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Despiden la exposición de Miguel Ángel sin los tumultos que hubo con la de Da Vinci

Lourdes Zambrano / Agencia Reforma

Ciudad de México

La exposición Miguel Ángel. Un artista entre dos mundos en el Palacio de Bellas Artes cerró sin las extensas filas de la despedida a Leonardo da Vinci y la idea de la belleza.
Cuando el recinto abrió sus puertas ayer por la mañana, apenas unas 50 personas aguardaban en la fila para entrar, casi las mismas que formaban quienes iban a comprar boletos para la función de las 9:30 horas del Ballet Folclórico de México.
La fila desapareció en cuestión de minutos y no volvió a verse sino hasta las 11 horas, cuando los visitantes recibieron la instrucción de formarse para entrar aunque su boleto tuviera un horario más tarde.
Miguel Angel y Da Vinci compartieron salas desde el 26 de junio hasta el domingo 23 de agosto. En la última semana juntos se organizó un maratón de tres días para atender la demanda.
En ese periodo, de casi dos meses, acudieron poco más de 300 mil personas, un promedio de 150 mil por mes. Con Miguel Ángel, ya en solitario, entraron más de 77 mil personas en un mes, una caída casi a la mitad.
El INBA atribuyó esa situación a que los dos primeros meses fueron vacaciones de verano, además de que el 30 por ciento de los asistentes fueron turistas y en el maratón de tres días recibieron a 30 mil personas.
Agregó que la meta inicial era convocar a 350 mil asistentes y se rebasó.
Ahora, preparan los resultados de una encuesta realizada para medir el nivel de satisfacción de los visitantes y la darán a conocer próximamente.
Ayer, entre las primeras en ingresar estuvo Mayra Rivera, quien dijo que se levantó a las 5 horas, para viajar de Pachuca a la ciudad de México, junto con su hija Fernanda, de 12 años. Llegaron a las 8 y entraron en el primer bloque.
“Es la segunda vez que venimos. La primera vez fue cuando estaba la de Leonardo y esa vez llegamos a la fila a las 6 de la mañana pero no la pudimos ver bien por tanta gente que había”, comentó.
Yolanda Zárraga acompañó a su hija universitaria, Sara, para quien la visita era parte de su tarea en la carrera de arquitectura. Llegaron a las 11:45 horas, les dieron un boleto que decía “14:30” pero entraron antes.
Sara postergó la visita hasta el último día porque no escuchó comentarios positivos.
“Me dijeron que estaba horrible, que no valía la pena”, dijo.
Entre los comentarios negativos de los asistentes estuvo que se trataba de una exposición pequeña, que la escultura de La Piedad era una réplica, que no había pintura.

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