Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Abelardo Martín M.

¡Estamos en “el grito”!

En broma muchos creen que Guerrero y el país están, literalmente, en “un grito”, muy a propósito de la tradición con la que se celebra el aniversario de la Independencia nacional, en el que en la federación, en los estados y los municipios, los titulares dan el Grito de la emancipación y el rompimiento de las cadenas del imperialismo español. Hoy, ese grito equivaldría a romper con la miseria, la marginación, la violencia, la ingobernabilidad que lacera y que, como la humedad, penetra todos los ámbitos de la sociedad.
Así se ha entendido incluso en Palacio Nacional, donde se anunció de manera anticipada la cancelación del tradicional festejo ofrecido al cuerpo diplomático y a los demás invitados luego del Grito en el balcón central. No están los tiempos para brindar, por lo que se impuso más apropiadamente un discreto mutis.
En nuestro estado, cuna de la Independencia, al igual que en el resto del territorio nacional en estos días de septiembre, más que un ambiente de júbilo por el recuerdo del nacimiento de México como nación, priva desde el año pasado la reminiscencia de tragedias acumuladas, una de ellas, la ocurrida en Iguala.
Más ahora que al tema, que de por si reviviría al aproximarse el primer aniversario de la masacre, le ha dado nuevo reflectores el reciente informe presentado por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) enviado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en el cual se echa por tierra la “verdad histórica” presentada en su momento por la Procuraduría General de la República. Ahora la PGR se verá obligada a nuevos peritajes e investigaciones, pues a nadie ha satisfecho lo hasta hoy presentado. Menos aún a los padres de los desaparecidos.
El clero mismo ha hecho eco de lo señalado en el informe de los expertos de la CIDH. El editorial del más reciente número del semanario Desde la Fe, titulado “Vergüenza internacional”, afirma que las autoridades “ahora se encuentran profundamente angustiadas ante la más grave crisis del sistema de procuración de justicia en nuestro país, un sistema profundamente descompuesto, viciado y corrupto, un sistema del que la mayoría de los mexicanos desconfía, y nos lleva a la convicción de que en México no existe una verdadera impartición de justicia”.
El texto aludido menciona que como resultado, “la opinión pública muestra su consternación por la impericia y negligencia de un aparato fincado para cuidar de la imagen del gobierno y de las dependencias, en lugar de ser garante de la seguridad y del bien de cada persona, revelando que lo que menos interesa es la protección de los derechos humanos”.
La Iglesia católica ve incluso un riesgo en la propuesta de creación de la Fiscalía General de la República, pues considera inconveniente “nombrar a una persona por tantos años para un cargo expuesto al desgaste y vulnerable ante la incompetencia y corrupción”.
Este flanco señalado –el de la incompetencia y la corrupción– es donde se estrellan o hacen agua los mejores intentos de superar los añejos problemas que nos aquejan, y recuperar la confianza de la sociedad en las autoridades.
Para muestra tenemos el pleito entre el presidente municipal saliente de Acapulco, Luis Uruñuela Fey, y sus regidores que amenazan con no aprobar la cuenta pública presentada.
Mientras los inconformes ponen en duda la legalidad o pertinencia de transferencias de recursos y su manejo por parte del alcalde, éste supone que el rechazo anunciado obedece en realidad a la molestia de los integrantes de su cabildo porque no les autorizó un bono de fin de trienio. De todos modos, razona Uruñuela, la cuenta pública ya está aprobada. En otros tiempos dirían “lo cáido, cáido”. Y los que protestan es porque “no les cayó” lo que esperaban.
Tal es la triste realidad de los dineros públicos y de su uso siempre discrecional y cuestionado por parte de los gobernantes. Alguien miente o cuando menos piensa mal en este diferendo. O todos mienten y además todos piensan mal.
Lo cierto es que el desvío de recursos, u otras formas de desgobierno y corrupción, son el pan de cada día, causa del rezago social en que vivimos y alimento del descontento incrementado por la suma de males a los que nos referimos al inicio de estas líneas.
Así llegamos a la noche del Grito, aquélla en que por un momento, por unas horas, como en todo rito festivo, pretendemos olvidar nuestros males, nos dejamos llevar por una alegría probablemente justificada en la efeméride, pero en cierto modo artificial, para exclamar el clásico “¡Viva México!”
Viva México, sí. Aunque esta vez no sólo vivamos el Grito, sino con pesar caemos en la cuenta de que estamos en un grito. En el grito.

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