Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XXVIII)

Acapulco 1900

Los casi cinco mil habitantes de Acapulco reciben con alborozo el año 1900, luego de que han sonado las 12 campanadas y el mundo sigue girando y el mar tan tranquilo en la bahía. Agradecen a Dios, por supuesto, que el siglo XX no sea el último que viva la humanidad como vaticinaban los malos augurios. Acapulco, se ha de decir, es un puerto en franco crecimiento. Apenas ayer el alcalde Antonio Pintos Sierra lo había ampliado con un nuevo asentamiento. Se le bautiza como Barrio Nuevo y ocupa la enorme superficie de palmares a la orilla del río de Aguas Blancas.
Nacido en la serranía de Coyuca de Benítez, es también conocido como río de La Fábrica por atravesar la factoría española que también bautiza al barrio de su ubicación. Cuenca que da nombre en los años cuarentas al primer cine del puerto dotado con “clima artificial”, convertido hoy en fantasmal parada camionera. Río que surtió del líquido vital a los porteños por conducto de los clásicos aguadores. Unos cargando ellos mismos las latas alcoholeras o bien con la ayuda de nunca extenuados borricos. Recorren el puerto de punta a punta cantando su oferta: “¡agua zarca fresquita “adiecentavolata!”
“Burros provistos de cuaxtles viejos y perforados a la altura de las mataduras del lomo –detalla don Manuel López Victoria en sus Leyendas de Acapulco. Acompañados de un fuste de madera forrado de cuero, con colgandijos de sicua para atar las árganas destinadas a los cántaros de barro, llenos de agua hasta el pescuezo y cubiertos con hojas verdes amarradas con majaguas”.
Otro servicio urbano de Acapulco era el de la recolección de la basura a cargo de un viejo carretón jalado por buey o mula. Las amas de casa que no la sacaran precisamente al paso del carromato, sufrían la merma en su gasto diario por una multa de 5 o 10 centavos aplicada por el H Ayuntamiento. Además de ser exhibidas como “viejas cochinas”. Hoy muchos porteños le siguen llamando “carretón”, así sea un flamante camión Mercedes Benz del año.

El mercado

El mercado de la Ciudad y Puerto se localizaba en la plaza principal (hoy Álvarez), junto a la parroquia de La Soledad, sobre lo que es hoy el edificio Pintos. Los comerciantes fijos tenían expendios de madera cubiertos con manteados jironados. Las verduras, la fruta, el pescado y otros comestibles se exhibían sobre petates y algunos en el propio piso. El alcalde Pintos Sierra lo trasladará a la plazoleta Zaragoza (hoy Escudero), donde permanecerá casi cuatro décadas.
En alguna parte de aquella superficie del actual Zócalo había quedado cegado un pozo profundo que abasteció de agua durante la Colonia. Se trataba de uno de los dos llamados “pozos del Rey”, adjudicados al monarca español en turno para que los acapulqueños sedientos lo amaran. El otro “pozo del Rey” se localizaba en el cerro de El Grifo, este para abastecer de líquido a las Naos. También tapiado pero con los tesoros de las familias más ricas al huir a la llegada del Jefe Morelos. Leyenda que hará florecer aquí toda una generación de gambusinos en busca de oro y joyas. “El Pozo de la Nación” será la tardía respuesta republicana por parte del gobernador Diego Alvarez.
Frente a la plaza principal, precisamente donde hoy se ubica el malecón, se levantó un viejo edificio conocido como el “Galerón del Reguardo”. Se trataba de la sede de los celadores de la Aduana Marítima y también de los remeros a cargo de los botes de la propia dependencia. Colgadas de gruesos maderos, entre el “Galerón” y el muelle Fiscal, las campanadas que anunciaban la entrada de embarcaciones a la bahía. Los toques se hacían con base en las señales recibidas del Vigía del cerro de La Mira, usando gallardetes rojos y bolas negras de cartón. Los mismos muros del viejo Galerón tendrán un uso nefasto durante la Revolución en el puerto: ante ellos se colocaban los sentenciados a morir fusilados.

Días, la sexta

Porfirio Díaz gana en este año su sexta reelección como presidente de México. Confiado en su triunfo y para aparentar un juego democrático, él mismo anima la presencia de dos candidatos de oposición. José Ives Limantour, su secretario de Hacienda, y el general Bernardo Reyes, ex gobernador de Nuevo León. Este último renuncia a su candidatura para sumarse a la de Limantour, a cambio de la secretaría de Guerra (la ocupará con Díaz de todas maneras y así le irá). A quien nunca pudo sobornar el militar oaxaqueño fue a don Nicolás Zúñiga y Miranda, opositor presidencial permanente quien, por cierto, nunca obtendrá un solo voto (Sus parientes y amigos estaban convencidos de que los esbirros de Díaz los descubrirían si votaran por él). No faltará quien aconseje a don Porfirio un vicepresidente para que no le sigan diciendo dictador y lo hace en la persona de Ramón Corral.
Aquí, el alcalde Pintos Sierra y el prefecto político J. de Jesús Nieto, encabezan un desfile con personal de la alcaldía, incluso con presos acusados de “embriaguez pública” y “chicotear a sus viejas”, para vitorear el nuevo triunfo del presidente. Portan carteles con los resultados electorales: Presidente Díaz 17 mil 91 votos; José Ives Limantour, 0 votos; General Bernardo Reyes, 0 votos; Nicolás Zúñiga y Miranda, 0 votos. Fonderas y vendedoras de pescado pregonan con grandes voces: “¡agua limón y papaya, agua limón y papaya, “don Porfi”, “don Porfi” nunca falla!
¡No pos sí!

Mercenario

El coronel Antonio Mercenario, hombre violento que hacía honor a su apellido, fue gobernador de Guerrero hasta en tres ocasiones. Ello por obra y gracia de Manuel Romero Rubio, suegro de Porfirio Díaz, cuyas minas de Huitzuco aquél administraba. Una segunda reelección se dará entre abril de 1897 a marzo de 1901, aunque nunca permaneció en Chilpancingo más tres meses seguidos. Su biografía le acredita la construcción de un rastro en Acapulco (¿?).
Contra una nueva reelección de Mercenario se levanta un movimiento civil encabezado por Rafael del Castillo Calderón, Eusebio S. Almonte y don Anselmo Bello, entre otros. El dictador Díaz envía en defensa de Mercenario al coronel Victoriano Huerta, un futuro “chacal” que ya lo es, quien termina a sangre y fuego con la revuelta. Almonte muere asesinado y Mercenario renuncia.
También gobernador porfirista de la época, Francisco O Arce trae indios kikapos del norte para ejecutar trabajos forzados en la hacienda San Marcos. Sostuvo un impuesto personal de 12 centavos mensuales “por dejarte vivir, el muy cabrón” decía la gente. Implementó la leva y envío guerrerenses a combatir a los indios yaquis de Sonora. Como ya se aquí se dijo: bautizó al poblado calentano de Arroyo uniendo su apellido Arce y el nombre de su esposa Celia. Arcelia, pues.

Población nacional

La intensidad de la urbanización en 1900 aun era baja y mantenía un equilibrio relativo con las cifras nacionales. El 80 por ciento de la población vivía en localidades rurales de menos de 2 mil 500 habitantes, pero la mayor parte de las concentraciones urbanas no llegaban a los 50 mil habitantes.
Destacaban por el número de sus pobladores la ciudad de México (334 mil 721), Guadalajara (101 mil 202), Puebla (93 mil 521), Guanajuato (41 mil 486) alcanzando los 80 mil incluyendo a la población viviendo en las minas. Mérida (43 mil 630), Morelia (37 mil 278), Oaxaca (35 mil 483), Durango (30 mil 405), Veracruz (29 mil 164), Guerrero (20 mil 907) y Acapulco (4 mil 932).

El café

Mientras que un peón ganaba 36 centavos en cualquier parte del país, en Guerrero percibía únicamente 21 centavos. El trabajo era hasta por 18 horas diarias, además del sometimiento a la tienda de raya y a la trasmisión hereditaria de sus deudas con el hacendado. Los castigos eran corporales y no pocas veces llegaban a la muerte. Muchos campesinos debían trabajar como peones sus propias tierras, rentándolas en ocasiones bajo el sistema de “medianía”, esto es, pagándole al dueño con mitad de sus cosechas.
Guerrero fue durante el Porfiriato un estado sobresaliente en la explotación cafetalera, junto con Veracruz, Chiapas, Colima y Michoacán. Entidad esta última que tuvo fama de producir el café más fino del mundo, premiado en alguna feria internacional. En Oaxaca, particularmente, fue estimulado este cultivo mediante la distribución gratuita de tres millones de cafetos, incluida la subvención de su cultivo. Hoy produce el 10 por ciento del total nacional, encabezado por Chiapas con el 40 por ciento. Puebla 21 y Veracruz 20. ¿Guerrero? Sí, está entre los estados que aportan apenas el 9 por ciento.
¡Ánimo, Said Gurayeb!

El Casino de Acapulco

Lo más atractivo de los “Casinos de Acapulco” fue, cantado por los caballeros, que en ningún de ellos se permitió la entrada a mujeres, salvo tratándose de festejos sociales. No hubo entonces ni pudores ni temores por usar la palabra “casino”, porque en ellos no se practicaban los juegos de azar con apuestas. Que no fueran, claro, billar, ajedrez, dominó, lotería, oca, cubilete y los muchos juegos de cartas.
Cuando han transcurrido los dos primeros años del siglo XX, la población despierta alarmada por un incendio en pleno centro de la ciudad. El fuego se ha declarado en las instalaciones del Casino de Acapulco, ubicado en los altos de la Casa Hudson y Billings y Cía, en la actual calle Ignacio de la Llave, frente al hoy edifico Oviedo. Solidarios, intrépidos los muchos voluntarios establecen una cadena humana para traer agua desde la bahía. Será poco lo que logren hacer por la integridad de las instalaciones.
El casino de Acapulco había nacido a iniciativa del licenciado José F. Gómez, desempeñándose aquí como Juez de Distrito. Idea que fructificó entre los funcionarios federales para quienes las tardes acapulqueñas resultaban tan aburridas como una ostra. A los socios locales les atraerá el letrero de “No damas”.
Ante la pérdida total de los bienes del casino, el juez Gómez lamentará particularmente la del piano vertical marca Baldwin, que tan caro les había costado. En su teclado, convertido en cenizas, varios socios y él mismo habían corrido los dedos tocando desde Los Chaguitos hasta una sonata completa y, por supuesto, toda la música romántica de la época.

Colima tiembla

A fuerza de sentirlos y padecerlos constantemente, los acapulqueños de este tiempo han ganado una sensibilidad muy especial para los temblores, al grado de confundirlos incluso con el volar de un abejorro. A ello se debe que el 9 de enero de 1900 muchos de ellos salgan llenos de pánico a las calles incluso en pelotas o, dicho elegantemente, como Dios los echó al mundo. Y es que han sentido el temblor que a las 23.15 sacude a la ciudad de Colima, declarado luego como de 7.4 grados en la escala de Mercalli.
Un señor terremoto, como se le califica, que deja seis muertos, 67 heridos, 2 mil casas averiadas y 190 totalmente destruidas, lo mismo que nueve escuelas
–¡Chin, ya empezaron!, –fue aquí el comentario general. Y no le faltaba razón.

Don Antonio

“Todo es que don Porfirio les agarre confianza para que ya no los suelte”, se decía entonces y el dicho era aplicable aquí al acalde Pintos Sierra, quien ya cumplía seis años al frente de los destinos de Acapulco y todavía le colgaba para la debacle de 1910. El y su inseparable prefecto político, J. de Jesús Nieto, convertido en los ojos y oídos del dictador y a veces hasta su pistola.

¿A dónde irán?

Federico Gamboa (Santa) escribe en vísperas del siglo XX:
“¿A dónde irán los siglos que mueren?. ¿Para qué mediremos el tiempo si el tiempo no admite mesura?

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