Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XXXI)

Los porfiristas

El cronista Alejandro Martínez Carbajal, quien sí hurgó en los archivos municipales exponiéndose a pescar roña por lo menos, enlista a los alcaldes de la última década del siglo XIX. Está entre ellos el doctor Roberto S. Posada, en un segundo mandato, acompañado por don Tomás Uruñuela, en calidad de síndico, y los regidores Andrés G. Pino, Amado Olívar, Juan H. Luz y Ramón Córdova.
También, don José Muñúzuri, quien repetirá en el último año del propio siglo, y don Andrés Alarcón (1898), quien sí cumplirá como alcalde el año constitucional. Fue síndico don Tomás Véjar y regidores José Guadarrama, Miguel F. Torres, Gregorio Balboa y Rosendo Reina.
Los alcaldes acapulqueños del Porfiriato eran designados por el “centro” o bien por Chilpancingo, uno y otro caprichosamente autoritarios. De ahí que las permanencias en el poder no estuvieran siempre ajustadas a la ley. Algunos duraron lo mismo que un suspiro o, como se burlará de sí mismo uno de aquellos: “sin ir a la Villa perdí mi silla”.
Fueron de estos últimos casos el de don Rodolfo Villa (1900), el primer alcalde acapulqueño del siglo XX, sustituido por quítame estas pajas por don Amado Olívar. Este tampoco hará huesos viejos porque un día, sin decirle agua va, será sustituido por el doctor Antonio Butrón, quien sí comerá pavo como presidente. Butrón, como se sabe, era ciudadano cubano español, quien sabe cual era la carga mayor, hermano de un general al servicio del Ejército del dictador.

Tres en uno

En 1901, como ya se ha visto, asume la alcaldía de Acapulco don Antonio Pintos Sierra y termina bien. Para 1902, sin embargo, las cosas se complican al grado de darse, como en 1900, hasta tres cabildos en un solo año. El primero lo encabeza el doctor Butrón Ríos, sin citarse a sus ediles. El segundo, don Cecilio Cárdenas llevando como síndico a don Aristeo Lobato y regidores a los señores Miguel Flores, Juan H. Luz, Manuel Galeana y Cleto Trujillo. El tercero será encabezado por don Nicolás R. Uruñuela, con el siguiente cuerpo edilicio: Ignacio R. Fernández, síndico, y ediles Ramón Córdova, Antonio M. Deloya, Cirilo Lobato y Tomás Véjar y Ángeles.
Don Miguel F. Torres, alcalde en 1903, sí terminará su año acompañado por don Manuel Solano, como síndico, y los regidores Juan H. Luz, Crispín M. Rivera, Cleto Trujillo, Francio Martínez García y Carlos Grimax. Al año siguiente, 1904, repite como alcalde don Cecilio Cárdenas –“acapulqueño nato, juicioso y muy honrado, el cabrón”, decía la gente de él. Lleva como regidores a Pedro F. Bello, Esteban Huerta, Cleto Trujillo, Prisciliano Pintos y Clemente Adame.
En 1905 asume la alcaldía don Aristeo Lobato e integran el cabildo don Nicolás Uruñuela, Samuel Muñúzuri, Pedro F. Bello, Ramón Córdova y Simón Funes. Don Antonio Pintos Sierra ocupa esta vez la sindicatura.

Don Cleto Trujillo

Tomás Véjar y Ángeles recibe la alcaldía en 1906 junto con los ediles Nicolás Uruñuela, Pedro Bello, Simón Funes, Alfonso Uruñuela, Esteban Huerta y Miguel Torres. Don Cecilio Cárdenas repite por enésima vez en 1907 con el siguiente cuerpo edilicio: don Ramón Córdova, síndico, y regidores Ignacio R. Fernández, Pedro F. Bello, Inés Bazán, Luciano Valeriano y Cleto Trujillo.
Este último, don Cleto Trujillo, pasó de eterno oficial mayor del Ayuntamiento a regidor de varios cabildos. Chaparrito él, se caracterizó por vestir traje completo de riguroso casimir negro, incluso en los veranos más ardientes. La gente se preguntaba si tenía uno o varios y cómo los lavaba. La puntualidad y la honradez fueron dos atributos muy suyos.
–¡Ya levántense, muchachillos, que se les hace tarde para la escuela–, ultimaban las madres de familia de la calle de La Quebrada.
–Rápido, rápido que ya se oyen los tacones de don Cleto Trujillo!” (rumbo al palacio municipal, significando ello que faltaba un cuarto para las 8, exactamente.
Don Antonio Pintos ocupa nuevamente la alcaldía los años de 1908 y 1909 acompañado en ambas ocasiones por el síndico Ignacio R. Fernández. Los regidores fueron en el primer año don Ramón Córdova, Francisco Lacunza, Domingo González, Domingo Martínez y Santiago Solano. Y en el segundo: Amado Olívar, Juan H. Luz Francisco Martínez García y Pedro F. Bello. En esta última estamos:

El quiosco

Como el ayuntamiento carece de fondos para construir un nuevo quiosco en el jardín Álvarez, destinado a las fiestas del Centenario, el alcalde acepta la oferta de don Tomás Véjar para construirlo de su propio peculio. ¿Un comerciante generoso y altruista? ¡Mangos! El sinaloense exige la concesión de la planta baja por diez años. Explotará en ella “una cantina mixta, con expendio de licores finos, helados, refrescos, tabacos y curiosidades”. La planta alta quedará libre para las serenatas de la banda municipal, los encendidos panegíricos para el viejo Díaz y los versos patrióticos de los poetas del momento. (Personajes del mismo talante, mexicanos y extranjeros, llegarán a Acapulco durante todo el siglo XX).

El gran sismo

Acapulco llora aún la desgracia del teatro Flores cuando a distancia de seis meses se enfrenta a otra gran tragedia. Se trata esta vez de una serie de temblores que matan a dos niños, lesionan a centenares y casi destruyen la ciudad. El calendario está detenido en el mes de julio de 1909:
La ciudad es sacudida por tres sismos, dos primeros con intervalos de minutos y de horas el tercero o réplica. El primero se produce a las 4 de la mañana con 10 minutos del 30 y su duración es de 2 minutos y medio. Se repite 15 minutos más tarde pero esta vez con mayor intensidad aunque con menor duración. Seguirán durante toda el día movimientos leves o simples “jalones”, por lo que la población decidirá no dormir bajo techo.

La réplica

“Amanece el 31 de julio –narran los cronistas Tabares y Liquidano–, y a las 13 horas se sintió un ruido espantoso, una sacudida violentísima, una polvareda que nubló el sol y no hubo un solo habitante de no creyera llegada su última hora. O bien volaban por los aires o quedaban sepultados en la entraña de la tierra. Los árboles se veían inclinarse peligrosamente; los tejados de las casas se balanceaban viniéndose abajo tejas sueltas. Y toda la naturaleza se conmovía de modo que podía enloquecer a la gente. ¡Tres minutos duró este sismo pero como si hubieran sido horas!”.
Casi al cesar el movimiento, el mar en la bahía se retira de 20 a 30 metros, acometiendo enseguida con una ola gigantesca que inunda el centro de la ciudad. Arriba, en los cerros, rocas enormes ruedan por las laderas impactando algunas casas, ya deshabitadas, por fortuna. Vendrá luego la famosa calma chica, rota inmediatamente por los ayes lastimeros de la población. Llorando unos la pérdida de seres queridos, otros buscando a gritos a los suyos y sin faltar quienes lamenten las pérdidas materiales provocadas por los temblores. Habrá, no obstante, un ruego único: las gracias a Dios por estar vivos.

Recuento de daños

A la hora del recuento de los daños, el alcalde Antonio Pintos reporta dos únicas defunciones, las de dos gemelitos aplastados por una viga en el Barrio Nuevo (hoy Cuauhtémoc). Un elevado número de lesionados atendidos por los servicios sanitarios de las milicias del fuerte de San Diego y los más graves en el hospital del barco Aurora, de la armada estadunidense, surto en la bahía, abierto generosamente por su capitán.
La destrucción de Acapulco parecerá total a los ojos de los recién llegados. El presidente municipal matiza el percance hablando de daños concretos y reparables a corto plazo.
Que totalmente destruida una de las torres de la parroquia de La Soledad, lo mismo que el edificio de la antigua Casa Alzuyeta. También, en tierra, el galerón del mercado municipal en la plaza Alvarez y ni se diga del Muelle del Carbón (frente al hoy Palacio Federal). Así llamado porque en él atracaban los barcos que traían el combustible desde Australia. Insistirá el presidente municipal en que los daños humanos y materiales no correspondieron de ninguna manera a la dimensión del terremoto. Lo adjudicó a que la llamada “réplica” encontró a una población advertida, alerta y solidaria.
Sumarán infinidad de casas averiadas en las calles San Diego (Carranza), Comercio (Escudero) San Juan (Cinco de Mayo), Arteaga (Azueta), Quebrada y el barrio del Rincón (La Playa). Otras tantas totalmente destruidas en el Barrio Nuevo (hoy, Cuauhtémoc) y la calle Progreso. Acapulco será, en efecto, la imagen viva de una ciudad aniquilada.
Como no paraba de temblar, buena parte de la población decidió mudarse a la plaza Álvarez, habitando en carpas y enramadas. Allí se instalarán también algunas oficinas públicas como el Banco Nacional, la Aduana, Correos y Telégrafos y la Prefectura, entre otras. A las familias foráneas les vino de perlas la oferta de chozas de zacate, baratas y seguras, confeccionadas por campesinos acapulqueños. Nadie en el puerto cerró las puertas de sus casas, ocupadas o abandonadas, sin que se haya reportado ningún robo, ni el de un alfiler. No faltará entonces quien construya con ese hecho una frase que luego tendrá vigencia en todo México: “Pobres pero pinchemente honrados”.

Misas en el Zócalo

Por la destrucción de la torre, el cura párroco de la Soledad trasladará los servicios religiosos al jardín Álvarez para no exponer a la gente. Quienes sufrirán serán los monaguillos, cepo en manos, persiguiendo por el jardín a los feligreses remisos.

Dichos y hechos

Los comentarios, pasada la crisis y el susto, serán variados y algunos incluso jocosos.

Uno

Se hablará, por ejemplo, del operador de Telégrafos Nacionales quien, al sobrevenir el tercer movimiento, huye dejando a medias el mensaje que enviaba: “está temblando otra vez (coma) cada vez más fuerte (coma) vámonos a la chingada (punto). Viajará tan lejos como pueda, tanto que no volverá al puerto.

Dos

“¡Y yo que culpa tengo que Dios haya querido castigar con temblores tan chingones a sus “entenados”, más que hijos, por mañosos y fornicadores!”, responderá Dieguito a los reclamos airados de la gente. El cieguito había pronosticado los sismos, pero sin advertir nunca el tamaño de los mismos. (El mismo Dieguito invidente y adivino de la entrega anterior).

Tres

Destruida la casa donde se casarían el teniente Canseco y la señorita Elvira Sáyago, deciden ambos hacerlo bajo los amates del fuerte de San Diego. Acude hasta allí, temblando de pies cabeza, el oficial del Registro Civil quien viste riguroso traje negro. Lee a tropezones la epístola de don Melchor Ocampo (un solterón empedernido pero con hijos regados) e invita luego a la pareja a firmar el libro oficial. Será en este preciso momento cuando se produzca la sacudida grande, provocando una desbandada general. Vuelta la calma, la mamá de Elvira no permitirá la consumación de la unión argumentando: “no hay firmas no hay matrimonio”.
–¡Pinche, vieja metiche! –la llamará el calentón teniente Canseco.

Porfirio Díaz

No obstante que el sismo colapsa muchas casas en la ciudad de México, particularmente en las colonias Roma, Hidalgo y San Pedro de los Pinos, el presidente Díaz atenderá personalmente la tragedia de Acapulco Enviará por conducto del alcalde Pintos una ayuda importante para los damnificados, las bendiciones para ellos de su parte y de Carmelita. Adelantando sus deseos de visitar el puerto durante su viaje a Chilpancingo. Ello no obstante que en Huitzuco ya soplaban vientos de rebelión para echarlo del poder.

La Brecha de Guerrero

El sismógrafo nacional reportará el movimiento de Acapulco como de 7.2 grados en la escala de Mercalli, con epicentro en la Brecha de Guerrero (*). Similares, se repetirán aquí mismo el 14 de diciembre de 1950 (7.5 grados); el 20 de julio de 1957 ( 7.8 grados); el 11 de mayo de 1962 (7.2); 19 de mayo de 1962 (7.1 grados), y 23 de agosto de 1955 ( 7.3 grados).

(*) Brecha de Guerrero, también conocida como Brecha Gap, es una brecha sísmica ubicada en el océano Pacífico mexicano, frente a la región de la Costa Grande del estado de Guerrero, ubicada en una extensión de 230 kilómetros desde el sur de Acapulco hasta Papanoa. Localizada dentro de la subducción entre la placa de Cocos y la placa Norteamericana, en donde la primera se introduce por debajo de la segunda, se trata de una región que no ha registrado actividad sísmica mayor a una magnitud de los 7,7 grados desde 1911, por lo que tiene una alta probabilidad de que en ella ocurra un sismo de consecuencias considerables (Wilkipedia).
–¡Ay, mamachita! (Adalberto Martínez Resortes dixit).

468 ad