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Gaspard Estrada

Brasil: ¿el final del túnel para Dilma Rousseff?

El anuncio, el pasado lunes en Brasilia, de una profunda reforma ministerial del gobierno federal fue recibido –por una vez– con aplausos tanto de la base política de la presidenta (compuesta por el Partido de los Trabajadores (PT), y por una decena de partidos) como por los mercados financieros. Recordemos que, desde el principio del año 2014, cuando arrancó la campaña presidencial que culminó en la reelección de Dilma Rousseff, nunca una noticia positiva del gobierno se había traducido en una reacción favorable de los mercados financieros. Por otro lado, este nuevo andamiaje político del gobierno fue interpretado por los medios como una tentativa (casi desesperada) de la presidenta de retomar la iniciativa política, al dar más espacio en su gobierno a cuadros cercanos al ex presidente Lula así como al centrista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que controla la presidencia del Congreso y de la mayoría de los estados y municipios. ¿Cuáles son los principales motivos de estos cambios? ¿Permitirán a Brasil salir de la crisis política y económica en la que se encuentra?
Pocos días antes del anuncio de cambios en el gabinete, la base política de la presidenta era cada vez más precaria. Los malos resultados económicos en materia de empleo, inflación y recesión no solamente ponían en entredicho la efectividad de la política económica, sino que debilitaban todavía más los pocos apoyos políticos del Ejecutivo federal. Las grandes confederaciones empresariales brasileñas, en particular las Federaciones Industriales de Sao Paulo y Río de Janeiro (FIESP y FIRJAN respectivamente), que habían sido fundamentales en agosto, cuando varios miles de personas desfilaron en las calles de ambas ciudades contra el gobierno, comenzaron a verbalizar sus dudas sobre la permanencia de Rousseff en el Palacio del Planalto. Por otro lado, el empecinamiento de la presidenta de mantener en el cargo de coordinador político del gobierno (con el título de Ministro de la Casa Civil de la Presidencia de la República) al ex senador Aloizio Mercadante, conocido por su arrogancia y falta de tacto con sus antiguos colegas del Congreso, parecía condenar a la administración federal al fracaso. En los bastidores de la política brasileña, los pronósticos sobre una eventual salida de Dilma Rousseff dejaron el campo de la especulación para alcanzar el terreno de la probabilidad real, en particular en las conversaciones de los miembros eminentes del PMDB. Finalmente, el padrino político de la presidenta, el ex presidente Lula, demostraba cada vez más dificultades en defender el gobierno que él contribuyó a reelegir en 2014.
Enfrentando este escenario de crisis, la presidenta tuvo que rendirse ante la evidencia: sin un golpe de timón, su gobierno tenía los días contados. Era entonces indispensable atar nuevamente un pacto político con las dos principales fuerzas ofuscadas durante los primeros nueve meses del segundo mandato de Dilma: Lula y las múltiples corrientes del PMDB. De esta manera, la llegada al gabinete en posiciones clave de personas cercanas al carismático ex presidente brasileño y la ampliación de la participación del PMDB en el horizonte gubernamental se volvieron una realidad. Aloizio Mercadante regresó a su posición original de ministro de Educación, al tiempo que Jacques Wagner, ministro con Lula y ex gobernador del Estado de Bahía, asumió como nuevo ministro de la Casa Civil de la Presidencia. Por su parte, el PMDB pasó a dirigir siete ministerios, incluyendo el poderoso de la Salud.
Por lo pronto, la presidenta ha conseguido tener un respiro. Sin embargo, sin mejoras rápidas en el diálogo político entre el gobierno y el Congreso, así como con el sector empresarial y los movimientos sociales, el panorama político de la presidenta continuará siendo incierto.

* Analista del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC), con sede en París.

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