Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XXVII)

Los terremotos

Los acapulqueños no olvidan los terremotos de enero de 1899, uno el 24 y otro el 29, este último de 8.4 grados en la escala de Mercalli. No obstante la capacidad destructora del segundo, no son significativos los daños sufridos por el fuerte de San Diego, destruido por un movimiento similar en 1776. Las grades olas originadas mar adentro invaden las partes bajas del puerto (tsunami, le dicen hoy), fenómeno ante el cual la población ya tendrá un caminito muy andado: remontar los cerros del anfiteatro. Así lo han hecho y así lo harán con harta frecuencia. Los movimientos telúricos del siglo XIX arrojan un balance mundial aterrador: 439 mil muertos
Algunos de tales movimientos se originaban a causa de las explosiones del volcán de Colima o “volcán de Fuego”, en los límites de aquella entidad con el de Jalisco. Dará pie ello a una idea que los acapulqueños se meterán entre ceja y ceja: la existencia de un volcán listo para emerger en plena bahía.
–¿Quiere decir que ya no entrarían los barcos?–, pregunta alguien en aras de una ingenuidad extraviada. Estibador, seguramente.
–“Siseráspendejo” –le canta la chorcha en coro. ¿Qué barco va a querer acercarse al puerto? Además, ¿qué va a quedar de Acapulco después de una explosión de tal potencia?
Nunca han faltado, la verdad sea dicha, los acapulqueños convencidos de que un volcán dormido despuntará algún día tan alto como los cerros del anfiteatro y tan ancho como la propia bahía. Y entonces sí, ni para dónde ir.

Adolfo Cienfuegos y Camus

Nace en Tixtla el 27 de septiembre de 1899, hijo de Francisco Cienfuegos, Peñaloza y Petra Camus González. Soldado revolucionario, diputado al Constituyente de 1917 y diplomático, Cienfuegos ejerció el magisterio en la escuela Normal y en la escuela de Altos Estudios. Sus cátedras fueron Historia Patria, Sociología y Economía Política.

Diego Álvarez Benítez

Cuatro veces gobernador de Guerrero, la primera sustituyendo a don Juan Álvarez, su padre, y las tres siguientes constitucionales, Diego Álvarez Benítez muere en el siglo que nos ocupa, precisamente el 28 de enero de 1889. Edificó el palacio de gobierno e introdujo el agua potable a Chilpancingo. Promulgó la Constitución del estado, la Ley de Instrucción Pública y modernizó la agricultura con maquinaria traída de Estados Unidos.

Las profecías

Tiempo y lugar propicios serán estos para el surgimiento de nuevas profecías así como para la exhumación de otras muy antiguas. Todas advirtiendo a la humanidad que su mala levadura la hará merecedora de todos los males del mundo, incluida la extinción. Una de ellas coloca algunas regiones del planeta al borde de la devastación. La de la monja Hldegard von Bingen, por ejemplo, profetiza en el Siglo XII la desaparición, “después del cometa,” de Estados Unidos. Arrasado por los efectos de “terremotos, tormentas y grandes olas del océano”. Y nosotros con ellos, but of course.
“Todas las ciudades de la costa del mar vivirán temerosas y muchas de ellas serán destruidas por maremotos y las criaturas vivientes morirán asesinadas e incluso aquellas que escapen de morir, de enfermedades” (¡gulp!).
Sin embargo, no todos los profetas son pesimistas. El serbio Mitar Tarabica predice antes de morir en 1899 que “los hombres conocerán una caja cuyo interior será una especie de gadget con imágenes”. También, “que el hombre viajará a otros mundos para encontrar desiertos sin vida”.
Entre las profecías de siempre se revisará una muy vieja y muy sabida de Nostradamus. Una coincidente con la de la monja alemana, o sea, la devastación de la costa oeste de los Estados Unidos a causa de un terremoto. Otra de un “saurín” francés que vivió en los mil quinientos y que advierte que la quema de las selvas tropicales abrirá un enorme boquete en la capa de ozono. Expondrá a los seres humanos a una radiación dañina de rayos ultravioleta. (¿Ya?).

Año preelectoral

Año preelectoral, este 1889 es testigo de una cargada sui géneris. No de partidos o agrupaciones civiles sino de varios periódicos metropolitanos a favor de una nueva reelección del “Héroe de la Paz, el Orden y el Progreso”. La proponen los cotidianos La Palabra Libre, El Cosmopolita, El Reproductor, El Imparcial y otros. El Liberal es el único que desentona postulando al general Bernardo Reyes, acusado por ello de “ficción democrática”. Se trataba en realidad de someter al Congreso una iniciativa para reformar la Constitución y otorgar a don Porfirio la presidencia vitalicia. El intento fracasa ante el antagonismo natural entre liberales y conservadores; diferencias profundas, dijeron unos y otros.

La Ciudad de México

Deslumbrados en todos sentidos regresan acapulqueños de una ciudad de México preparándose alegremente para recibir año y siglo nuevos. Se ha instalado en el centro capitalino el alumbrado público de bombilla, a cargo de la empresa alemana Siemens & Halske. Lo pondrá en servicio el propio presidente Díaz durante la Noche de San Silvestre. Para el día 15 de enero de 1900 se ha programado poner en circulación el servicio del transporte operado por la energía eléctrica. Se dirá adiós a la estampa nostálgica de “las mulitas”.

El fin del siglo XIX

Con permiso de los hermanos Joseph Zetina nos vamos a servir de la sabrosa narración de su padre Jorge Joseph Piedra, el más querido alcalde que ha tenido Acapulco, para cerrar esta serie precisamente con la despedida del año 1899 (En el Viejo Acapulco, Luz de Guadalupe Joseph)
“Más aprisa de lo que se quería, marchaba el siglo XIX hacia su postrer minuto. Así lo sentían los acapulqueños, los inteligentes, pero ingenuos acapulqueños decimonónicos, acogotados por el terror a lo desconocido; o más bien, por el miedo a comparecer ante el Juicio Final que se iniciaría al sonar la última campanada del 31 de diciembre de 1899. Del Juicio Final se hablaba que estaría presidido por el Padre Eterno, en su condición de Juez Supremo e integrado por el Espíritu Santo como defensor de oficio, auxiliado por su coadyuvante la Vírgen María en todas sus advocaciones; y los miembros del Divino Gran Jurado iban a ser los arcángeles, los ángeles y las potestades.
Esa era la creencia que prevalecía en el último mes de diciembre del siglo XIX. Se decía que las tumbas se iban abrir y que de ellas iban a salir a borbotones todos los muertos en descarnados esqueletos, para deambular por todos los rumbos de un mundo en trance de muerte. No podían ser más horripilantes las visiones que poblaban las mentes atormentadas de los buenazos porteños, haciendo preparativos para rendir cuentas al Creador. Para ir unos –los más–, derechito al infierno por los siglos de los siglos, otros –los menos–, al cielo a gozar de una gloria eterna. La mayoría derechito al purgatorio con boleto para el cielo una vez transcurridas varias centurias o milenios de chamusquina feroz.
Como la vida es muy amable, por duros que sean los coscorrones que nos da un día sí y otro también, en el alma de todos alentaba como contraparte una dulce esperanza de que el siglo XIX no fuera el último. Por el contrario, el primero de una sucesión de centurias en las cuales estarían proscritas las enfermedades y las guerras. O sea, que concluía un imperio de la muerte y empezaba el de la vida sin fin, muy feliz, en la Tierra.

La Madre Matiana

(A la “Madre Matiana” se le concedía muçcha credibilidad porque dicen que fue una monja iluminada por el Espíritu Santo, que tenía la facultad de predecir, de profetizar con gran acierto. Había escrito 50 años atrás que “México sería gobernado por un príncipe rubio y de ojos azules, quien, incomprendido, moriría trágicamente” (Maximiliano). También, que “un enemigo de Dios se enseñorearía de la República durante luengos años” (no otro que Juárez).
Las tres grandes casas comerciales, B Fernández y Cía; P. Uruñuela y Cía; y Alzuyeta y Cía, manejadas respectivamente por don Baltazar Fernández, Pedro Uruñuela y Alfonso Alzuyeta instruyeron a sus tenedores de libros (hoy, CPTs) dar por pagadas las cuentas de sus clientes. Los señores Uruñuela, Alzuyeta y Fernández eran personas hasta cierto punto cultas como para tragarse semejantes tonterías. Sucedía que el miedo colectivo era contagioso y que la duda mataba de cierto
El miedo, era cierto, no andaba en burro y el miedo los era todo al finalizar el decimonónico en el puerto. Tanto que el ayuntamiento hará un acto de gracia ( léase miedo) al poner en libertad a todos los presos de la cárcel municipal, no obstante que entre ellos habían sujetos dignos del infierno.
Atendiendo la recomendación del ayuntamiento, muchos vecinos blanquearon sus casas y hasta pintaron de rojo las tejas. Quienes vivían en casas de palapa desgajaron palmeras y les dieron a su chozas techos y paredes nuevas, verdes, frescas. Los vecinos pobres recibieron ayuda municipal consistente en cal para el blanqueo. En general, se remozó el puerto y lució hermoso como nunca.

La velación del huevo

El día 30 en casi todos los hogares empezó la velación del huevo crudo, exactamente a las 12 de la noche. A esa hora se le echaba en un vaso de agua y nadie debía ver el contenido sino hasta empezar el nuevo año. Si la clara daba la impresión de un velo de novia indicaba que habría boda en casa. Si la misma clara adoptaba la forma de dos o tres mástiles con velas, era anuncio de viaje. Pero cuando la clara o la yema adoptaba la forma de una calavera, un ataúd , lápida de camposanto o de cirios : ¡muerte segura!.
La prueba del copal consistía en el encendido de pedacitos de ese incienso para ponerlos a flotar en una palangana con agua serenada. Cada fragmento de copal representaba a cada uno de los miembros de la familia, por lo que el primero en apagarse significaba que moriría ese año.
Cuando había eclipse de Luna o de Sol en el viejo Acapulco era costumbre generalizada en los barrios hacer sonar, lo más fuerte y persistente posible, botes viejos, bacinicas, campanas, matracas, láminas, y todo objeto que produjera ruido. Lo que se trataba era de ayudar a la Tierra a ganar la pelea a La Luna o al Sol, según el eclipse que fuera, terminando el ruido infernal hasta el fin del fenómeno.
Al hacer lo mismo a las 12 de la noche del 31 de diciembre, se trataba de ayudar a la Tierra pero esta vez para que no fuera a morir, a estallar o a convertirse en una bola de fuego como aseguraba alguna profecía.
Las fiestas que organicen ese día los alcaldes entrante y saliente de Acapulco, doctor Antonio Butrón Díaz y Antonio Pintos Sierra, servirán de muy poco para levantar el ánimo de la población. La profecías serán más poderosas.

El Popular

Atrás había quedado el “siglo de las luces”. La sociedad mexicana se reflejó en las ilusiones y las esperanzas que traía consigo el tránsito hacia un nuevo siglo. El editorial de El Popular, diario de la mañana, lo abrigaba y condicionaba.
“Para que México siga su avance en el siglo XX , falta que el gobierno se ponga a la altura del esfuerzo y del avance del pueblo, multiplicando las escuelas, abriendo paso a la justicia que hoy sirve al poderoso; extirpando el caciquismo; dejando al pueblo el libre ejercicio de sus derechos democráticos para que el poder quede en manos de hombres ilustrados, probos, patriotas y progresistas. Y México, fortalecido por la instrucción, la justicia y la aptitud para el trabajo, llegará a la cima de su engrandecimiento”
–¡Anjá!

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