Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jesús Mendoza Zaragoza

¿Ganó México?

Al siguiente día de la elección, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) difundió ampliamente su interpretación de los resultados de la elección del Presidente de la República. Dice que ganó México. Es claro que esta es una expresión publicitaria, tan vacía como tantas otras que escuchamos durante el proceso electoral, con las que los partidos políticos vendían sus productos. ¿Qué decir de esta divisa con la que se pretende convencer que al ganar el PRI, México sale ganando?
En primer lugar, el triunfo de un partido político no puede equivaler al triunfo del país. Un partido, cualquiera que sea, siempre es una expresión política parcial y no puede arrogarse la representación de todos. Muchos mensajes partidistas suelen abusar, de manera sistemática, de este sofisma con el fin de engañar y manipular a la población.
En segundo lugar, los partidos tienen su referente primordial en un determinado sistema político, en el que ocupan un lugar específico y de primer orden. De hecho, el sistema político mexicano ha tenido como principales protagonistas y beneficiarios a los partidos políticos y ha marginado al pueblo, por lo que su funcionamiento no coincide necesariamente con el bien de México. Es más, la percepción más común es que México padece un sistema político parásito que se reproduce a sí mismo en oposición a los intereses del país.
Por ello, cada elección no es otra cosa que un reciclaje del sistema político que busca e intenta adaptarse a las nuevas condiciones del país, de manera que las élites se redistribuyen el poder y el dinero. Mientras este sistema político se mantiene sobre el interés público, no puede estar en condiciones de satisfacer las necesidades de justicia, equidad, paz y reconciliación.
¿Qué ganó México? México no puede ganar mientras prevalezca el interés de los partidos sobre el interés público y mientras el sistema político sea sólo un árbitro que distribuye parcelas de poder entre sus comparsas. Un sistema político, hecho de podredumbre no puede proporcionar soluciones a los graves flagelos del país, como son la miseria y la violencia.
Hablar de un sistema político podrido puede parecer un exceso a muchos, que se han acomodado o que ganan réditos del mismo. Pero, ¿qué puede decirse de un sistema que promueve o permite situaciones perversas que han influido en el atraso del país y en sufrimiento de las mayorías? ¿Acaso no son perversas tantas prácticas legales e ilegales que prevalecen en la vida pública?
¿No es perverso un sistema que establece privilegios a una onerosa clase política que sólo significa un fardo para el país? ¿No es perverso el que haya diputados plurinominales que no representan a nadie sino sólo a los partidos? ¿No es perverso que por esta vía nos impongan como legisladores a indeseables que sólo sirven para acomodos y ajustes partidistas? ¿No es perverso el fuero de legisladores y gobernantes que, en la práctica, los coloca en una situación de impunidad ante la justicia?
¿No es perverso un sistema político que permite que haya partidos como meros negocios y patrimonios de familias y grupos políticos? ¿No es perversa la entrega de abundantes recursos públicos a los partidos para que los gasten arbitrariamente frente a la miseria del país? ¿No son criminales los sueldos de la alta burocracia del país lo mismo que sus prestaciones excesivas? Aquí hay que reconocer que hay delincuencia organizada al amparo de la ley.
¿Acaso no es perverso un sistema político que tolera campañas electorales plagadas de mañas y de delitos que no se castigan como la compra masiva de votos y el lucro de la pobreza? ¿No es perverso un sistema político que permite que, mientras a un pobre lo meten a la cárcel cuando roba para comer, a un político le permite mil formas de protegerse cuando roba cantidades millonarias del erario público?
¿Y qué decir de la testarudez de los políticos que no dan paso a las candidaturas ciudadanas y a figuras jurídicas que amplíen el empoderamiento de los ciudadanos como la revocación de mandato, el plebiscito, la consulta ciudadana y el referéndum? ¿Y qué decir de un sistema político que permitió la corrupción sin límites, que abrió las puertas al narcotráfico y al crimen organizado, con el que comparte ahora el poder?
Para completar el escenario, es necesario reconocer la inconsistencia de una ciudadanía que carece de lucidez y de responsabilidad social, las que se han derivado del sistema político corrupto. Una ciudadanía acomplejada desde hace décadas y reducida al infantilismo político ha funcionado perfectamente a los intereses de la clase política. De hecho, esta ciudadanía es el resultado del ejercicio autoritario del poder que no nos permite asumir con madurez nuestras responsabilidades públicas. Esta ciudadanía es funcional al sistema porque es un producto del mismo y no es capaz de sacudirse la inercia de no pensar y de no asumir las responsabilidades que le tocan. La cultura política de la mayoría de los mexicanos es muy inconsistente y no da para mucho. También hay que reconocer que hay políticos, los menos, que se esfuerzan por sanear el sistema político desde su interior, con escasos resultados.
¿Es creíble que un proceso electoral realizado en el contexto de un sistema político perverso pueda darnos un resultado favorable para el país? Eso de que México salió ganando, ¿no suena a burla y a provocación de rencores y desconfianzas? Porque quien salió ganando fue el sistema político y lo peor del mismo, es decir, sus sectores más oscuros, que van a lucrar con el poder y con el dinero público. Salieron ganando las televisoras y los medios que se han acomodado al sistema de mentiras; salieron ganando las grandes corporaciones, beneficiadas siempre por leyes que las exentan de impuestos y se comportan de manera insolidaria con el país.
Y, ¿quienes salieron perdiendo? Desde luego que los partidos como tales, no. Hasta los que perdieron salieron ganando porque siguen en la burbuja de los privilegios. Quien salió perdiendo fue México, que tarde o temprano despertará de su letargo trenzado de apatía, miedo, miseria e ignorancia. Perdió México porque seguirá cargando sobre sus espaldas el pesado fardo de este sistema político que duele hasta el fondo del alma, pues genera desesperanza y desconfianza.
Pero dentro de este panorama político no podemos vivir pataleando de manera sistemática ante las desgracias que nos vienen; más bien tenemos que asumirlo como desafío en el ámbito de la sociedad civil. Si, por un lado, estas elecciones confirman la capacidad corruptora del sistema político que se vuelca contra los intereses legítimos del país, por otro lado se ha ido dando la emergencia de una sociedad civil que, poco a poco, podrá construir respuestas contundentes para lograr los cambios que necesita México. Uno de esos cambios de fondo es, precisamente, el del sistema político, que no va a ser transformado por los políticos que, aunque ciudadanos, viven en la burbuja de los endemoniados privilegios, sino por los ciudadanos de a pie que sólo cuentan con su esperanza y su aspiración a la justicia.
El movimiento estudiantil que detonó el 11 de mayo en la Universidad Iberoamericana es una señal de lo que puede venir como respuesta ciudadana ante los enconos de los poderes amafiados que sostienen el sistema político. #YoSoy132 ha emergido como resultado del hartazgo ciudadano y, en la medida en que se mantenga con una actitud plural y apartidista, podrá ofrecer al país una contribución extraordinaria.
Por otra parte, México saldrá ganando si esta crítica situación es convertida en una oportunidad de construir capacidades en los ciudadanos de manera que no sólo puedan salir a la calle a gritar, sino que asuman tareas concretas, acciones locales y proyectos sociales que se vayan vinculando en redes para fortalecer el tejido social del país tan deteriorado por una manera burda de hacer política. Todo parece apuntar a que México va a ganar sólo cuando se ciudadanice la política y ésta no esté sometida al monopolio de los partidos.

468 ad