Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Juventud inerme

Rubén Padilla Fierro

Con la premisa de errar en el intento, abordo el escabroso tema de las muertes prematuras y prevenibles en jóvenes de Acapulco en un esfuerzo porque no sucedan más.

Cíclicamente nuestro municipio se enluta por la muerte prevenible de jóvenes cuyo destino pudo ser otro que jamás sabremos pero que seguramente muchos de ellos aportarían más en positivo.

Las causas de estos infortunados decesos son múltiples y se resumen en inexperiencia, impericia y desenfrenado ímpetu, habitualmente suceden a propia mano de sus compañeros o familiares; si fallecen más de dos, ya son masivos, duelen en lo profundo tanto a sus allegados como a la sociedad y permanecen en el recuerdo colectivo por siempre, porque colectiva es la culpa.

La transición de la niñez a la adolescencia trae aparejados un sinfín de cambios además de los consabidos hormonales y de crecimiento. El niño entra a una zona de transición que le permite una libertad difícil de controlar, inexperto, en cuanto entra a la adolescencia levanta el vuelo desconociendo o ignorando las advertencias sobre todos los peligros que le acechan y salvo raras excepciones escucha consejos, hoy cada vez menos, alentados por la globalización y los múltiples distractores que en el entorno encuentra.

En general, debemos aceptar que todos los actores sociales hemos sido incapaces de preparar a nuestros jóvenes a enfrentar los retos que impone la adolescencia, asistimos al nacimiento con cada vez mejores armas y preparación, los llevamos de la mano en la niñez, pero cuando requieren de nuestra presencia: unos los soltamos sin la previa capacitación, asumiendo autoaprendizaje y sucumben a su arrogancia o son fácil presa de voraces, depredadores y oportunistas que aprovechan nuestro descuido.

Los padres confiamos en las escuelas, en los maestros y viceversa, tememos adentrarnos en los temas importantes, primero porque los consideramos pequeños para entender y después porque han dejado de escucharnos, dejamos que la televisión, Internet y los “amigos” se hagan cargo de la información vital, que es nuestra responsabilidad proporcionarles.

Contrario a la naturaleza que prepara a sus criaturas para el futuro, los humanos nos alejamos cada vez más de los hijos a medida que crecen y por ejemplo, la visita constante al médico en la niñez se vuelve esporádica en la adolescencia al grado tal que la enfermedad en ocasiones le gana la carrera al tratamiento y a la preservación de la vida.

Pocos leemos acerca de la adolescencia, y evitamos conversar en familia con los hijos sobre temas como: higiene, alcohol, tabaco, sexo, y enfermedades de transmisión sexual, drogas, noviazgo, viajes, ausentismo escolar, deserciones, etc., o lo hacemos superficialmente y con una gran dosis de tabú, ocultamos nuestro miedo o ignorancia en el regaño, el enfado o la condescendencia: el mimo.

En escuelas, los maestros salvo honrosas excepciones, carecen de la necesaria capacitación, vocación y la experiencia que le permitan introducir a sus alumnos en temas como los referidos con antelación y dedican su tiempo a enseñar números y letras, la misma SEP ha dejado de lado desde el civismo y la educación vial hasta aquellos que preparen al niño y al adolescente para enfrentar el mundo exterior.

Edad en que el pedestal paterno se anula y surgen como superdotados, inmortales, carentes de precaución, amantes del peligro y el arrojo, nada detiene sus impulsos y son presa de su desenfrenado ímpetu. Cuando no son víctimas de las drogas y el alcohol, lo son de la impericia, de los riesgos que implica el sexo, la violencia o la velocidad, a cuál más adictivo.

Padres de familia y sus asociaciones, médicos, abogados, profesionistas en general, clubes de servicio, instituciones, entes gubernamentales, escuelas, instituciones religiosas, poco incluyen entre sus temas a tratar el estudio del adolescente, en tanto, los jóvenes rehuyen todo cuanto consideran restringirá su recién estrenada libertad, de tal suerte que todo está dispuesto para que sean víctimas de las asechanzas y sucedan desgracias como las que se han sucedido año tras año.

Las escuelas y universidades también deberían atender tanto a niñez para prepararlos como a los jóvenes para atenderlos con mejores programas no para encarcelarlos como sugieren algunos medios sino para darles alternativas de aprendizaje, deporte, recreación, sana competencia, que permitan emplear su irreflexiva energía sin los riesgos que en la calle acechan.

Ningún esfuerzo de autoridad será efectivo sin la participación social, de nada sirven leyes y recursos legales si son ignorados por quienes deberían conocerlos y ejecutarlos, para qué endurecer castigos si los actuales no son ejercidos ni como preventivo. La ciudadanía debe saber que también es autoridad ante la flagrancia que pone en riesgo la vida.

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