Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Humberto Musacchio

El PRD, en busca de un buen pastor

Cosas que suceden. No hace mucho tiempo la pelea por la dirección perredista era feroz, implacable. Con el clan de Los Chuchos apoderado del partido, todo aspirante que no perteneciera a esa cofradía –o no le mostrara sumisión– estaba condenado a la marginalidad, cuando no a la separación del partido.
Los Chuchos llegaron a la dirección del partido cuando Andrés Manuel López Obrador decidió que él sería el candidato para el gobierno del Distrito Federal. Para entonces ya la corriente de los Jesuses había copado gran parte de los puestos de dirección del partido, especialmente aquellos donde había dinero.
Como es sabido, la política se hace con programas y candidatos, pero sobre todo con dinero, mucho dinero, mucho más del que valen los políticos. Precisamente el control de los fondos partidarios permitió al chuchismo un crecimiento arrollador de su poder, que se manifestaba en el cierre de caminos para los miembros de otras corrientes y en el apoyo en grande para los de casa.
La fuerza incontrastable de López Obrador y, sobre todo, su capacidad negociadora mantuvieron más o menos contenidas las ansias del chuchismo, que día tras día se fue enriqueciendo con nuevos cuadros, con más dinero y con la ocupación de posiciones estratégicas. Importaba más tener control que militantes.
Tras dos elecciones en las que no se declaró ganador a AMLO (2006 y 2012), el chuchismo se sintió con fuerza suficiente para desplazar a su rentable ex candidato y pasar a negociar directamente con la Presidencia de la República. Se firmaron así los acuerdos para privatizar el petróleo, aplastar la disidencia magisterial y otras gracias que se englobaron en el rubro de reformas estructurales.
Llegar a tan serias concesiones –todavía no sabemos a cambio de qué– le costó al PRD la mayor fractura de su historia, una historia en la que abundan los resquebrajamientos, las deserciones y traiciones. Esta vez, sin embargo, quien se salía era López Obrador, y con él una gran porción de la militancia, que veía en el chuchismo el más evidente símbolo de la corrupción que minaba a la legión amarilla.
Por supuesto, con la ruptura se perdía toda posibilidad de ganar la Presidencia de la República por la vía electoral. Una gran responsabilidad cupo en esa decisión a López Obrador, pues la política se hace con lo que hay: buenos y malos, mediocres y brillantes, honrados y sinvergüenzas.
Para colmo, otros cuadros que no simpatizaban con AMLO también acabaron por irse, muy destacadamente Cuauhtémoc Cárdenas, el hombre símbolo del PRD. Las elecciones de este año, pese al notorio crecimiento de Movimiento Ciudadano, mostraron esa división de las fuerzas de izquierda, con el PRD desplazado al segundo lugar por Morena en la capital del país, pero con el Movimiento de Regeneración Nacional en un remoto quinto lugar en el plano nacional.
Pero curiosamente la pérdida mayor era la del PRD, que todavía usufructúa el registro que conquistara el Partido Comunista después de sesenta años de ver a sus miembros pagando con cárcel sus convicciones, de saber torturados a los militantes más firmes, de afrontar un año sí y otro también el asesinato de sus cuadros.
En efecto, mientras que Morena va en ascenso, el PRD, lo que resta de él, va en picada, perdiendo militantes y prestigio en forma acelerada. Los gerentes del partido entendieron que ya no engañaban a nadie o sólo podían hacerlo con muy pocos, lo que obligó a Carlos Navarrete a renunciar a la dirección del perredismo y al resto de los dirigentes y dueños a buscar otro pastor para los amarillos.
En esa frenética búsqueda de legitimidad prestada, se mencionó como probables presidentes del partido a personas ajenas a él, como José Woldenberg, Juan Ramón de la Fuente o Roger Bartra, quien por cierto, después de una larga trayectoria en la izquierda, acabó pidiendo el voto para el PAN, ya plenamente hermanado con la intelectualidad de derecha que ahora lo celebra.
En esa feria de nombres algunos se apuntaron motu proprio, como Agustín Basave, a quien al cuarto para las doce le extendieron credencial del partido para que no fuera rechazado por fuereño. Aunque ya le salieron competidores internos, es probable que Basave quede en la presidencia del PRD. Lo que no tendrá nunca, por supuesto, es el control del dinero, de las candidaturas ni otras decisiones importantes. Todo eso seguirá en manos de quienes de veras mandan.

468 ad