial atracción por el constructor de una mansión terrorífica, el conde Magnus. De ese hombre se cuentan terribles anécdotas y el señor Wraxall se encargará de mostrarnos algunas de esas anécdotas fascinantes
M.R. James cambió el canon de la literatura fantástica con este libro. Se salió del estilo gótico clásico, introdujo el panorama bucólico como el escenario más apetecible para los fantasmas. Aunque la referencia geográfica de este libro sea la campiña, los cuentos poseen a un hombre de conocimientos científicos (arqueólogo, profesor, artista, copista, etc.) que sale de la urbe para transitar por la tenebrosa parcela de las fantasmagorías.
Lo asombroso de este autor es que si usted acomoda todas las historias de fantasmas que se han escrito, M.R. James estará en esa cúspide diciéndole al resto de los autores: No que no tronabas, pistolita. Que tengan buen martes.

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