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Plaza Pública

PRD quinceañero  

Miguel Ángel Granados Chapa

La crónica cursi llamaba a los quince años, “la edad de la ilusión”. No lo es para el PRD su decimoquinto aniversario. Es más bien, para muchos de sus militantes, simpatizantes y votantes, la edad de la decepción. Vive ese partido su crisis mayor al mismo tiempo que, paradójicamente, uno de sus miembros figura, pese a todo, como el más favorecido por el apoyo ciudadano en las encuestas de preferencias electorales.

Aun antes del 1o. de marzo, cuando comenzó a conocerse el trabajo de zapa que con éxito considerable emprendió Carlos Ahumada contra el gobierno capitalino y en el PRD, ese partido se hallaba en condición crítica. Su presidenta Rosario Robles había renunciado el año pasado y había tenido que designarse un comité ejecutivo provisional. La dimisión de la ex jefa de Gobierno capitalino a su cargo partidario, al que llegó tras un conflicto electoral, hizo ostensible la profunda división en las corrientes dominantes en esa organización política, que ya mostraba querellas internas entre la burocracia dirigente y grupos marginales que más tarde llegaron al punto de demandar ante el IFE el desplazamiento de los miembros del comité nacional con el fin de “recuperar” el partido.

Se supo desde el principio que sería precario el equilibrio entre las fuerzas y las corrientes que acudieron el 5 de mayo de 1989 a la fundación del PRD. En gran síntesis, las tendencias fundadoras surgían de tres orígenes: por un lado, la disidencia priísta encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas; por otra parte, la izquierda electoral, representada por el Partido Mexicano Socialista; y, en fin, la izquierda social, que había preferido la oposición extraparlamentaria y que aceptaba, con reticencias nunca depuestas del todo, las reglas de un juego que antaño consideró intrínsecamente perverso.

La antigua Corriente Democrática del PRI, por la influyente presencia de Cárdenas en las elecciones de 1988 y en la fundación del nuevo partido, tomó el control de la organización naciente. Quienes encabezaron el partido durante su primera década habían sido miembros del partido del Estado: Cárdenas mismo, Roberto Robles Garnica, Porfirio Muñoz Ledo y López Obrador. Sólo hasta que fue elegida presidenta Amalia García (tras el primero de los después recurrentes conflictos internos) llegaron al liderazgo nacional perredista integrantes de otras culturas políticas. Ahora mismo, sin embargo, se ha retornado al origen, pues Godoy fue también miembro del partido oficial.

Una de las razones de esa presencia eminente del ex priísmo estriba en la posición                           y el papel de Cárdenas. Si lo fue del Frente Democrático Nacional, en cuya coyuntura era necesaria una conducción fuertemente personalizada, el candidato presidencial de 1988 no ha sido nunca un caudillo en el PRD. Si lo fuera, si impusiera sus decisiones abiertamente o sibilinamente las sugiriera, otro gallo cantaría a ese partido. Pero si bien Cárdenas es un foco de atracción y un punto de referencia, y en torno suyo actúa un importante número de miembros del partido (entre los cuales algunos influyentes a su vez en sus sectores), es falso que avasalle la toma de decisiones y que por lo tanto sea preciso jubilarlo para dar paso a la institucionalidad. No es verdad tampoco, como sostienen antagonistas a Cárdenas, que las corrientes surgieran para hacer contrapeso a su figura.

Las tendencias eran inevitables en el PRD por sus características originales, pero lo que las convirtió en obstáculos para la plena integración del partido no fue un asunto político, el peso desmesurado de un dirigente, sino un interés financiero. Especialmente el núcleo procedente del Partido Socialista de los Trabajadores, cuyos líderes principales lo son hoy de Nueva Izquierda, había probado las mieles del financiamiento gubernamental (en su momento ilícito) y, por saber cómo utilizarlo, lo disputaron con determinación y eficacia. Pero se toparon con recias resistencias de otros intereses, como los de la Izquierda Democrática, cuyo activismo clientelar requería disponer de los recursos que provee el control de los cargos partidistas, parlamentarios y de gobierno. De esa manera la querella interna perredista ha sido más pecuniaria que ideológica.

En su actual crisis, el comité nacional ha procedido con tino y oportunidad, pero es de tal modo imponente su dimensión que su pronta reacción ha sido insuficiente. Los tres dirigentes directamente involucrados en la relación financiera con Carlos Ahumada: Rosario Robles, René Bejarano y Carlos Imaz, no son ya miembros del partido, y en los procesos políticos o judiciales que los involucran el PRD se ha deslindado de ellos resuelta y activamente. Fuerza es contrastar esa actitud con la lenidad que sobre todo en el PRI pero también en el PAN se observó en provecho de quienes protagonizaron actos de corrupción electoral.

La precaria situación electoral del PRD en buena parte de la república, y el debilitamiento moral y político que hoy sufre pese a aquella reacción pertinente, reclaman acciones unitarias contundentes y eficaces, pues lo único que faltaría a ese partido sería su disgregación. Además de a Godoy, puesto ahora en jaque por la vena facciosa del gobierno federal, a los dos militantes más conspicuos de ese partido sus compañeros deben demandarles coincidencias y actuación conjunta. Cárdenas y López Obrador, dueños de intereses propios, deben ser conscientes de lo que el PRD representa, y está en su deber promover su preservación y prosperidad.

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