Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Rogelio Ortega Martínez

Guerrero en estos días: Circe y los votantes encantados

(Décima entrega)

En la entrega anterior me permití abusar de la paciencia de mis cuatro lectores (se incorporó el doctor Apolonio Juárez) con unas reflexiones generales sobre los comicios del 7 de junio en el estado de Guerrero. Voy ahora, aprovechando la benevolencia de El Sur, a compartir algunos aspectos de los resultados y mis conclusiones. Quizá tardía ésta, pero necesaria por sus enseñanzas ricas y para abonar a la gobernabilidad democrática.
Ya comenté en mi artículo anterior que hubo quien afirmó que el destino electoral de Guerrero supuestamente se jugó en Los Pinos, en un volado entre los operadores políticos del presidente Peña Nieto y Los Chuchos: si sale Águila, Guerrero es para el PRI, si sale Sol, Michoacán para el PRD. O viceversa. Si así de simple fueran las cosas, todo el sistema electoral y el discurso de la democracia no tendría sentido. Peor aún, si alguien piensa que Beatriz Mojica perdió la gubernatura de Guerrero porque no convenció de su posible capacidad gubernativa a los tomadores de decisiones de Los Pinos. Lo más grave es que hay quienes creen todavía en estas fantasías. Y como el PRI ganó en Guerrero y el PRD en Michoacán, los fantasiosos se quedarán contentos y convencidos de sus elucubraciones. Otras opiniones equívocas que circularon en esos días, producto de algunas lecturas erróneas de informaciones parciales, afirmaron que estábamos ante una “elección de Estado”, esa peculiar manera que tenemos de señalar que con el poder federal interviniendo a favor de un partido y el gobierno estatal a favor de otro, se impondría el que mayor inversión económica pusiera. En la incertidumbre, propia de los comicios competitivos y de los sistemas políticos democráticos, más de tres competidores y competidoras hicieron acusaciones mutuas al respecto. Más grave quizá, la aseveración de que la derrota del PRD fue porque el crimen organizado favoreció al PRI. Pues no. Las cosas no fueron así. Al menos yo no lo creo.
Claro, pueden usarse otras explicaciones más sofisticadas, en la frontera de la realidad y el mito. Si me permiten la parodia exagerada, y aprovecho para volver a la mitología griega, no sea que la echen de menos mis cuatro lectores, alguien podría decir que todo es culpa de Circe, la bella Ninfa que con sus encantamientos retuvo a Ulises por diez años en Calipso. Circe, pródiga en embelesos, cuyas pócimas convertían a los hombres en apacibles animalitos (no deja de tener su gracia que a un tal Pico lo transformara en un pájaro carpintero: ya saben, como dicen los mayas, el nombre determina el destino). Por cierto, Circe fue la creadora de Escila, ya conocida por los lectores de esta serie, la que antes de ser una horrible y monstruosa abominación, era una hermosa joven a la que Circe transformó por celos.
Imagínense, el día de la elección, a la poderosísima Circe activa, traviesa y malévola, pasando casilla por casilla, de una sección a un distrito electoral, y luego de un municipio a otro, varita mágica en mano hechizando votantes, transformándolos en pacíficos robotcitos, los que privados de libre voluntad y juicio para emitir su voto consciente, se limitan a sufragar por lo que la diosa les ordena. Recuperados en su forma humana tras el cierre de las casillas, no recuerdan nada de su encantamiento. Al contrario, la malvada Circe les inoculó la falsa idea de que habían votado por los candidatos de su preferencia.
Miren: ni mitos, ni encantamientos, ni pájaros carpinteros. Es esta la realidad de nuestra novel democracia, con todas sus imperfecciones perfectibles, con votantes de carne y hueso que hicieron su fila y sufragaron según su criterio, ciudadanas y ciudadanos también corpóreos a cargo de las casillas, que con virtud cívica y buena voluntad –lo que no excluye errores no intencionados e incluso, suponiendo sin conceder como dicen los abogados, algunos y seguramente los menos con cierta malevolencia– dedicaron sus energías y capacidades a garantizar el ejercicio del sufragio y después a constatar la voluntad popular expresada en las urnas. Las inconformidades se han canalizado por la vía institucional y ante la autoridad correspondiente, la instancia electoral correspondiente ha dado su veredicto o está todavía en proceso de hacerlo.
Pido ahora su comprensión, para que me vean de nuevo como profesor de Ciencia Política y no como servidor público. Como docente que busca hacer el análisis más simple y sencillo con el que puede dar una razonable explicación a sus alumnas y alumnos, de por qué fueron como fueron los resultados electorales. Y todo tan simple como sumar y restar.
Si nos fijamos en las elecciones precedentes, el PRI obtuvo, tanto en 2005 como en 2011, alrededor de 41 por ciento de los votos. El PRD, a su vez, alcanzó la victoria en ambas elecciones con cifras en torno al 54.5 por ciento en promedio. Bien: el PRI ha mantenido su votación histórica, ya que los datos definitivos le otorgan el 41.4 por ciento en las elecciones recientes del 7 de junio. Dicho sea de paso, para que nadie le quiera vender al licenciado Héctor Astudillo el cuento de que ganó gracias a la operación extraordinaria de actores políticos emergentes o tradicionales. Por su parte, el PRD en esta elección del 7 de junio, sin el apoyo de Movimiento Ciudadano, perdió el 8.2 por ciento del sufragio. Además, el PRD sufrió el desgajamiento de Morena, que sacó el 2.85 por ciento de los votos. Veamos entonces los resultados porcentuales a favor de las izquierdas en las elecciones del domingo día 7 de junio, en la elección a la gubernatura de Guerrero. Porcentaje del PRD: 33.1 por ciento; porcentaje a favor de  MC: 8.2 por ciento; y de Morena: 2.85 por ciento. La suma simple nos da como resultado 44.15 por ciento. Ya con este porcentaje, la victoria hubiese quedado en manos de los partidos de izquierda. Pero podemos seguir sumando. Recuerden que en la elección anterior (2011) el candidato del PAN, mi paisano y amigo Marcos Efrén Parra Gómez, que tenía una intención de voto cercana al 7 por ciento, y que pudo haber incrementado hasta un 10 por ciento según las tendencias y mi percepción, declinó en favor del candidato del PRD, el licenciado Ángel Heladio Aguirre Rivero, por acuerdo de la dirigencia nacional del blanquiazul. Esta decisión le permitió al PAN asegurar la Secretaría de Economía en el gabinete aguirrista, misma que ocupó el panista Enrique Castro. Y, recordemos también que en 2005, el PAN llamó a votar por Zeferino Torreblanca, candidato del PRD, alianza en la que, de facto, abandonaba a su candidata Porfiria Sandoval.
Supongamos que hubiera hecho lo mismo el candidato panista de 2015, Jorge Camacho Peñaloza, que aunque tuvo menos votos que los que le auguraban a su predecesor, hubiese sumado el porcentaje necesario para garantizar el triunfo holgado de Beatriz Mojica. Recordemos que en las pasadas elecciones del 7 de junio Jorge Camacho obtuvo el 4.9 por ciento. El agregado hipotético para la candidata Beatriz Mojica estaría alrededor del 50 por ciento y, en consecuencia, hubiera ganado la elección holgadamente. Ciertamente, el triunfo de las izquierdas y su alianza de facto con el PAN hubiera quedado sólo un poco por debajo de su votación histórica más alta, cuando aún no existía Morena e iba en coalición con Convergencia, hoy MC, y con candidaturas, la de Zeferino Torreblanca, y  la de Ángel Aguirre, que de manera natural le aportaban a la izquierda otro porcentaje de votos atraídos de otros “espacios de caza”. Y, por cierto, ya no en los libros de Comportamiento Electoral, sino en los más sencillos cuadernillos y manuales básicos del sentido común, se puede leer que, salvo casos excepcionales, en la tercera votación a la que se somete un partido o coalición que lleva en el ejercicio gubernamental dos mandatos consecutivos, suele ser inferior que las obtenidas en las elecciones precedentes, por el natural desgaste del ejercicio del gobierno, pero más aún si la coalición gobernante se divide. Eso explicaría el faltante del porcentaje agregado del 50 por ciento, menor que los procesos anteriores; además de la natural afectación al PRD por la tragedia de Iguala, los escándalos de corrupción y el regreso al PRI de un sector del aguirrismo.
Para decirlo en forma más simple: de 2011 a 2015, el agregado de votos del PRI y el agregado de votos No PRI se ha mantenido más o menos constante. Los votantes, si me permiten una pequeña exageración, no han cambiado. Quienes cambiaron fueron los dirigentes políticos del bloque de las izquierdas y los aliados del PRD, que se presentaron separados. Ésa, y no otra a mi juicio, es la explicación de los resultados desfavorables para la izquierda en Guerrero. Enhorabuena pues al PRI, por haber mantenido su cohesión interna. Felicitaciones a Héctor Astudillo que supo unir a su partido y a sus aliados, para aprovechar bien su segunda oportunidad. Y, espero sea esta otra lección aprendida –supongo– para los liderazgos de las izquierdas en Guerrero. Ahora, en la derrota, a sufrir el costo de la división, pero también a prepararse para ganar elecciones en 2018. Si las izquierdas van unidas y amplían su coalición opositora, tendrán una oportunidad; divididas, las izquierdas no tienen ni presente ni futuro exitoso.
En este contexto y considerando las virtudes de la prudencia que aprendí de mis maestras y maestros, significa que ante dos explicaciones de un fenómeno, la más simple es la mejor. Uno de los problemas principales de la cultura política en el Guerrero no viene tanto por parte de los ciudadanos, sino de las élites políticas, que no aceptan que si no les han votado es porque prefirieron a otros, o porque sus apoyos se dividieron. Y qué decir de la comentocracia, esa que cree que en cuanto más complicada es la explicación, más inteligente aparenta ser el explicador. O la del sospechosismo, en donde todo es falso, maniqueo y por tanto, todo se pone en duda.
Por cierto, en todo esto hay algo que me indigna sobremanera de un sector de las élites locales y de los opinadores. Y es lo que tiene que ver con la compra-venta del voto. Yo no digo que no haya compra. De que la hay, la hay. Y no se vale entonces que unos critiquen a los otros de lo que ellos mismos hacen, solo que con mayor intensidad unos que otros. De lo que dudo es de la venta y de sus hipotéticas consecuencias. Para ser precisos, creo que deberíamos desagregar a los posibles vendedores. Propongo tres posibles: uno, el político que ha tenido mala fortuna en las promociones internas de su partido y se ofrece a un partido distinto a cambio de algo; otro, el líder intermedio, que se acerca a los candidatos vendiéndoles la idea de que, con poca lana que le den, les consigue los votos necesarios para la victoria. Estos vendedores han hecho de eso su profesión o, en el caso de los líderes intermedios, un complemento para sus ingresos. Su comportamiento es racional, lo viven como una actividad profesional y no genera especiales consideraciones morales o éticas. Los posibles terceros vendedores son don Chano, el de los tacos de La Garita, Tony de San Mateo, y Eder, el joven operador de La Zapata. Esto es, las ciudadanas y los ciudadanos de Guerrero, al parecer, venales y mezquinos, carentes de dignidad que venden su honor por unos tamales, una despensa o unos centenares de pesos. Si resulta que el voto ciudadano es comprable, ¿de qué estamos hablando?
Dejemos entonces las simulaciones y cambiemos las elecciones por las subastas. Entre el público, los partidos. En el estrado, el representante de los votantes: “a ver, mil 200 votos de La Laja. Empezamos por 50 pesos el voto. ¿Quién da más? ¿Sesenta, dice el del partido A? Veo que levanta la mano el representante del partido B ¿70? Pues 70 a la una, 70 a las dos, 70 a las tres. Para el partido B los mil 200 votos de La Laja.
Por favor, no insultemos ni a la gente ni a la inteligencia ciudadana, al margen de las mentalidades y prácticas perversas, pero afortunadamente minoritarias. Hagamos de nuevo una hipótesis sencilla. ¿Quién suele tener más recursos? ¿Los gobiernos o sus opositores? La respuesta es obvia, y según la lógica de los que afirman que el voto se puede comprar, los gobiernos dispondrían de los medios para no perder las elecciones. Pero, ¿saben qué? en las democracias los partidos que gobiernan no siempre ganan las elecciones. Si las maquinarias electorales o los votantes fueran tan fácilmente manipulables, ¿cómo es que, en las pasadas elecciones, todos –todos– los partidos perdieron gobiernos?
En estos días, resulta especialmente vejatoria la banalización de la democracia que se deriva de la idea de que los votantes no importan. Se cumplen –y se celebran– en Inglaterra 800 años de la firma por parte del rey Juan Sin Tierra de la Carta Magna, mediante la cual aceptaba someterse a la ley y no situarse por encima de ella. Claro que lo hizo con la punta de una espada acariciándole el cuello y obligado por los nobles, con los que se comprometía a no violentar sus privilegios. Pero, matices aparte, la Carta Magna se considera el primer documento legal que protege los derechos y libertades civiles y figura entre los antecesores de las constituciones modernas, ésas que nos han dado democracia. Respetemos la democracia y respetemos a los ciudadanos y ciudadanas que la ejercen, según su legítima opinión, emitiendo sus votos.
Respetemos siempre los resultados del conteo de las urnas. Y si hay alguna inconformidad, acudamos siempre a las instancias legales para que la autoridad electoral emita su fallo, luego, acatemos el veredicto. Así se puede convivir en paz a la hora del relevo de los poderes públicos.
En la democracia se puede ganar o se perder, incluso por un voto. Pasada la elección y definidos los resultados, los ganadores por convicción democrática y obligación institucional deben convocar a la más amplia unidad de la sociedad  y gobernar para todas y todos. Las candidaturas que no fueron favorecidas por el voto mayoritario, por convicción democrática y obligación institucional, deben reconocer el triunfo de quienes ganaron con el sufragio mayoritario, expresar su respaldo institucional y reafirmarse en sus programas y proyectos como oposición leal. Seguir en otra ruta es contrario a la búsqueda de la armonía y la paz. Sin armonía y paz, no hay gobernabilidad democrática y se afecta hondamente al desarrollo de los pueblos. Vamos al relevo gubernamental en Guerrero, con armonía y en paz. Con la benevolencia de El Sur, la próxima entrega versará sobre Alejandro y el Nudo Gordiano, la entrega recepción, agenda legislativa, gobernabilidad democrática y cuentas claras.

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