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Jesús Mendoza Zaragoza

Un año que retrata al país

Un año ha pasado desde la tragedia de Iguala que ha mostrado el país que tenemos: una sociedad agraviada y enferma, un modelo económico desgastado y un sistema político corrupto e inservible para el bienestar de todos los mexicanos. Lo que ha sucedido en este año, desde el detonante de Iguala, nos retrata en nuestras hondas carencias y, también, en nuestro potencial para salir de la crisis que se ha prolongado a lo largo de todo este tiempo.
En este año hemos visto a una población agraviada que padece mucho dolor. La resonancia nacional de la lucha de los padres de los normalistas de Ayotzinapa así lo muestra. Multitudes de hombres y mujeres que marcharon por las calles a lo largo de este año, se manifestaron dolidas por diversos agravios, tales como haber sido víctimas de violencias como secuestro, desapariciones, ejecuciones, extorsiones o amenazas. O también dolidas por abusos de poder, corruptelas, negligencias y omisiones originados en los ámbitos del poder. También dolidas por percibir al gobierno en su contra, del cual hay que defenderse y protegerse y al que hay que desafiar para que cumpla sus obligaciones. Desde hace un año hasta esta fecha, el enojo ha andado en las calles y, en algunas ocasiones, se ha desbordado porque no se siente atendido.
Pero, a la vez, se han manifestado expresiones diversas en los ciudadanos, relacionadas con el poder público. Hay ciudadanos que han llegado a un estadio en el que ya no creen en nada ni en nadie. No creen ni en el gobierno, ni en la sociedad civil, ni en el futuro, ni en sí mismos. Y, por eso, no se mueven. Es un amplio segmento el que así se comporta y se ha acomodado en el terreno de la indiferencia, del desencanto y de la abstención. La frustración los ha atrapado y no están dispuestos a hace algo para salir de ella. Durante este tiempo, solo han confirmado su posición, condenando al gobierno y descalificando los esfuerzos que se hacen desde la sociedad civil.
Otro segmento significativo de ciudadanos, sigue creyendo en el gobierno y en el sistema político. Muy activo en el proceso electoral pasado, han buscado una salida a la crisis, desde arriba, desde el poder. Piensan que el gobierno todavía tiene oportunidad de enmendarse, que es posible reconstruir al país con programas oficiales, que el sistema político todavía tiene capacidad para resolver los problemas nacionales. Buscan acomodarse al sistema y, lógicamente, sacar beneficios de su militancia política, como favores, puestos u otra ventaja posible.
Pero también hay otro segmento de ciudadanos que sí creen en sí mismos, en su ciudadanía, en el poder ciudadano, en su capacidad de promover transformaciones, en la organización y en la movilización, en la participación para el bien común. Son ciudadanos que dieron un paso más adelante del individualismo y de la frustración y han caído en la cuenta de que no hay cambios verdaderos sin su participación. Estos ciudadanos se reúnen para pensar juntos, se organizan para hacer acciones y se movilizan para hacer sus demandas. Evidentemente, hay diversas tendencias en este segmento de ciudadanos, desde aquéllos que se confrontan sistemáticamente con el gobierno hasta los que son más propositivos y desarrollan procesos ciudadanos fortaleciendo a la sociedad civil.
Los agravios y las expresiones autoritarias que vienen desde el poder dejan secuelas en la sociedad. En nuestro caso, hay una percepción social de que tanto la violencia como la pobreza extrema y otros males implican al Estado, lo que acumula enojos y confrontaciones y, además, sube los niveles de desconfianza hacia las instituciones públicas. Y estas secuelas se traducen en frustraciones sociales, pero también, en rechazo a las autoridades y a sus iniciativas.
Los resultados de la investigación de la PGR sobre los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, resultan elocuentes en cuanto a las condiciones que prevalecen en los poderes públicos. Son semejantes a los resultados de las investigaciones de los más de 100 mil muertos y los más de 25 mil desaparecidos que hay en el país. Y retratan al sistema político que ya no sirve para hacer justicia ni para promover el desarrollo ni para generar el bienestar que los mexicanos necesitamos. Se hizo una investigación a modo. A modo del sistema político que tiene entre sus usos y costumbres la impunidad para los personajes de la administración pública y la dureza de la ley para los que están fuera del presupuesto. Ni verdad ni justicia. Esta es la divisa que prevalece en los poderes desde donde se simula y se engaña. Este sistema político ya no da más, su desgaste es progresivo.
Este panorama es desalentador y pareciera que va cerrando salidas a la crisis. Pero el caso es que, precisamente, las crisis son oportunidades para los cambios, son como las puertas que se abren para imaginar y para construir nuevos escenarios. A primera vista, pareciera que no hay salida. Con mucha gente he comentado este tópico y es muy común la percepción de que no hay salidas. Cierto es que no hay salidas fáciles ni simplistas, pero sí hay salidas, si somos honestos con la realidad, con la complicada realidad que tenemos.
Este año sin los 43 normalistas y sin los 25 mil desaparecidos es una oportunidad para reconocer nuestra realidad, nuestras carencias, nuestras heridas nacionales. Pero también es una oportunidad para creer en nosotros mismos, en los ciudadanos. Muchos mexicanos tenemos la idea de que estamos ante una oportunidad para México. Desafíos inmensos y ambiciosos tenemos que afrontar, como transformar el abundante dolor que hay en la sociedad en un empeño por ser diferentes y por cambiar el inservible sistema político. Es, por tanto, necesario poner atención a las oportunidades que se abren en medio de la actual e interminable crisis para alentar el encuentro y el diálogo entre los mexicanos y para orientarnos hacia la reconciliación nacional y hacia nuestro destino común. Pero hay que tener claro que si a los agraviados de hoy les va bien, a México le irá bien. En caso contrario, se mantienen cerradas las puertas hacia un futuro mejor.

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