Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Raymundo Riva Palacio

PORTARRETRATO

* Un gobernante con cara de niño

Miguel Ángel Mancera tiene una voz aguda y cara de niño. También una rutina que comienza a las cinco de la mañana, casi sin excepción, en el gimnasio. Corre –le gustan los maratones–, hace abdominales y pesas. Es consistente y disciplinado, lo que le sirvió para reorientar su vocación profesional y darle dirección, cuando su futuro político se desmoronaba, a su vida transexenal.
Mancera pensaba ser doctor, pero un accidente de tránsito a los 18 años, donde sintió que la autoridad había abusado de él, lo empujó a estudiar Derecho. Se enfocó al campo de lo penal, con lo cual incursionó en la academia y en las áreas de asesoría en el gobierno del Distrito Federal. Discreto, tímido incluso, fue nombrado subprocurador de Procesos Penales al arrancar el gobierno de Marcelo Ebrard, quien hace poco más de dos años, estaba decidido prácticamente a cesarlo.
Para entonces ya había sido nombrado procurador, luego que Rodolfo Félix, quien era su jefe, cometió errores de procedimiento y políticos en el manejo de la desgracia del infame antro News Divine en 2008. Mancera fue víctima de la intriga en el entorno de Ebrard, en buena parte porque el ser eficiente había ido aparejado de protagonismo mediático. Contrario a su estilo, Mancera había tenido que salir ante la opinión pública por la deficiencia de otros funcionarios, que en momentos críticos optaban por esconderse.
“Mancera fue el funcionario mejor calificado del gobierno de Ebrard durante los dos últimos dos años”, recordó Juan Ricardo Pérez Escamilla, director de Eficiencia Informativa, una de las principales empresas de monitoreo de medios del país, cuando fue nominado a la jefatura de gobierno capitalino por la izquierda. Sin embargo, lo que para algunos era un desenlace natural por su gestión, para otros era lo contrario. Mancera, incluso, llegó a estar dos meses sin hablarse con Ebrard más allá de lo estrictamente necesario por trabajo, a mediados del año pasado.
Nunca estuvo en el radar de Ebrard hasta enero pasado. En el ánimo del jefe de gobierno para su relevo, estaba Mario Delgado, a quien preparó como su delfín, primero como secretario de Finanzas y luego como secretario de Educación, pero nunca creció. En diciembre le dijo que tenía que olvidarse de la nominación, y sin estar entre sus afectos, se inclinó por Alejandra Barrales, la líder de la Asamblea Legislativa, con quien pese a no pertenecer a la misma tribu perredista, había establecido una eficaz mancuerna para la gobernabilidad capitalina. Barrales pasó Navidad con la promesa que sería la candidata y la petición expresa de que Manuel Camacho, asesor en las sombras de Ebrard, fuera su jefe de campaña.
El nuevo año cambió las fichas. Desde diciembre, Ebrard le dio el banderazo de salida a Mancera para que comenzara a buscar la nominación de la izquierda. En enero, con el respaldo informal del gobierno del Distrito Federal, la ciudad se tapizó de su propaganda. Una encuesta definiría la nominación, donde los finalistas, irónicamente pareja hasta hacía unos años, serían ellos dos. Mancera derrotó a Barrales, quien contendió por el Senado.
El cambio de estrategia mostró sus bondades. Mancera aplastó tres a uno al segundo lugar en la contienda por el Distrito Federal, Beatriz Paredes, y llevó a la izquierda a la votación más alta en su historia, superando por casi medio millón de votos los que obtuvo el carismático candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador. Nunca a lo largo de la campaña estuvo en peligro, pero nunca tampoco dejó de hacer campaña como si fuera perdiendo.
Mancera, institucional hasta el final de su gestión como funcionario público, se presentó siempre como el candidato de la continuidad. De esa forma, captó los positivos de Ebrard, muy bien calificado por los habitantes del Distrito Federal, y los sumó a los suyos, que fueron incrementándose en la medida que más gente lo conocía. Los negativos, como el News Divine, que no fue su responsabilidad, de cualquier manera los iba a pagar. Su estrategia fue consistente y eficaz hasta el final.
Pero Mancera tuvo otros atractivos para el electorado que estaban en el subconsciente del capitalino, y que rompió con toda lógica donde un funcionario en áreas de seguridad, lejos de ser estimado, es repudiado. “Mancera está sentado sobre un tambor de pólvora que en cualquier momento explota”, dijo el senador Carlos Navarrete, cuando también aspiraba la nominación. Ese tambor nunca explotó, sino todo lo contrario. Su labor como procurador le ganó respeto y cariño. La abrumadora votación a su favor lo demostró.
Desde 1997 la izquierda gobierna la ciudad de México, y su administración le dará vida por cuando menos seis años más. Ebrard, con el cambio de estrategia de último momento, debe estar satisfecho de que su gambito funcionó en el mejor de sus escenarios. El 2018 es la siguiente gran meta para los que piensan grande. Pero sólo cabrá uno de los dos: el hacedor o el ejecutor. Pero de ello, el tiempo ya lo dirá.

[email protected]
twitter: @rivapa

468 ad