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Plaza Pública

Debatir es gobernar  

Miguel Ángel Granados Chapa  

Amartya Sen, que recibió el Premio Nobel en 1998 es ejemplo vivo de la fórmula acuñada o difundida por don Jesús Reyes Heroles: quien sólo sabe economía, sabe poca economía. Si obtuvo aquel máximo galardón en esa materia es porque conoce de muchas otras, entre ellas sociología política. Lo muestra, para quien lo ignore, en su ensayo sobre El ejercicio de la razón pública, aparecido en el número de mayo de Letras Libres, la publicación dirigida por Enrique Krauze.

Al explorar buen número de casos, y revisar abundante literatura sobre el tema, una de las conclusiones del economista y filósofo, profesor de Cambridge y Harvard es que “la fuerza y el alcance de las elecciones dependen en gran medida del debate público abierto”. Y no sólo las elecciones, sino su resultado, el sistema y el ejercicio gubernamental: la democracia como gobierno mediante la discusión, según James Buchanan, citado por Sen.

Este ensayo, tanto como los artículos de José Carreño Carlón y Sergio Sarmiento, expresan y comparten una preocupación que, concentrada en el caso mexicano, condujeron a Krauze (en su propio texto, Para salir de Babel) a deplorar el abatido nivel de la discusión pública mexicana y a formular una propuesta, digna de difusión y consideración: crear un Comité de Opinión Pública (COP) que contribuya a sustituir el ruido ambiental en que se diluye la exposición de las razones (o las sinrazones) de cada quien, por la discusión organizada y productiva de los grandes temas nacionales.

Uno de los efectos más difíciles de remontar, del sistema autoritario en que dominaba el pensamiento único priísta, es la ausencia de una cultura del debate. La discusión política estaba prácticamente excluida, pues era innecesaria o estorbosa en los procesos electorales, y carecía de sentido en la toma de decisiones. Ya podían escucharse en el Congreso poderosas razones en pro de una política diferente a la decidida por el gobierno, que ésta siempre se imponía. En los medios de información, en las universidades, como probables centros de reflexión, ésta se simplificaba al mínimo. Y cuando más un conjunto de anhelos que de ideas permitieron transitar a la sociedad abierta, la discusión pública ha demorado en tornarse parte de nuestra cultura política.

No falta debate, sin embargo. Todos los días, en toda suerte de foros se discuten asuntos de gran relieve, abordados desde perspectivas académicas y políticas. Pero la riqueza plural así expresada se agota en sí misma, suele no alcanzar la trascendencia que la información y las ideas de libre curso social deben tener en la formulación de políticas. No hay conexión todavía, no la hay de modo permanente al menos, entre el saber social construido entre todos, y la conducción del país, a través de los poderes públicos.

El Comité propuesto por Krauze estaría adosado al Instituto Federal Electoral, que tiene entre sus funciones el fomento a la democracia. Cada mes, el COP –integrado por intelectuales, académicos y periodistas– acordaría los temas a tratar y el elenco de los debatientes, que al ser invitados recibirían tres preguntas cuya respuesta obligada sería el eje del debate. Éste se realizaría en dos etapas: en la primera, dos o más debatientes discutirían el tema en emisiones de radio y televisión en los horarios de mayor público. No se esperaría que el altruismo de los concesionarios o la tenue autoridad del Estado fijara la programación: la propuesta incluye la formación de un fideicomiso, creado por empresarios prominentes, cuyos rendimientos pagaran tiempo comercial.

En la segunda etapa, miembros del COP formularían preguntas a los debatientes (además de las tres iniciales) y comunicarían las que el público hubiera hecho por escrito. Se buscaría la realización de encuestas que midan la opinión de la sociedad al término del debate. Y el paquete –debate y respuesta pública– sería enviado tanto al Congreso como a la Presidencia, “exhortándolos a que actúen en consecuencia”.

Independientemente de la mecánica propuesta por Letras libres, la idea de promover el debate puede imprimir un fuerte impulso a la circulación de propuestas constructivas y al libre flujo de las ideas, de modo que los protagonistas de la escena pública no se limiten a procurar sacar avante las suyas propias, ajenos a la posibilidad de ensamblarlas con las ajenas; y el público en general trasponga la situación de neurosis contemplativa en que todo irrita y frente a lo cual poco o nada se hace.

Puesto que un elemento básico de la propuesta de Krauze y la revista que dirige es el uso de los medios electrónicos, quizá una de las primeras tareas del COP sería organizar un debate sobre su papel en la sociedad mexicana de hoy y de mañana. Sergio Sarmiento, en ese propio número de Letras Libres, concluye que la televisión no es un medio idóneo para la discusión pública, porque los televidentes no la apetecen: “Un programa de reflexión podrá hacerse más o menos digerible, pero se enfrenta a una resistencia fundamental del público, el cual rara vez quiere llegar a casa a ver televisión para instruirse o para involucrarse en los grandes temas de discusión política”. Y aunque reconoce que aun con su bajo rating los programas de debate ponen en comunicación a los participantes con millones de televidentes, asegura que “la televisión es un pésimo vehículo para la discusión de los temas importantes de la sociedad”.

¿Es así? ¿Es imposible que sea de otra manera? He allí un tema para debatir.

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