Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Etica y democracia

Etica y democracia

 Jesús Mendoza Zaragoza

El caso de los obispos denunciados ante la PGR por presuntos delitos electorales tiene diversas facetas y plantea diversas cuestiones. Pero, ¿cuál es el fondo de la cuestión? Ciertamente que es complejo. Pero un aspecto viene a ser la cuestión de la ética en la vida política y en la construcción de la democracia.

Con mucha frecuencia escuchamos en los ambientes políticos planteamientos que explícitamente excluyen la dimensión ética de los problemas y de las soluciones a los mismos, como si los problemas económicos, políticos, electorales, de salud pública no tuvieran una necesaria vinculación con la ética. O, en el mejor de los casos, se propone una ética a la medida de objetivos políticos y subordinada a ideologías o a intereses de grupos. Una “ética” coyuntural que puede cambiar al arbitrio de la práctica política, en definitiva, un relativismo ético que sea aceptable y “democrático”. La democracia, la mayoría establece lo que es bueno y lo que es malo, ya que toda ley y toda regulación de la vida pública implica un juicio de valor.

Los obispos católicos que se han pronunciado ante algunas propuestas partidistas en términos morales, han llamado la atención a la dimensión ética de las mismas, atendiendo a que la ética no es sólo cuestión de estrategias políticas sino, primero, es cuestión de principios. Los valores morales, ciertamente, tienen un aspecto subjetivo en la conciencia de cada persona que discierne sus circunstancias y toma determinaciones prácticas; pero tienen, también, un aspecto objetivo en la naturaleza de la persona humana.

La persona es tal, siempre, en cualquier contexto social o político y en cualquier época de la historia. Tiene un valor y una dignidad en sí misma. La justicia, la libertad, la vida, la tolerancia, el diálogo, y la misma democracia surgen como valores a partir de la naturaleza de la persona humana de manera que se desnaturalizan en el momento de que se desvinculan de ese valor original y se subordinan a programas políticos u objetivos de grupos. Y esto vale para todos: para las iglesias, para los partidos políticos, para las acciones de gobierno y para las personas individuales.

En el caso de los obispos católicos, más allá de la legalidad o ilegalidad de sus intervenciones tan severamente cuestionadas en diversos ambientes políticos, es la preocupación por la dimensión ética de la política la que les ha hecho hablar exponiéndose a la incomprensión e, incluso, a la sanción. De la fe cristiana brota una ética que obliga a quien profesa esa fe religiosa, de manera que quien se profesa católico, pero católico con el plus de la coherencia –ya que en un mundo de incoherencia cualquiera se puede llamar católico, o demócrata, o tolerante– debe asumir las consecuencias de su fe y, en este caso, las consecuencias éticas. En este contexto, ante la cuestión del aborto se oye decir que se trata de un problema de salud pública y no de un problema de fe. Hay en esta afirmación una incomprensión radical de la fe o, a lo sumo, una comprensión liberal que la reduce a lo íntimo y a lo privado, es decir, a una versión individualista que la desnaturaliza.

Si en la construcción de la democracia es necesaria la participación de todos, incluso de las minorías, hay que incorporar la dimensión ética pare salvaguardar, en todo caso, la dignidad de la persona humana, eje de una verdadera democracia. Una democracia que ignore a la persona en su integralidad, está vacía de espíritu y tarde o temprano desemboca en versiones totalitarias. Y si en México, la presencia del cristianismo en sus versiones católica, protestante y demás es un componente cultural y social, hay que permitir que los valores éticos de quienes profesan esta fe se desarrollen y respalden una democracia con alma, con vigor, con humanidad.

Sería penoso que esta transición a la democracia excluyera los valores que emanan del cristianismo como corriente espiritual y cultural y como expresión religiosa bimilenaria, todo por aparejar la carreta de la democracia a versiones pragmáticas, coyunturales y restringidas de la ética. Habrá que distinguir entre los valores perennes del cristianismo y los errores de los miembros de las iglesias, y en particular de la iglesia católica, que plantean la cuestión de la coherencia con la fe que se profesa. Pero alegar los errores cometidos por miembros de la iglesia para negar o excluir los valores que vienen del mensaje de Jesucristo como la concepción cristiana de la vida, de la persona humana, de la justicia, del perdón, de la misericordia sería, a la larga, perjudicial para la convivencia social. Una propuesta política necesita un sustento ético para que puedan esperarse mejores condiciones de vida para todos.

468 ad