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Recuerdan en el barco Esperanza de Greenpeace a los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos

*Cientos de porteños y visitantes hacen fila para visitar la embarcación

Óscar Ricardo Muñoz Cano

Miguel de Cervantes Saavedra dijo que el que no sabe gozar de la aventura cuando le viene, no se debe quejar si se le pasa. Por eso, quizás, a los cientos de personas que desde las 10 de la mañana, y hasta el mediodía de ayer, no les importó pasar al menos tres horas al rayo del sol y formarse dos veces para subir al barco de investigación y expediciones Esperanza de Greenpeace anclado en Acapulco.
Decenas de niños de la mano de sus madres, estudiantes en uniforme y parejas en plan de romance (que no perderían oportunidad para perderse en algún rincón oscuro) se agruparon en formaciones de 20 para recorrer una parte del buque y ser de alguna manera parte de su historia. El MV Esperanza (nombre oficial), última y mayor embarcación de la flota de Greenpeace, empezó a navegar en 2002 y ya participó en varias acciones de protesta como la de ese mismo año, la Cumbre de la Tierra de Johanesburgo (Sudáfrica).
Así también ha navegado en las costas africanas para documentar el impacto de las flotas pesqueras, y en él Greenpeace llevó a cabo la campaña Un año en defensa de nuestros océanos.
Con ese palmarés y mientras el calmado cielo retaba a las embravecidas y brillantes olas de la bahía, la embarcación de más de 2 mil toneladas y 72 metros de largo con una punta que se erige en lo alto, abrió sus puertas. Sobran las palabras cuando el olor de las olas y una vez a bordo, el mundo al que se entra es otro.
A decir de la guía y voluntaria, luego de avanzar entre pasadizos y escaleras diminutas para subir a una primera cubierta, el barco se construyó en Gdansk, Polonia, en 1984, donde era usado como barco de bomberos con el nombre de Eco Fighter, pero una vez que Greenpeace lo adquirió sufrió una trasformación general para optimizar su desempeño.
Cuenta con dos lanchas grandes y cuatro pequeñas de casco rígido conocidas como Zodiac y que son las que comúnmente enfrentan a los barcos durante las campañas de protesta que a lo largo de los últimos años resultaron más que peligrosas.
No hay que olvidar, por ejemplo, que a su primer barco, el Rainbow Warrior (el original), lo hundió el gobierno francés en 1985 para evitar una protesta contra las pruebas nucleares que realizaría ese país en sur del Océano Pacífico.
Pero más allá de la adrenalina por las persecuciones en el mar, los golpes de los chorros de agua, las bombas de humo, está el ideal de la gente que colabora con Greenpeace, recuerda la guía.
(No hay que olvidar, también, que Greenpeace busca con su labor salir en la prensa, y con frecuencia sus actuaciones son llamativas y espectaculares, aunque también polémicas).
No obstante, y entre gritos de asombro y muecas, por supuesto hubo quienes mirando hacia el mar, mientras el vaivén de las olas y la brisa del mar, se perdieron en lo desconocido, quizás imaginándose salvando animales marinos o emboscando a los barcos balleneros.
Ángeles y Alex, otros dos voluntarios de Querétaro, tomaron al grupo al llegar a la proa (al frente) para contarle sobre dos detalles que pasan desapercibidos cuando uno está a bordo: una manta y una red con luces.
Mientras la primera comentó que con la manta se exige paz, justicia y esperanza para el país, el segundo, Alex, destacó que “aunque somos una organización ambientalista, no somos indiferentes a problemáticas de otra índole, por eso, en solidaridad, se colocó esta malla con el número 43 para recordar a los normalistas (de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala en septiembre de 2014)”.
“Greenpeace tiene presente este hecho y para qué, pues para que vean que no sea olvidado y porque esperamos que no se repita estos hechos; no es posible que en un país como México se persigan a estudiantes…”.
En medio del silencio, incluso de los niños que no alcanzaron a comprender el rosto de sus padres, sólo quedó imaginar que más tarde y con seguridad el sol abría de confundirse con el espejo de agua y, a medida que la noche avanzara, las luces del barco se encenderían y con ellas las de los 43.
Unos minutos después, luego de más pasadizos y escaleras diminutas, el grupo llegó al puente donde otros dos voluntarios dieron cuenta brevemente de cómo se opera el barco.
A estas alturas, y por increíble que parezca, el grupo de niños aún seguía atento y sus padres orgullos.
Tras más pasadizos y escaleras diminutas, otra cubierta y en ella se ofreció una charla sobre el apagón analógico de diciembre de este año y los problemas que ocasionarán las televisiones que se convertirán en basura.
Un intento por convencer a la gente que colaborara económicamente con la causa (Greenpeace no depende más que de las donaciones) y al descender, las fotos de rigor, las sonrisas y finalmente los rostros de cansancio de decenas de niños de la mano de sus madres, estudiantes en uniforme y parejas en plan de romance (que desconocemos si perdieron la oportunidad para perderse en algún rincón oscuro).
Con seguridad hubo quienes al término del recorrido no ocultaron su decepción por el paseo, pero como dijo el escritor, músico, conductor de radio, de televisión y actor argentino Alejandro Dolina: las aventuras verdaderamente grandes son aquellas que mejoran el alma de quien las vive.

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