Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

El sismo de hace 30 años

Los sismos de septiembre de 1985 terminaron con mitos y supersticiones con los que crecimos muchos mexicanos.
Ni las señales del cielo aborregado en las que uno podía ver un previsible temblor, ni el ladrido de los perros que avisan de un acontecimiento inusitado aparecieron aquella mañana.
Era un poco antes de las 8 de la mañana de ése 19 de septiembre que correspondía a un día de clases.
Recuerdo que Bolivia terminaba de vestirse el uniforme de la primaria mientras su mamá la peinaba frente al espejo del baño cuando sucedió lo del temblor.
Sin haber escuchado el retumbo que precede siempre a los movimientos telúricos, todo comenzó a moverse, primero con suavidad haciendo pensar en un mareo pasajero, pero pronto cobró una intensidad violenta igual que los gritos de espanto que comenzaron a escucharse dondequiera.
Yo que siempre me he guiado en esos casos con la idea de que es más seguro mantenerse dentro de la casa, me resistía a dejarla, hasta que comenzaron a caerse las cosas.
Fueron esos escasos segundos de resistencia a salirme con mi hijo Iroel en brazos cuando se escuchó el estruendo en el patio que da a la calle.
Fue el tinaco lleno de agua el que hizo ruido al caerse de la azotea hecho añicos, cayó justo por donde debíamos pasar buscando la salida mientras y el temblor parecía eterno.
Fue en ese momento cuando recordé la creencia de mi madre de que poniendo en el suelo en forma de cruz a un niño, es el conjuro para que deje de temblar.
Su argumento es que dicho poder nace de la inocencia en que aún se encuentra la criatura, a quien Dios respeta y atiende.
Pero a pesar de ése momento de apuro, sobre mi instinto supersticioso se impuso mi pensamiento racional y preferí buscar en la calle, alejando de cualquier construcción que pudiera caerse, la seguridad que ya no veía dentro de mi casa.
En un momento los vecinos nos vimos en la calle, a medio vestir y a medio despertar, todos con los pelos de punta que entonces lo atribuimos al susto.
Aún con la experiencia de haber vivido esa magnitud de temblor que nadie había experimentado antes, todos seguimos en nuestra rutina como si se hubiera tratado de un día normal, porque las clases no se suspendieron.
Fue al paso de las horas cuando cada quien hizo recuento de lo que había sucedido y la verdad los daños físicos fueron insignificantes frente a la dimensión del sismo.
En Zihuatanejo los trabajadores del Seguro Social desalojaron de la clínica hospital a todos los enfermos para ponerlos a salvo; algunas construcciones en la ciudad y en la zona hotelera sufrieron averías sin consecuencias graves.
En la playa principal nadie miró que el mar se hubiera recogido, pero una gran ola penetró al canal de aguas pluviales llevando con ella una gran variedad de peces que saltaban en la superficie bajo la mirada sorprendida de los transeúntes que ése día hicieron la mejor pesca de su vida.
La comunicación telefónica con la ciudad de México quedó suspendida, y sólo más tarde uno de los canales de la televisión comenzó a dar cuenta de la enorme tragedia sucedida en pleno corazón de México.
Para muchos el temblor de la mañana fue menos fuerte que el registrado por la tarde, pero quizá en esa apreciación influyeron los nervios de punta que todo mundo tenía.
Esa tarde estábamos reunidos en la oficina que el PMS tenía en la colonia Emiliano Zapata y en cuanto sentimos el temblor nos salimos al patio e instintivamente nos tomamos todos de la mano pensando que el fin del mundo llegaba inevitable.
Los que no esperaban que la réplica del temblor en la tarde superara el de la mañana fueron los habitantes de Barra de Potosí quienes sufrieron la pérdida de sus bienes porque el mar se los tragó.
Lo único que todos los lugareños celebraron fue que el tsunami no cobró una sola vida aunque se haya llevado hasta el mar todo el patrimonio que tenían bajo las enramadas.
Desde aquel año los temblores reforzaron la actividad de los militantes religiosos que predican la proximidad del fin del mundo, explotando el temor de la gente para atraerla a sus sectas bajo el argumento de que esos siniestros naturales son las señales escritas en la biblia.
Los Tolongos como le llaman en la Costa Chica a los protestantes o “hermanos separados” como también les dicen en otras regiones a los Testigos de Jehová, tomaron con más ahínco su misión de “salvar a la humanidad” yendo casa por casa en esa disputa del territorio que se ha puesto tanto en boga.

Entonces platiquen entre ustedes

En Zihuatanejo, donde particularmente andan activos los militantes religiosos, algunos vecinos cada vez encuentran menos argumentos para resistir su acoso, enredándose en el laberinto de sus dudas frente al avezado conocimiento de quienes han sido entrenados en las lecturas bíblicas para confundir y atemorizar, aprovechando el menor resquicio que les dejan.
En cambio, hay otros que aprovechan su ingenio para deshacerse de esos visitantes incómodos que suelen llegar a la puerta de las casas en los momentos de mayor apuro.
En el último caso se inscribe el de Carlos, el clásico costeño ingenioso quien esa mañana fue interrumpido cuando se preparaba para salir a trabajar.
–¿Quién es? –Contestó Carlos en respuesta a los toquidos que sonaban en la puerta.
–Somos Testigos de Jehova, –fue la respuesta.
–¿Qué quieren? –Preguntó Carlos.
–Queremos platicar… –dijeron.
–¿Cuántos son? –siguió preguntando el de la casa mientras se preparaba para salir rumbo al trabajo.
_Somos cuatro –respondieron los tolongos.
_Bueno… –platiquen entre ustedes, les dijo al despedirse.

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