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Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

*Peña Nieto abre la campaña contra López Obrador

“Hay frustración y pesimismo, desencanto y malestar social”, dijo el presidente Enrique Peña Nieto en su tercer informe de gobierno. Y aunque a continuación no dijo “en México”, como correspondía a la lógica de la idea, sino “en Europa, en Asia y en América, en prácticamente todos los continentes”, su chapucera fórmula verbal no logró evadir la realidad nacional.
Porque efectivamente, frustración, pesimismo, desencanto y malestar social es una síntesis fiel del estado de ánimo y de la situación del país a la mitad del sexenio de Peña Nieto. “Los medios digitales y las redes sociales reflejan estos sentimientos de preocupación y enojo; manifiestan que las cosas no funcionan y dan voz a una exigencia generalizada de cambio –de cambio inmediato–. En todas las naciones surgen dudas y se enfrentan dilemas sobre cuál es el mejor camino a seguir”, expuso también. Pero el presidente no concluyó de ese diagnóstico la necesidad del cambio que la población reclama y que él reconoce, sino todo lo contrario, vio en ello la necesidad de mantener el actual orden y las políticas que impulsa, que objetivamente es lo que ha causado el malestar social y el desencanto hacia su gobierno y hacia él. Es por ese motivo precisamente que la aprobación ciudadana de su trabajo ha caído este año de 39 a 34 por ciento, y la desaprobación aumentado de 57 a 64 por ciento. (Reforma, 31 de julio de 2015).
“En este ambiente de incertidumbre, el riesgo es que en su afán de encontrar salidas rápidas, las sociedades opten por salidas falsas. Me refiero al riesgo de creer que la intolerancia, la demagogia o el populismo, son verdaderas soluciones”, continuó el presidente. “Esto no es nuevo. Es una amenaza recurrente que ha acechado a las naciones en el pasado”, agregó. Y se siguió de largo:
“Hay ejemplos en la historia, en donde los sentimientos de inconformidad tras crisis económicas globales, facilitaron el surgimiento de doctrinas contrarias a la tolerancia y a los derechos humanos. En esos episodios, la insatisfacción social fue tal, que nubló la mente, desplazó a la razón y a la propia ciudadanía, permitiendo el ascenso de gobiernos que ofrecían supuestas soluciones mágicas”.
“Sin embargo, esos mismos gobiernos, lejos de llevar a sus sociedades hacia mejores condiciones de vida, alentaron el encono y la discordia; destruyeron sus instituciones y socavaron los derechos y libertades de su población”.
“De manera abierta o velada, la demagogia y el populismo erosionan la confianza de la población; alientan su insatisfacción y fomentan el odio en contra de instituciones o comunidades enteras. Donde se impone la intolerancia, la demagogia o el populismo, las naciones, lejos de alcanzar el cambio anhelado, encuentran división o retroceso”.
Y concluyó: “Los cambios positivos y duraderos de toda sociedad se logran por la vía de la responsabilidad, de la institucionalidad, de la estabilidad económica, del respeto a los demás y de la voluntad de construir sobre lo que ya se ha avanzado”.
Este fragmento, colocado hacia el final de su discurso, parece haber sido la parte central del mensaje de Peña Nieto. Y sin duda estuvo dirigido a combatir la creciente popularidad de Andrés Manuel López Obrador, que como se sabe fue calificado hace años por los gobiernos del PAN y por el PRI como un peligroso populista. Lo que confirma la adopción desde el poder de una estrategia destinada a mantener al PRI en la Presidencia y a cerrar el paso –otra vez– al ya dos veces candidato presidencial de la izquierda.
Peña Nieto puso en marcha esa estrategia el pasado 25 de julio durante un acto masivo realizado en la sede nacional del PRI –llamado Unidad para continuar la transformación de México– cuando describió al populismo como una política irresponsable causante de pobreza y destructora de las instituciones.
Casi con las mismas palabras empleadas antier en el Palacio Nacional, en el PRI Peña Nieto dijo que “hoy, la sombra del populismo y la demagogia amenaza a las sociedades democráticas del mundo”, pues “en varias naciones están surgiendo opciones políticas que en su ambición de poder prometen soluciones mágicas, que en realidad terminan por empobrecer a las familias y restringir las libertades ciudadanas”. E igualmente advirtió que “las decisiones populistas, demagógicas e irresponsables destruyen en sólo unos días lo que llevó décadas de esfuerzo institucional construir”, por lo que “México tiene que estar consciente de estos riesgos”.
Para contextualizar y comprender el mensaje de Peña Nieto –obsesivo al grado de convertir el acto institucional de rendición de cuentas en un acto político de partido–, y el pánico que empieza a cundir en el PRI, debe recordarse la elevada votación que obtuvo Morena en las elecciones del 7 de junio y el notable respaldo social con el que López Obrador emergió del proceso electoral. Una encuesta del diario Reforma, publicada el pasado 2 de agosto, dio a conocer que el tabasqueño tiene en este momento el 42 por ciento de la intención del voto para la elección presidencial de 2018, muy por encima de cualquier otro aspirante de cualquier partido (los siguientes son la panista Margarita Zavala con 28 y el perredista sin credencial Miguel Ángel Mancera con 25 por ciento).
El 7 de agosto dijimos aquí que ese dato –seguramente verificado en las encuestas de las que dispone Peña Nieto– es el que muy probablemente hizo cambiar de planes al presidente, quien dio señales de querer encargar la conducción del PRI al ex jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, pero terminó por inclinarse por Manlio Fabio Beltrones, un político formado en el viejo régimen y con fama de eficaz. Es claro ahora que ese mismo interés llevó al presidente a convertir una posición de partido en un mensaje de Estado con el objetivo de cerrarle el paso a un adversario político, cuyo crecimiento se origina justamente en el fracaso de las políticas peñanietistas que han dado lugar al malestar y desencanto social.
Es previsible que la posición facciosa del presidente sea asumida por el priísmo en pleno y los poderes fácticos, y que tenga consecuencias profundas en el desarrollo del proceso electoral del 2018, pues desde ahora anticipa la ruptura de la imparcialidad y la equidad en la contienda a favor del PRI. No se sabe hasta dónde será capaz de llegar Peña Nieto en su propósito de que el PRI retenga la Presidencia, pero existe el antecedente de Vicente Fox, que en su violento afán de frenar a López Obrador en el 2006 destruyó la institucionalidad y se entrometió en los comicios a favor de Felipe Calderón sin que ninguna institución se lo impidiera. ¿Hará lo mismo Peña Nieto? Todo sugiere que sí, pues ya empezó a hacerlo.

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