Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XXX)

La tierra tiembla, 1907

El 18 de abril de 1907, Acapulco es sacudido por un terremoto por primera vez en el siglo XX. Era domingo y los relojes marcaban las 23:20 horas. Terminaba una función teatral en el Palacio Municipal (el puerto no contaba con ninguna sala de espectáculos). El pánico se apodera comprensiblemente de los asistentes que huyen buscando ser los primeros en llegar a la larguísima escalinata del inmueble. Muchos se arriesgarán a bajarla aún con la advertencia de que la torre del reloj se columpiaba a sus espaldas.
Cuando el grupo abandone finalmente la Casa Municipal será testigo de la destrucción de la residencia del ex alcalde Antonio Butrón Ríos (1902), atrás de la parroquia de La Soledad (luego Correos y Telégrafos y en 1939 sede de la escuela Secundaria Federal No. 22. Hoy escuela Manuel M. Acosta). El alcalde Pintos Sierra acude inmediatamente en auxilio de su amigo, encontrando ilesa a la familia aunque sí muy “espantada”. No será esta desde luego la única casa siniestrada; gran número de ellas correrán la misma suerte en todos los rumbos de la ciudad. El Fuerte de San Diego, por su parte, será reportado sin daños mayores.
Lo peor de aquel evento, no obstante, sobrevendrá quizás una hora más tarde. Una ola gigantesca barre la plaza principal penetrando el mar embravecido hasta lamer las laderas de los cerros del anfiteatro. Como siempre, estos serán escalados por aterrorizados acapulqueños pero solo cuando el agua les llegue a la cintura. Aquella violenta inundación durará unos cuantos minutos; las aguas retrocederán rápidamente a su vaso natural dejando a la plaza cubierta de arena y cangrejos
Al amanecer, ya cuando el peligro haya pasado, los porteños abandonarán sus hogares para enfrentar un fenómeno no nuevo pero sí inusitado. Embarcaciones canoas y pangas arrojados por la gran ola a gran distancia de la bahía; alguna menor guindada en la copa de un árbol. Se localizarán frente a la casa de don Manuel Muñúzuri, en la calle de San Diego (hoy Carranza) y en el corredor de la casa de Los Bracho, en el callejón del Pacífico. Incluso a la altura de la casa de doña Rosa Millán viuda de Clark. Los niños gozarán de lo lindo jugando a los “piratas de tierra”.
El saldo rojo del sismo arroja dos niños lesionados –los hermanos Alonso y Dora Liquidano–, sobre quienes había caído una pared de bajareque en la calle Arteaga (Azueta), sin consecuencias mayores que no fueran golpes y moretones.
–¡Ni se alegren porque todavía faltan cinco igualitos–, vaticina Dieguito, un anciano ciego con los ojos totalmente blancos con intensa movilidad. Los mueve, según él, para “ver el futuro” y lo hace a cambio de unas monedas afuera de La Soledad. Dieguito se equivocó esta vez por dos sismos, porque serán siete los que muevan y remuevan a Acapulco durante la primera década del nuevo siglo.

Un hermano incómodo

Matías Flores, un hermano incómodo como los muchos que medran a la sombra del fraterno poderoso, se queja con el suyo, Damián Flores, gobernador de Guerrero, del alcalde Pintos Sierra.
–Fíjate que con el pretexto de un mentado protocolo de seguridad no me deja abrir mi teatro en Acapulco–¡más tuyo que mío, por cierto! No estaría por demás que le hicieras sentir a ese cabrón quien manda en Guerrero…
–Tú no hagas ni digas nada, Matías. Tú nomás dile a Pintos que deseo que me acompañe a la inauguración del teatro Flores y ya. La fecha tú la pones.
La negativa de la autoridad municipal partía de experiencias conocidas en la ciudad de México por el propio alcalde. El rechazo del cabildo metropolitano, por ejemplo, a la solicitud de apertura del Teatro Riva Palacio, por no ofrecer seguridad a los espectadores. Se había detectado que las paredes y la techumbre de la sala eran de madera muy delgada, además de que el cielo raso estaba confeccionado con tela de fácil combustión. Un incendio se propagaría con gran rapidez por toda la sala, remataba el dictamen de los expertos.
–Ni modo, pues, donde manda capitán no gobierna marinero–, se dirá el alcalde Pintos Sierra ante la disyuntiva de no permitir la apertura del teatro que bronquearse con un gobernador hijo de puta, además de amigo íntimo de don Porfirio.

El teatro Flores

El teatro Flores, localizado atrás de la parroquia de La Soledad, llegaba hasta la casa de los Tavares (calle Independencia), con un ancho igual al templo y una longitud de un tramo y medio de éste.
La descripción es de Francisco Eustaquio Tavares y Lorenzo Liquidano y Tavarez, en el libro Memoria de Acapulco. Ambos dignos de crédito porque vivieron el proceso de construcción del inmueble, vecino de la casa del primero, además de que asistieron a la fatídica función inaugural.
El salón era de madera de pino. Las paredes, el techo y el piso eran de palos. Las bancas de caoba y cedro. De manta el cielo raso que cubría el techo. La pantalla era de madera. Atrás de esta, a media pared había una ventana chica con barrotes de fierro. Había un pasillo angosto en la luneta. A los palcos y a la galería se accedía por unas escalerillas. El frontispicio era una réplica en madera del marmóreo Partenón de Atenas. La ejecución de la obra estuvo a cargo de carpinteros de ribera nativos del puerto, esto es, constructores de navíos.

La inauguración

La función inaugural se anuncia finalmente para el 14 de febrero de 1909. El programa incluye ocho películas de una parte y sin argumento. Algunos títulos: Salida de obreros de una fábrica, Retorno a las labores y Función de circo. Por silentes, la exhibición sería acompañada por una pianola colocada bajo la pantalla. El proyector no era nuevo y su operador, Nicolás Flores, pariente, “a güefo”, carecía de experiencia, o sea, no sabía ni máis.
Diez minutos antes de las 7 de la noche llega el gobernador Damián Flores, acompañado por el alcalde Pintos Sierra (“¡no que no, cabroncito!”, musita Matías, el anfitrión). También en la comitiva Marcelino Miaja y Franco Funes, dirigentes del comercio acapulqueño.
A las 19 horas en punto se apagan las luces y empieza la proyección de las películas mudas. En la pantalla solo se ve una luz intensa y varios números. La gente se molesta, chifla , patalea y le grita maleta al operador (aún no se inventa la divisa de “pinche cácaro, ratero”). El gobernador Flores se remueve en su asiento manifestando incomodidad y fastidio además de que suda como vela de sebo. No esperará otra interrupción. Sale precipitadamente de la sala con trancos largos y abanicándose con el programa de la función. El séquito lo sigue necesaria y obligadamente y ninguno de ellos volverá a la sala.

Trescientos muertos

La exhibición continúa sin problemas quizás durante media hora más. La gente aplaude ante aquella maravilla ante sus ojos por primera vez. Los niños hacen sentir su presencia en la sala con la alegría de sus risas estruendosas. De pronto surge un flamazo en la caseta de proyección, seguido de un estallido como el de una bomba (la caja de las películas alcanzada por el fuego). El operador Flores sale dando alaridos envuelto en llamas muriendo enseguida.
Los espectadores que ocupan las últimas filas abandonan la sala logrando ganar la calle. Serán los últimos que lo hagan porque enseguida se desploma la caseta de proyección, quedando taponado el único acceso salida a la sala y con ello cualquier posibilidad de escape. El fuego ruge con sonidos plañideros consumiendo vorazmente el cielo raso y enseguida el techo de tejamanil –madera ligera. Este se desploma sobre aquella apiñada masa humana buscando empavorecida una salida; muchas arden completamente. El griterío dramático, angustioso, de muerte se irá apagando poco a poco hasta quedar únicamente el sonido del fuego crepitando.
Afuera, la confusión, el pánico, el dolor intenso de parientes y amigos esperanzados en ver salir indemnes a los suyos. No podrá ser, el dictamen de la autoridad municipal no da margen al optimismo. Muertos, carbonizados, todos los asistentes que no salieron antes de desplome de la caseta de proyección. Unos 300 o más.

El acarreo macabro

La madrugada del día 15, o sea, cinco horas después del siniestro, el Ayuntamiento iniciará el macabro traslado de los cuerpos carbonizados al panteón de San Francisco y San Fernando, uno mismo por clases sociales, Lo hacen cuatro carretones tirados por mulas y un carro grande tirado por bueyes. Cada carretonero llevaba un hachón alumbrando la lúgubre procesión de la calle Independencia al principio de la calle Costa Grande (hoy Pie de la Cuesta). Macabra tarea que concluirá el día 17 a las 11 de la mañana. El camposanto de San Francisco fue adjudicado por la propia población para “para los ricos”, y en cambio el de San Fernando “para los pobres”.

Los héroes de la jornada

Los actos particulares de heroísmo o intenso dramatismo correrán inmediatamente de boca en boca. Esto lo cuenta don José Manuel López Victoria, en sus Leyendas de Acapulco:
El joven Daniel Díaz es localizado con señales de vida entre cadáveres carbonizados. Es rescatado inmediatamente por su padre , Isauro Díaz, pero solo sobrevivirá unas pocas horas. El drama se intensificará cuando el hermano menor, Irineo, tome el cadáver de Daniel para echarlo sobre su espalda y correr enloquecido.
El joven Luis Leyva sufre un trauma similar al encontrar los despojos humeantes aún de sus padres y hermanos. Una mujer logrará salvarse del fuego aventándose a un pozo de agua en la misma propiedad. La impresión de caer sobre varios cuerpos sin vida y convivir con ellos hasta el rescate dos días más tarde, la harán perder la razón y el habla. Esta última logrará recuperarla con el tiempo, la razón, no.
Un hombre vagó semanas en torno al sitio maldito preguntando por su niña, una jovencita de 15 años que no pudo salir del Teatro Flores. Y es que los remordimientos lo acuciaban sintiéndose culpable de aquella ausencia. Por la sencilla razón de que él, orgulloso de la belleza de la muchacha, casi la había obligado a ir al teatro solo para que luciera su hermosura ante el todo Acapulco. Luego, desapareció.
Jorge Joseph, por su parte, destaca la acción heroica de Tocho Tabares, vecino del teatro en la casa de madera que será más tarde de los Rebolledo Ayerdi. El trató de romper con un hacha la puerta de acceso logrando hacer un boquete por el que saldrán algunas personas, incluso cubiertas en llamas. Sin que nadie las auxiliara, envolviéndolas quizás son sarapes empapados, corrían hacia la bahía, pero lo que hacían era avivar más el fuego que las aniquilaba. Entonces sobrevendrá el desplome de la caseta para sellar la entrada.
Otra heroína de la jornada fue Leandra Olivar, vendedora de pan casero conocida popularmente como la Güera Leandra. Sale de la hornaza por una ventana atrás de la pantalla y una vez fuera utiliza su rebozo para lazar materialmente a varios niños sacándolos de la hornaza. Agotada por la acción intensa y el calor infernal la mujer se desmaya en plena acción, siendo puesta a salvo por soldados rescatistas. Más tarde, La Güera marchará rezando y llorando atrás de las carretas de la muerte.

Acapulco, de luto

Muchas casas quedaron cerradas por el fallecimiento de familias completas que las habitaban. El comercio cerró durante tres días en señal de luto y las banderas nacionales y extranjeras estuvieron izadas a media asta en señal de duelo. En dos meses no se escuchó tocar una cuerda o piano ni instrumento alguno. El duelo fue general porque cada pueblo de ambas costas había perdido uno o varios residentes. Nadie probó en el puerto la cecina, recordando aquella noche trágica que olía a nauseabunda carne asada.|

Ayuda exterior

La tragedia de Acapulco, sin duda la mayor vivida en todos los tiempos, despertará la solidaridad de los mexicanos y otros muchos ciudadanos del mundo. Los mensajes de condolencia llegarán por miles y las ayudas económicas serán generosas. La primera de ellas será enviada por el general Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León, consistente en mil pesos en efectivo; otras colaboraciones similares lograrán reunir hasta 40 mil pesos, manejado no por la autoridad sino por una junta civil.
Los acapulqueños sufragarán el costo del mausoleo todavía existente en el panteón de San Francisco, cuya inscripción reza: Homenaje a las víctimas del 14 de febrero de 1909 en el Teatro Flores de Acapulco.

Los Flores

El gobernador Damián Flores logrará traer a su amigo el presidente a inaugurar la carretera Iguala-Chilpancingo, construida con la mano de obra forzada de los presos de todas las cárceles de Guerrero. Ante el avance maderista y el inicio en Huitzuco de las acciones revolucionarias, Flores huye en 1911. Lo hace escondido dentro de una caja que anuncia “ropa” trasportada por dos burros. Volverá más tarde al magisterio impartiendo asignaturas como Economía, Finanzas y Matemáticas en las escuelas de Ingenieros, Agricultura, Comercio y Administración y en la Nacional Preparatoria.
Matías, el dueño del teatro Flores, en versión de Joseph Piedra, enloqueció por sentir sobre su conciencia la muerte de tanta gente. Un día toma una pistola y se descerraja un tiro en el paladar.

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