Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Arrebatos carnales / 13

Lupe Marín, hermosísimo ser

Concha Michel tocó a la puerta, saludó a Diego Rivera con hola putón (“porque te vas con la primera que encuentras”), ya sé que estás enamorado de mí, le dijo, si no te me avientas, se burló, es porque “sabes que yo no soy ninguna puta y que no abandonaría al estupendo, estúpido y honrado hombre con el que vivo, para liarme con un cabrón como tú”; reconoció que “lo único que podía mantenernos alejados uno del otro es otra mujer más guapa, más libre y más valiente que yo”, y enseguida le dijo: Por eso, te quiero presentar a Lupe Marín.
“Apareció entonces Lupe, Lupe, mi Lupe…, la nueva Lupe…, graciosa y libre, su piel tostada color canela, ojos claros verde mar, frente amplia y nariz de esfinge griega; labios llenos, siempre entreabiertos para dejar pasar palabras vivaces, desordenadas y escandalosas: un cuerpo tan esbelto que más parecía una adolescente que una mujer hecha y derecha… El día que la conocí, por supuesto que me perdí en amor por ella”, subraya Diego, quien no olvida que “seguía saliendo con Lupe Rivas Cacho al mismo tiempo que empecé a hacerlo con Lupe Marín”.
Abundarán, a lo largo del texto, las evocaciones a la belleza física y espiritual de Lupe Marín, a la que de entrada Rivera pinta como “mujer turbulenta, apasionada en la defensa de sus ideas, expresiones y actos. Lupe Marín era capaz de incendiarse en cuestión de minutos y devolver golpe por golpe con su lengua aguda e insolente para tratar de desbaratarme. Entendí –resume– que no tendría el menor miramiento en rasgar mis telas con un cuchillo en un arranque impetuoso”.
Reconoce el pintor que “su inteligencia natural, su sutileza femenina y su egolatría la ayudaron a sobrellevar la desgracia de haberme conocido”. Diego no deja de exclamar ¡Lupe!, ¡ay Lupe, Lupita!, ¡mi Lupe!, a partir de que la conoció y luego de que ella posó para él en el foro y en la cama: “Me mataba, me enloquecía su voz, su caminar, su verme, su actuar, su ser, su hermosísimo ser”.

Las honduras de su carácter

Pronto Diego se vio envuelto en las honduras de su carácter: él enseñaba a una cubana “verdaderamente sensacional” unos dibujos cuando, impulsada por los celos, Lupe hizo trizas los dibujos, agarró de los cabellos a la cubana y la echó a patadas a la calle. “Estaba furiosa y si hubiera podido arrancarme una oreja lo habría hecho”, dice Diego, después de haber controlado “a golpes” y sacado “de las greñas” a la rijosa, “para que se tranquilizara”. Al otro día, Lupe le regaló a Diego una pistola “como prenda de paz. Así se arreglaban las cosas”.
En diciembre de 1921, en una fiesta, Lupe Rivas Cacho intentaba romper la piñata cuando, manipulando la cuerda, Lupe Marín le dejó caer la olla en la cabeza con todo y colación. Por celos, la Marín llegó a ahuyentar a artesanas “con palabras de camionero” y a decirle bigotona a Gabriela Mistral. Las cosas “se arreglaban” luego, pero se complicaron demasiado cuando “María Marín, su hermana, me visitó… en mi estudio como si quisiera explicarme algo de urgencia” y, después de revisarle los pechos para pintarla, Diego la llevó a la cama.
Lupe no tardó en enterarse y, como respuesta, destruyó las pinturas de Diego que pudo y, cuando éste la encaró, lo amenazó con una pistola. Luego salió llorando.
Diego Rivera empezó a recorrer el país con José Vasconcelos, sosteniendo “encuentros con escritores, músicos y poetas, sin dejar de defender ardientemente los principios de la pintura mural”, “pero no dejaba de pensar en la Lupe”. Como “todas vuelven” y Lupe “no podía ser la excepción”, Diego contrajo nupcias con ella en junio de 1922. “Yo viviría permanentemente acosado por las mujeres y Lupe lo sabía, pero de cualquier manera nos propusimos llegar a ser la pareja ideal, cuya vida iba a ser comentada por todo México, no sólo por nuestras pasiones, sino también por nuestras peleas públicas”, augura el pintor, enamorado y en la cresta de la fama.

Los murales y el Partido Comunista

Al movimiento muralista se unieron David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco (“el más grande artista mexicano”) y Fermín Revueltas. Con Jean Charlot, Fernando Leal, Amado de la Cueva, Ramón Alva de la Canal y Emilio Amero como ayudantes, Rivera siguió “idealizando todo lo azteca, la vida cotidiana, el ritual, la cosmogonía, la manera de emprender la guerra y los sacrificios humanos, pintaba desde los actos esotéricos de los sumos sacerdotes hasta las más humildes actividades domésticas”… En 1923, al tiempo que integra el comité ejecutivo del Partido Comunista con Siqueiros y Javier Guerrero, trabaja en 124 frescos en los muros de la Secretaría de Educación Pública y en los 30 murales de la Escuela de Agricultura de Chapingo.

Tina Modotti en el colmo de su belleza

Tina Modotti, una fotógrafa italiana “sin la estatura ni la arrogancia de Lupe, pero (que) mostraba suavidad y generosidad en su hablar y su mirar”, había llegado de California con el fotógrafo Edward Weston. En 1924 Diego la invitó a que “fotografiara con su cámara mágica” los murales que él había pintado en la Secretaría de Educación. Casi a fin de año, Weston abandonó a Tina y Diego la invitó “a colaborar más íntimamente” con él. La relación empezó cuando, como si estuviera consciente de algún principio de decadencia, sin falsa modestia, Tina le dijo que “estaba en el tiempo límite en que su cuerpo expresaría su máxima belleza”.
Los malditos celos impulsan a Lupe a desnudarse con sarcasmo entre sus pinturas, en una reunión de amigos de Diego. Él la golpea, ella sangra y el vodevil sólo termina hasta que los separan. Pero Diego está decidido: “¿Cancelar mi relación con Tina sólo por los escándalos de Lupe?”, pregunta, y: “¡Ni muerto!”…, responde, a pesar de lo cual, en 1927, luego de dejar su imagen plasmada en varios murales, no obstante que “tocar el lienzo donde se encuentra consagrada La Mona Lisa no me produjo, en lo absoluto, el mismo hechizo que me despertó tocar la piel de Tina, mi Tina…”, la emoción con ella se rompió. Tras haber recibido una “carta terrible, devastadora y demoledora de Lupe, Tina le dijo a Diego estoy harta de ti y de Lupe y lo despidió para siempre de su vida”.

A la Unión Soviética, sin Lupe

Diego sigue con Lupe Marín. Empieza a renunciar al Partido Comunista y a volver a él. En 1927 la Unión Soviética lo invita a la celebración del décimo aniversario de la Revolución de Octubre, y Lupe enfurece. Una noche le sirvió una sopa de pedazos de ídolos aztecas que Diego acababa de comprar. Para entonces, el poeta Jorge Cuesta ya le ha confesado (llorando) que está enamorado de Lupe, y Diego, antes que enojarse, le da permiso “para que la cortejara y le deseé el mejor de los éxitos”, no sin advertirle que, si era débil, se lo iba a llevar “la chingada”. Lupe lo despidió con un: “Vete al diablo con tus tetonas (rusas)”.
La personalidad de José Stalin no emociona al pintor mexicano. Éste afirma que entonces desconocía la eliminación de los opositores partidistas al régimen, los campos de concentración y el hambre que empezaba y que causaría la muerte de seis millones de víctimas, el arresto de siete millones de personas y la deportación de unos veinte millones de ciudadanos… Para Diego, Stalin era un tirano “enemigo de cualquier oposición o crítica”.

Empieza Frida

El laberinto de relaciones emotivas se prolonga al saber que fue Tina Modotti quien le presentó a Diego a su amiga Frida Kahlo, “quien no le causó ninguna impresión inicial, como había acontecido con otras mujeres”, pero de quien quedaría prendado de por vida.
En la fiesta en que se conocieron, Diego le disparó a un fonógrafo porque la música lo molestaba. “Frida vestía de hombre y exhibía una clavel rosa en el ojal de su solapa”. Diego, que tenía 42 años y le doblaba la edad a Frida, la visita, la integra al mural La balada de la Revolución proletaria, y, cierto día en que “ella posaba como modelo”, él le dice: “Tienes cara de perro”, y ella le contesta: Y tú de sapo, atrevida pero “sin moverse, como correspondía a una gran modelo”. Y empezaron a llevarse a todo dar.

…y Cristina

Y ora sí que en esta laberíntica leyenda no hay Ariadna que no le llegue al Minotauro. En 1928 Frida “me convenció de que su hermana Cristina posara para mí”, a él le gustó “su mirada lejana, su figura pequeña y redondeada”, y la dejó estampada en los muros de la Secretaría de Salud, en la parte de El conocimiento. Modelaba Cristina para La pureza, cuando, ante el espectáculo de su “cuerpo bello y vigoroso”, de su “delicado rostro”, de su cabello y otros detalles, Diego consideró “que era claro que la vida me premiaría generosamente en un futuro cercano, tan cercano que no pudimos evitar el hecho de hacernos el amor atropelladamente… como dos jóvenes amantes… con un apetito bestial”. Empezó entonces con Cristina una “larga, muy larga relación, obviamente a escondidas, sobre la base de que el fruto prohibido es el más apetecido…”
Y hasta aquí. De otra manera no cabrían en la página tantas fotos.

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