Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Acapulco, música y poesía V

Los lectores primero

De Juan Caballero. Estimado Anituy: En la entrega IV de la serie Acapulco, música y poesía, el jueves pasado en El Sur, mencionas una canción llamada Vámonos para Acapulco.
Fíjate que a esa canción le tengo un gran aprecio porque la grabó en Canadá mi primo hermano Diego Alcaraz Alarcón, quien fuera segunda voz del trío Los Santos, la cual tiene hasta tres ritmos diferentes y una letra muy simpática publicada en tu columna.
Como muestra de mi agradecimiento, ya que ahora conozco quién fue el personaje que la escribió, te mando con este correo la grabación mencionada esperando que sea de tu agrado. Va también como reconocimiento al compositor Antonio Escobar. Gracias por tus artículos que nos remontan al conocimiento de la historia de este Acapulco que tanto queremos.
Juan, querido amigo: Como decían en San Jerónimo El Grande: “no te vas a morir pronto”. Te lo digo porque apenas la semana pasada, a propósito de personas conocedoras de canciones y buenos pulsadores de guitarra, invoqué tu nombre entre ellos. Y ahora te apareces con tu valioso envío y tu siempre generosa palabra. Muy agradecido y que no sea el único.

Vereda tropical

Por falta de un camino carretero, la playa de Caleta fue ya muy entrado el siglo XX un auténtico paraíso perdido. Se llegaba a ella únicamente por la vía marítima y no todos tenían el arrojo para hacerlo.
–“Es cosa de no creerse –contaba Jorge Joseph Piedra, un acapulqueño rubicundo y de ojos claros–, pero las excursiones juveniles a la más tarde famosa playa eran cosa de pensarse. Cita el periodista ex alcalde de Acapulco la anual del Club de Brujas de la escuela “real” Miguel Hidalgo, por él presidido. No pocos padres de familia negaban permiso a sus hijos aduciendo peligros mil, particularmente el de que sus pangas zozobraran al dar la vuelta a la península de Las Playas o que fueran presas de tiburones hambrientos. Quienes sí daban su anuencia para que el retoño cubriera “la ruta de Ulises”, los hacían jurar sobre los blasones familiares que estos regresarían indemnes. Había una obligación general y esta era la de asistir a misa a La Soledad con comunión general. O témpora o mores.
El camino a Caleta se abrirá más tarde y se le conocerá como “vereda tropical”. Subía el cerro de La Candelaria y bajaba en la playa de Manzanillo para llegar serpenteando a la playa “siempre vestida de azul y verde”, según la paleta del maese Agustín Ramírez. Serán vecinos de la ruta Los Martínez, Los Deloya, Los Bello, Los Guinto, Los Andalón y Los Vielma.
Cuando se escuche aquí en 1936 el bolero Vereda Tropical de Gonzalo Curiel (canción tema de la película Hombres de mar, con Esther Fernández y Arturo de Córdova), nadie dudará su alusión a la senda a Caleta. La hipótesis se verá reforzada con testimonios sobre la visita al puerto del jalisciense Curiel, incluso de un romance acapulqueño.

Voy por la vereda tropical
la noche plena de quietud
con su perfume de humedad

En la brisa que viene del mar
se oye el rumor de una canción
canción de amor y de piedad

Con ella fui
noche tras noche hasta el mar
para besar
su boca fresca de amar
Y me juró
quererme más y más
y no olvidar jamás
aquellas noches junto al mar

Hoy sólo me queda recordar
los ojos se ahogan de llorar
y el alma muere de esperar

¿Por qué se fue?
tu la dejaste ir
vereda tropical
hazla volver a mí
quiero besar sus boca
otra vez junto al mar
vereda tropical

En Acapulco fue

Alfredo Núñez de Borbón (1908-1982), compositor y director de orquesta distritofederalense (chilango, pues), vacaciona en el puerto en los años cuarenta del siglo XX y aquí mismo escribe En Acapulco fue. Tantas cosas pudieron haber sido, seguramente casi todas en el terreno sentimental aunque quizás no todas buenas. Lo sabremos si alguna vez escuchamos la pieza.
El brillante violinista ajustó su Acapulco al ritmo del momento, o sea, el bolero Beguine. Y para que no le pasara lo que ya antes le había pasado, apenas regresa a casa corre a registrar su obra ante la Sociedad de Autores y Compositores de México. Corre 1944.
Núñez de Borbón fue amigo íntimo de dos de los más grandes creadores musicales de todos los tiempos, Gonzalo Curiel y de Agustín Lara. A este último lo acompañará en muchas de sus presentaciones en teatro y cabaret. No es nuestro hombre un compositor menor, ¡qué va! Algunos de sus temas fueron clásicos en la otrora obligada serenata en la ventana de la amada: Terciopelo, Inquietud, Consentida (mi corazón se ha de quedar entre tus brazos), Siempreviva (toda la miel que en tu alma encontré, no he de hallarla en ninguna otra mujer) y Mi pensamiento (si tu me odias yo te quiero mucho más).
En Acapulco fue no se escuchó jamás en escenarios teatrales y tampoco fue llevada al acetato. La canción romántica fue entonces acallada por la artillería de la música belicista. Se vivían tiempos de machacar diariamente a los mexicanos aquello del masiosare (más si osare un extraño enemigo) porque la guerra tan temida ya había llegado. Razón poderosa que obligaba a la saturación de la radio, el cine y las vitrolas con los acordes del nacionalismo revolucionario. Lo exaltaban temas como Soy puro mexicano, Cantar del regimiento, Traigo mi 45 (quien dijo miedo, muchachos, si para morir nacimos, ayayay), el corrido del Escuadrón 201 y muchísimos más.

Acapulco

Sin conocer que se le había anticipado doña María Grever, el organista Sergio Pérez titula Acapulco a un bolero que el puerto le había inspirado en 1967. El autor destacó en la ejecución del órgano, cuando ese instrumento alcanzó su más alto registro alrededor del famoso Juan Torres. Pérez también dirigió su propia orquesta. Otra pieza en espera del rescate acapulqueño.

Ojos de Acapulco

Paloma negra, Gorrioncillo pecho amarillo, Que me toquen las golondrinas, Paloma déjame ir y Cucurrucucú paloma, son algunas de las canciones más difundidas del colombófilo Tomás Méndez. El compositor zacatecano cuyo primer contacto con la música no fue ningún conservatorio de música, sino el cargar las guitarras y el vestuario de Los Tres Diamantes.
Tomás Méndez amó al puerto con todo su temperamental genio. Acapulco le atraía con poder magnético y no desaprovechaba por ello la menor oportunidad para estar aquí entre “su gente”, como llamaba al grupo que siempre lo rodeó.
–Y es que en Acapulco –solía decir–, la inspiración me brota por los poros.
Agradecido de la generosa hospitalidad de los acapulqueños, el también autor de Puñalada trapera, Las rejas no matan y Huapango torero, dedica al puerto en 1960 una canción a la que titula Ojos de Acapulco. La canta por vez primera durante una noche bohemia de sus íntimos, entre los que no falta Martinique, un cantante playeño con una ronquera contagiada por José Antonio Méndez, y tampoco Hilario Martínez El Perro Largo. Los que viven del grupo ya no recuerdan la tonada. Urge pues su rescate.

Buenos Días Acapulco

Firmada por Alejandro Fuentes Roth, hijo menor del compositor Rubén Fuentes y la actriz Martha Roth, se publica en 1961 la melodía Buenos días Acapulco. Se trata de un encargo para la película juvenil del mismo nombre. El chamaquito, entonces con seis años de edad, tendrá también el crédito de La Bikina, ceceada mucho más tarde por Luis Miguel.
Buenos días, Acapulco será un notable éxito en las voces del quinteto cubano de las Hermanas Benítez, creadoras del pegajoso Corazón de melón. También será escuchada en la película homónima estelarizada por el cómico Capulina, filmada aquí.
Rubén Fuentes tiene en su haber el sonido actual del mariachi (fue subdirector por muchos años del Vargas de Tecalitlán), mediante la introducción de los metales. Más tarde lo urbanizará con el “bolero ranchero”, género muy discutido del que nada será ajeno a Pedro Infante, Javier Solís y Marco Antonio Muñiz. Las pruebas al canto: Cien años, Tres consejos, Qué murmuren, Escándalo, Luz y sombra y Di que no. Y un etcétera del tamaño del mundo

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