Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Aurelio Peláez

El tornaviaje de Fernando Benítez
(una vuelta a las Filipinas 170 y tantos años después)

Si se calla el cantor… en memoria de mi amigo, Sergio Fernando.

Periodista viajero, de a pie y muchas veces a lomo de mula, como cuando emprendió esa descomunal aventura por todo el país por 20 años que devendría en los cinco tomos de Los Indios en México, don Fernando Benítez (1910-2000), realiza ya en la edad de huesos viejos una visita al sudeste asiático, ese retorno a la ruta comercial y cultural abandonada en 1815 durante los conflictos derivados de la guerra de Independencia, tras 250 años de actividad febril.
La Nao de China es un cuaderno de viaje que narra las experiencias del fundador del periodismo cultural en México, publicado en 1989 bajo el sello de Cal y Arena, que mereció una sola edición de tres mil ejemplares y hoy es prácticamente inencontrable.
La obra, sintetiza en propia narrativa del maestro, la historia de los esfuerzos de la corona española pr hacerse de territorios donde se daban las especias, tan esenciales para la desabrida comida europea, y de paso colonizar estos lugares inéditos para Europa, en nombre de la Iglesia católica.
Don Fernando Benítez tenía amigos en Acapulco (los Nogueda Ludwig), solía venir a vacacionar, y se le sabía afecto a los almuerzos en la Flor de Acapulco, y al desempance con algún ron en el Bar Chico.
–¿Cuénteme, hermanito? –decía el viejo periodista. Tras sus lentes de fondo de botella sus ojos curiosos. De esas pláticas, seguramente saldría la intención de reemprender la ruta y ver cómo habían quedado las cosas por allá, tras ese abrupto rompimiento.
Y fue a China, a Japón, a Tailandia, a Hong Kong, a emprender su propia tornavuelta , su tornaviaje, como se llamó esa ruta de regreso al continente americano buscando las corrientes marinas propicias, que descubrió el marino vasco Andrés de Urdaneta, por cuya valentía y sabiduría el maestro Benítez profesa una inevitable admiración.
No es nada nuevo, sí sintético, el relato sobre la vida y obra de Urdaneta. Datos retomados de la biografía Monje, Marino, del padre Mariano Cuevas (1943), o de Urdaneta y El Tornaviaje (Enrique Cárdenas de la Peña, 1965).  Pero es la del maestro Benítez una lectura crítica de este personaje y su tiempo, de quien a los 18 años se embarca como marino, sufre las peripecias de la vuelta por el océano Atlántico al Pacífico, por la Patagonia, y realiza un minucioso diario donde anota detalles de la flora, la fauna, la gente del mundo que para ellos es nuevo, y mapas y cálculos astronómicos que servirán a otros futuros navegantes.
También, de la ingratitud de la corona española, “que tras 11 años de trabajos heroicos lo despidió dándole 70 escudos”, cuando tenía poco más de 28 años de edad. Se retira al campo. “Podía haberse comprado una parcela grande de tierra, algunas vacas, carneros o caballos y llevar la existencia de un labriego patriarcal y acomodado. Sólo que esta vez pasaba semejante de lo ocurrido a Don Quijote: había enloquecido”. Por el mar… “El que ha vivido penetrado por una corriente de alta tensión ya no puede acostumbrarse a la grisura de lo cotidiano…”.

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En 1557 el mismísimo rey Felipe II, que se ha empeñado en la conquista de las islas Molucas, envía una carta a Urdaneta, quien desde hace una decena de años era monje, pidiéndole participar en ese proyecto. Este ya es un hombre de 52 años, quien sin embargo, mantiene vivos los recuerdos  de la aventura en que se embarcó cuando tenía 18. En puerto Na-vidad, Jalisco, se levanta la em-presa para construir los barcos y todo lo que ello implica. Parten en 1665. Sus conocimientos ayudan a la orientación de la ruta de ida, y de regreso, el tornaviaje, diezmada la población de marinos, destruidos algunos barcos de la flota y con 17 hombres en pie, se le pregunta a Urdaneta a qué puerto regresar: “Acapulco”, contestó, inaugurando esa ruta comercial que funcionó por 250 años: “La navegación duraba de cuatro a seis meses y en tan largo tiempo no escaseaban ni las calmas chichas, ni las furias del mar… Se calcula que en el tiempo de las travesías murieron miles de hombres… Se decía: A Acapulco o al purgatorio”.

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Apuntes de las Filipinas:
“Es un pueblo acostumbrado a no decir la verdad. Cuando alguien comete algo indebido o vergonzoso nunca se lo dicen en la cara por temor a herirlo, pero se lo dicen a un tercero, siempre de manera triangular…”.
“Algo le daba coherencia a las fragmentadas Filipinas: la religión cristiana… los viajes se iniciaban en nombre de Jesús y su Santísima Madre. (En los primeros años de la ruta de la Nao). Abrumada por un clero gigantesco (España) no encontró camino mejor que enviar generosas remesas de clérigos, frailes y monjas a sus remotas colonias”.
“El acendrado catolicismo de los filipinos es el signo más visible de la herencia española. En las oficinas públicas no aparece el retrato de la presidenta, sino altares con la Virgen y Cristo adornados de frescas flores”.
“Los filipinos son muy ceremoniosos y sonrientes, muy corteses, y nadie sabe si mienten o dicen la verdad”.
“(De una boda) Los hombres visten filipinas de nylon transparente que acentúa la negrura de sus pantalones y las mujeres –ca-si todas feas y pequeñas– se visten a la última moda de la manera más ridícula posible”.
“La estrecha relación entre la Nueva España y Manila pertenece a una historia ya olvidada”.
“Se conservan los nombres de Urdaneta y Legazpi, pero nadie sabe quiénes eran o qué hicieron”.
“Queda algo de la vieja cortesía española. Un pueblo que habla más de 50 idiomas y vive esparcido en mil islas es un laberinto endiablado”.
“La Nao fue la causa de que las Filipinas con sus mil islas nunca se bastara a sí misma. Tenía arroz, cáñamo, caña de azúcar y frutas como el mango de Manila, resumen de las dulzuras del trópico. Podían haber aclimatado la especiería y nunca lo hicieron. Una colonia esparcida en mil islas es muy difícil de abarcar y de gobernar”.
“La Nao principió a decaer ya a finales del siglo XVII. No es fácil vivir en la opulencia 250 años y resignarse después a la miseria de las plantaciones”.
“Pobre país, que como todas las colonias españolas no supo incorporar sus maravillosos pueblos conquistados en una gran nación hispánica. España nos dejó las cargas más pesadas: el clero que liberaba el alma a cambio de su tiranía y la desigualdad más afrentosa”.

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Don Fernando, quien en 1988 o antes, cuando emprendió estos viajes por el sudeste asiático, era seguramente un buen amigo del hasta ese año presidente Miguel de la Madrid, pues este tornaviaje 170 y tantos años después fue una misión cultural, como le dice, que tuvo el respaldo de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Ya es un periodista y un personaje mítico en la vida cultural del país. El también autor de libros históricos como La Ruta de Hernán Cortés (1950) y Lázaro Cárdenas y la revolución mexicana (1977), va al encuentro de esas Filipinas tan cercanas a México y a Acapulco, no hace mucho.
Aunque las flotas de la Nao eran ocupadas sobre todo de criollos y con capitanes españoles, y era recurrente que en el viaje de ida muriera la mitad de los embarcados, no era de descartar la contratación de algunos de las islas, que viendo luego las penurias del viaje, desertaban en cuanto tocaban tierra en Acapulco.
Lo mismo pasaba de ida. Cuenta Benítez que en Filipinas encontró una colonia en una isla fundada por desertores de la Nao de China desde el siglo XVI. “Lo llamaron Masica y hoy se llama México. Se fundó en 1566 y prosperó gracias a los ríos y canales que la comunicaban con Manila… Los llegados de México serían 100 o 200 y hoy tiene 56 mil habitantes. Fuera de una torre ruinosa, no queda la menor huella de lo español o de lo mexicano”.

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El maestro Benítez conoce la China pos Mao que camina hacia su revolución industrial, y el Japón desarrollado y organizado, recuperado ya de la segunda guerra mundial. Ve la prosperidad de Hong Kong y de Singapur, y conoce en contraste la miseria de Filipinas, cuya fatalidad se hermana con la de México, colonias de España inicialmente, y dependientes del imperio estadunidense, después. Avizora el desarrollo de esos países asiáticos, su gran potencial económico: “España nos enseñó a obedecer y a bajar la cabeza como súbditos de un mo-narca invisible y a que otros –la mayoría– trabajara para nosotros… Fuimos pioneros del Pacífico y en ese gran desplazamiento hacia el oriente no podemos quedarnos en la retaguardia… Siempre llegamos tarde al banquete de la civilización, como dijo Alfonso Reyes y esta vez debemos aprender la vieja lección de unirnos a esa marcha, a ese desplazamiento del mundo occidental hacia Extremo Oriente que sin duda determinará el futuro del tercer milenio…”.
Y sentencia: “Contrasta la unidad de los países del sudeste asiático con la desunión de América Latina, así como la política del Japón hacia sus vecinos (de ayuda) contrasta con la de Estados Unidos en relación a nuestra América”. Obvio, nuestros consiguientes gobernantes apenas pelaron advertencias como ésta, y hoy nos las pasamos importando productos asiáticos.
Apuntes previsores del futuro por venir y ya bien presente. Como bien se lamentarían sus colegas y amigos tras su fallecimiento; “Ay Benítez, pa’ qué te fuites”.

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