Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Arrebatos carnales / 14

Frida, cazadora de emociones

En 1935, acompañada por las estadunidenses Anita Brenner y Mari Shapiro, Frida “huye” a Nueva York, donde además de “tratar de vender” sus pinturas tendrá relaciones con “los malditos gringos de quienes yo tanto huía –apunta Diego Rivera– y a quienes trataba de sacarles todo el dinero posible”, y no sólo con hombres, sino también con mujeres. Frida “estaba dispuesta a desperdiciar su vida en la inteligencia de que… ya no parecía tener remedio”. Si la vida es breve, Frida, “cazadora de emociones”, trataría de sacarle todo el jugo posible. Diego sabe de la promiscuidad en que incurre Frida lejos de él, pregunta si la Kahlo lo hace por venganza, autodestrucción o simplemente placer, y arde “en todo género” de celos por la “vieja canija”, que –comprende– le estaba dando una lección.

Un león apellidado Trosky

En 1936 Diego y Frida se perdonaron, y hasta se prometieron que cambiarían. En España estalló la Guerra Civil y la pareja se puso del lado republicano. “En aquellos años ambos intervenimos para que León Trotsky…, perseguido de Stalin…” El pintor consideraba que Trotsky, “ideólogo de la Revolución, un amigo de la unidad socialdemócrata opuesto a la escisión entre bolcheviques y mencheviques”, era odiado por Stalin porque aquél le estaba preparando a éste “una biografía sumamente crítica” y plagada de denuncias criminales; porque se oponía a la propuesta stalinista de “construir la sociedad comunista en naciones aisladas”, por la creación de la IV Internacional (que amenazaba con desplazar a Stalin de la dirección del socialismo), y porque se “había convertido en un férreo acusador del pacto Hitler-Stalin” en 1939.
Para derrocar a Stalin, Trotsky proponía el sabotaje y el terrorismo, y Rivera empieza a sospechar que, de tomar el poder, este León podría ser un represor peor que Stalin. El artista –a través de Francisco Martín Moreno, que, más que un hábil jugador de barajas, opera como médium con privilegios absolutos– descubrirá que Trotsky y Lenin “crearon los campos de concentración a lo largo y ancho de Rusia, clausuraron cientos de periódicos socialistas, fundaron una policía secreta con facultades para aniquilar a los ‘enemigos del pueblo’ en masa”. Diego convence al presidente Lázaro Cárdenas de recibir a Trosky en su exilio político, aunque para él, como preámbulo del desengaño que sufrirá en lo político y (con Frida creando triángulos difusos) en lo sentimental, ya “cabe la posibilidad de que lo único que verdaderamente odiaba Trotsky de Stalin era que éste ejercía el poder de modo despótico”.
Para Stalin, el trotskismo se había vuelto “una pandilla, cínica y sin principios, de espías, de saboteadores y asesinos” que seguía instrucciones de gobiernos extranjeros, y, sentenció a León Trotsky a muerte.

Los recaditos entre Frida y Trotsky

Diego y Frida hospedaron a Lev Davidovich y a su esposa Natalia en su casa de Coyoacán, donde se hicieron de una ametralladora Thompson y montaban guardia para cuidarle el sueño al líder revolucionario. De inmediato Lombardo Toledano (CTM) protestó por la recepción que Cárdenas había dado a Trotsky, a quien calificó como “monstruo sanguinario y feroz”, cómplice de los crímenes leninistas. Trotsky respondió: “Los peores enemigos del socialismo del pueblo soviético son los supuestos ‘amigos’ de la pandilla dirigente de Moscú… Lombardo Toledano fue una parte de ellos. Lombardo es uno de los agentes más esforzados y menos escrupulosos de la burocracia de Moscú y el peor enemigo del trotskismo”.
Diego, que en todo momento intenta proteger a León, alega que se la jugó por él arriesgando su prestigio político, “yo –adelanta– compré su bandera sin saber en esos momentos que a pesar de que Frida evidentemente no hablaba ruso y se comunicaba con Trotsky en inglés, entre ellos empezaba una especie de flirteo. A este miserable –maldice Diego– yo lo había recibido en mi casa y le había abierto las puertas de mi país, y ahora coqueteaba con mi mujer”.
Se carteaban y platicaban en inglés, para que la esposa rusa no entendiera, pues en caso contrario el problema sentimental hubiera influido en la política: la imagen pública de Trotsky “se estrellaba ante la figura fuerte de Natalia”. Tiempo después, Diego sabrá que entre los libros que Trotsky le pide que le entregue de su parte a Frida “iban cartas e insinuaciones amorosas: yo, Diego Rivera, el imbécil, era el puente para que mi mujer, mi Frida…, se comunicara con Trotsky”.
Casi agradece no haberse enterado oportunamente de que Frida se veía “regularmente” con Trotsky en el departamento de Cristina, pues en ese caso “hubiera estallado en un arranque de celos de consecuencias imprevisibles”.

Una fiera con las mujeres

Quien no tardó en darse cuenta del romance secreto fue Natalia, la esposa de León, quien decidió la “separación por un tiempo”. Mientras León pedía perdón a Natalia, demandaba más amor a Frida. A los seis meses, ésta “se cansó”, y Natalia perdonó a quien llamaba su “perro viejo”.
…“Y yo invitándolo a México para protegerlo de los pistoleros de Stalin… ¡Grandísimo cabrón! Con el tiempo me enteraría de la clase de fiera que era Trotsky con las mujeres”. Celoso, resentido, afirma que no era la primera vez que León era infiel a Natalia, y pone de ejemplo a una “rubia joven inglesa” que le quitaba la respiración “en los días de la Revolución” y a Clara Sheridan, la artista encargada de esculpir su busto…
“Todos, en el fondo, estamos terriblemente solos”, escribe Natalia, y a Trotsky la frase le cae “como una cuchillada en el corazón” y “una ofensa a su concepción del hombre comunista”.

Su Frida a la distancia

Pero volvamos al tiempo en que Diego aún ignora cómo se llevan Frida y Trotsky. Con el fin de proteger a éste aún más, Diego compró la casa vecina. “He aquí a tu imbécil haciendo el papel de imbécil”.
Poco después de que la pareja de pintores acompaña por “buena parte de la República” a André Bretón y a su esposa, Frida viaja a Nueva York, donde expondrá pinturas, sufrirá dolores que difícilmente controlarán los doctores y, repuesta, tendrá una relación “íntima y apasionada” con el fotógrafo Nicholas Murray, en cuya ausencia vivirá “una aventura lésbica intensa” con la pintora Georgia O’Keeffe. “Su exposición fue un éxito tan inusitado como justificado” y, mientras Frida vendía en dólares y “tenía relaciones amorosas, carnales, con hombres y mujeres, yo le enviaba mis cartas, despidiéndome siempre como ‘tu principal sapo-rana’”, con lo que Diego intentaba relativizar el amor y la preocupación por lo que estuviera viviendo y sufriendo Frida.
Diego ya había discrepado con Trotsky respecto “a André Bretón”, pero el violento rompimiento con él se dio “porque se negó a publicar íntegro un texto mío en la revista Clave. La mutilación implicaba una represión a mi libertad de expresión… Un golpe de Estado a mi intelecto”. Volverían a confrontarse cuando el gobierno cardenista “decidió mandar petróleo mexicano a las potencias del Eje, a Adolfo Hitler, decisión que yo reprobé y condené”, mientras Trotsky “no tuvo el menor empacho en aceptar su validez y pertinencia”.
Cuando el muralista despidió a su antes admirado León, le dijo: “Es muy difícil discutir con quien lo sabe todo mejor que nadie”. Trotsky se fue a vivir a una casa más fortificada de Coyoacán. Ya sabía, entonces, que el “viejo intratable” había andado con “mi Frida”, y que ésta flirteaba con el escultor Isamu Noguchi. Tras escuchar su reclamo, Frida le respondió: “Mira, pinche rana con cuerpo de sapo, tú no eres nadie para hablar de fidelidad…”
Mientras Trotsky señala a la Revolución Mexicana como “la última revolución burguesa” y critica el régimen cardenista, Frida se distancia de Diego y en 1939 regresa a habitar la casa paterna y poco después se divorcia del pintor. Éste asegura que Frida bebía al menos una botella de brandy al día, y que sobrevivía gracias a Murray, “el maldito fotógrafo gringo…, a pesar de que él ya se había casado en Nueva York”.
“A Frida no le molestaba en realidad mi infidelidad como tal, sino que temía la humillación de que yo la pudiera abandonar por una mujerzuela”, aventura Diego. Reafirma que “ayudó” a Frida a terminar algunos de sus “cuadros”, “como justo homenaje nuestro amor”, y pregona, asombrado, el look a lo Frida, que se había vuelto archipopular: “Se empezó a hablar del estilo de vida de Frida Kahlo. Aparecía en Vogue… Salía en portadas y adquiría una popularidad realmente sorprendente en corto plazo gracias a sus vestidos, a su joyería y a su representación mexicanísima. Frida se mundializaba”.

La esposa de Chaplin; Irene Bohus, una pintora de nalgas notables

El 24 de mayo de 1940 Trotsky sufrió el primer atentado contra su vida. ”Un grupo de estalinistas, fanáticos y feroces, que incluían al pintor David Alfaro Siqueiros”, ametralló la recámara de León Trotsky y su esposa, quienes se escondieron debajo de la cama a tiempo. La policía logró apresar a todos los participantes de la intentona asesina, incluyendo a Siquerios.
“Para llenar el vacío producido por Frida”, a Diego le da por seguir disfrutando “el constante tráfico de jóvenes estadunidenses que venían a entrevistarme… o simplemente a acostarse conmigo… Ser un donjuán, a pesar de mi peso y de mi aspecto físico, no era sencillo, pero qué éxito había tenido con las mujeres”, entre las que destaca a Paulette Goddard, la esposa de Charles Chaplin, con quien disfrutó “diferentes fantasías que a ella le llamaban poderosamente la atención”. Paulette era la diva de “el gran mimo”, pero cuando posó para mí, sonríe el pintor, “me la devoré”.
Como acababa de romper con Trotsky, la policía consideró a Diego sospechoso de haber participado en el atentado. A petición de Paulette, Irene Bohus, “una joven pintora húngara, con las nalgas más notables que conocí en toda mi vida, una amante sensacional, ocasional –porque una vez debajo de la cama no podíamos hablar absolutamente de nada–”, lo sacó de la ciudad escondido en el piso de su automóvil… En San Francisco, Diego empezó a pintar un mural.

Espía de Estados Unidos

No terminaba 1939 cuando Diego se enteró que soviéticos y alemanes “habían firmado un pacto secreto que establecía una alianza entre Hitler y Stalin” y cayó en una “terrible confusión”. Como “no aceptaba la hegemonía de Stalin, ni mucho menos la de Hitler… me convertí en espía al servicio de los Estados Unidos”, revela el pintor sorpresivamente. “Para mí los vínculos entre los agentes de Stalin y los hombres de Hitler significaban una amenaza aún peor que la de Estados Unidos, por lo que decidí colaborar con los ‘representantes del imperialismo’, sin experimentar remordimiento alguno”. Se trataba de exhibir a los “pistoleros de Stalin”, a los “principales agentes de Moscú”, y “señaló” a Narciso Bassols y a Lombardo Toledano, y a Alejandro Carrillo, José Zapata Vela y Silvestre Revueltas.
En México operaban espías nazis y rusos, quienes, con organizaciones mexicanas, intentarían matar a Trotsky. El crimen se consumaría el 20 de agosto de 1940, a manos de Ramón Mercader.

Lupe hasta el final

En San Francisco, Diego Rivera supo que, tras someterse a un delicado tratamiento médico, Frida “se había ido con Heinz Berggruen, un joven rico y coleccionista de arte, a Nueva York”. Cuando volvió, ¿qué creen?, Diego y Frida se volvieron a casar.
“A estas alturas a Frida ya no le importaban mucho mis encuentros con otras mujeres. Seguíamos teniendo relaciones sexuales intensas y poderosas, en tanto yo le aseguraba que me gustaban tanto las hembras que creía ser lesbiano”. En el juego, “tal vez cruel para Frida”, él mandaba. Se refocila cuando cuenta cómo, para su sorpresa, Frida y él se fueron “a la cama” con Lupe Marín, “lo que nos permitió revivir a carcajadas las hazañas de Lupe. Cómo es la vida, ¿no?”.

Las insípidas María Félix y Dolores del Río

En 1942 Rivera pintó retratos de María Félix, “una mujer con la que tuve un encuentro sexual breve, insípido, aburrido”, y de Dolores del Río, cuyo encanto capturó “mientras ella se sentaba encima de mí y hacíamos el amor como para cumplir el protocolo y dejar huella de nuestra pasión”, otro “romance absolutamente insípido”.

Linda Christian y Pita Amor; la lista de Frida

La salud de Frida se deterioró y en 1944 usó corsé de acero. Tras una operación “cayó en una profunda depresión y en una espantosa paranoia”. Se hizo dependiente del Demerol y “cayó en la neurastenia, en la anorexia, en el alcoholismo”.
“Mientras tanto –nos informa Diego– me acosté también con Linda Christian y también con Pita Amor”.
En 1954 Frida intentó suicidarse. Meses después falleció a causa de una embolia pulmonar. Tenía 47 años. Dejó escrito: “Espero alegre la salida… espero no volver jamás…. Frida”.
También dejó una lista de sus amantes: Nicholas Murray, Georgia O’Keeffe, Lupe Marín, Ignacio Aguirre, Isamu Noguchi, María Félix, Dolores del Río, Ricardo Arias Viñas, León Trotsky, Julien Levi, diferentes miembros del Partido Comunista, Heinz Berggruen y José Bartoli.
Por su parte, Diego se casaría con Emma Hurtado, y, después de curarse de un cáncer de pene, tendría relaciones íntimas con Rina Lazo y con Machil Armida. En su recuento fabuloso, reconocerá que a nadie admiró, idolatró y respetó más que Frida. Aunque el texto termine con otro nombre de mujer: “Luuu… Luuu… pe…”, emitió el pintor, de modo subconsciente, en la agonía de su delirio memorístico-sensual.

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