Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Estratégicamente

Abu Ghraib  

Jorge Luis Sierra  

Buena parte del comienzo de la terrible historia de los abusos cometidos contra los prisioneros iraquíes en Abu Ghraib empezó en octubre pasado. La resistencia estaba en uno de sus puntos más altos. En promedio, cerca de 25 ataques diarios contra las tropas de ocupación se cometían a diario, principalmente en las ciudades de Bagdad, Faluya y Tikrit, donde predomina la población sunita. Estar en esos momentos en Bagdad equivalía a sentir la proximidad, rudeza e invisibilidad de la guerra urbana. No se veían enfrentamientos entre batallones de un ejército rebelde contra los soldados del ejército de Estados Unidos. De noche se escuchaba el sonido de morteros, granadas y tableteos de ametralladoras y fusiles que emergían de las calles solitarias y oscuras de Bagdad. De día se podían escuchar las explosiones y luego ver las nubes de humo que se levantaban encima de las casas y edificios de la capital iraquí.

Al escuchar las explosiones, los periodistas salían disparados de sus habitaciones en el hotel Al Fanar y subían corriendo por las escaleras de servicio hacia la azotea del edificio. No podían esperar el elevador porque era increíblemente lento y no siempre estaba en servicio debido a los continuos apagones en la ciudad. La nube de humo permitía calcular la distancia de la explosión. Si se estimaba que se podía llegar en un par de minutos, los periodistas salían corriendo o a bordo de taxis al lugar del atentado. Pero si la distancia era mayor, no había más remedio que esperar en el hotel. Los helicópteros artillados de Estados Unidos llegaban en unos cuantos minutos, las tropas cercaban el lugar, recogían a las víctimas civiles, limpiaban la calle y levantaban restos del artefacto explosivo. Entonces los helicópteros evacuaban a los soldados muertos o heridos y las tropas en la calle detenían a todos los varones sean adolescentes, jóvenes o mayores de edad que por alguna razón

estaban en el perímetro cercano al ataque.

La mayorí era llevada a la prisión de Abu Ghraib, un complejo gigantesco de confinamiento de delincuentes del orden común y disidentes políticos que se construyó en el régimen de Saddam Hussein a unos 30 kilómetros al oeste de Bagdad. Los detenidos iraquíes llegaban a bordo de camiones de pasajeros custodiados por vehículos blindados de las fuerzas armadas de Estados Unidos, tal y como consta en las imágenes que el fotógrafo mexicano Raúl Fajardo tomó furtivamente en la puerta de entrada de la prisión.

Decenas de señoras vestidas con largas túnicas negras acompañadas de sus hijos se conglomeraban alrededor de la entrada de la prisión de Abu Ghraib para preguntar por el paradero de sus cónyuges o hijos detenidos. Un oficial estadunidense de origen sirio les preguntaba en árabe a los iraquíes si ellos sabían el número de identificación del prisionero, porque en ese lugar no se registraba a los detenidos por su nombre sino por su número. Al pasar los blindados y los camiones repletos de iraquíes detenidos, las madres y los jóvenes reunidos intentaban preguntar con señas de mano el origen y nombre de los prisioneros. Pero era imposible, las ventanas del autobús estaban selladas, lo único que obtenían los iraquíes era un baño de la arena del desierto que levantaban al pasar los vehículos estadunidenses.

Como ya lo hemos visto en las fotografías divulgadas durante la última semana, algunos de estos detenidos fueron sometidos a violaciones sexuales, torturas brutales y humillaciones. Según el reporte del general estadunidense Antonio M. Taguba, revelado por la revista The New Yorker y el programa de televisión 60 Minutes, se sodomizaba a los detenidos con linternas, se les forzaba a desnudarse y masturbarse unos a otros, se les mantenía despiertos durante días obligándolos a escuchar música continua de heavy metal o canciones de cuna en inglés a todo volumen, se les forzaba a hacer pirámides humanas unos sobre otros mientras recibían golpizas. Algunas imágenes dan cuenta de cadáveres con huellas de tortura, congelados y envueltos en plástico. El Pentágono ha decidido mantener en secreto el resto de las fotografías en las que se ha dicho que aparecen las imágenes de atrocidades más graves.

Abu Ghraib tiene hasta el momento a cerca de 7 mil presos, muchos de ellos inocentes y sujetos a prisión en forma indefinida. Los presos abarrotan las pequeñas celdas de esta prisión a tal punto en que algunos son colocados en tiendas de campaña a la intemperie, rodeados de barreras de alambre de púas. La resistencia ha atacado estas instalaciones varias veces con disparos de mortero y granadas contra las paredes de la prisión para facilitar la fuga eventual de los prisioneros.

Lo que ha sucedido en esta prisión va más allá de las anécdotas de una ocupación militar salvaje y sin control. Refleja un sistema de tratamiento de decenas de miles de personas en distintos países del mundo que han sido detenidas por los servicios de inteligencia o por las fuerzas armadas de Estados Unidos después del ataque del 11 de septiembre de 2001. No estamos sólo ante el caso de un pequeño grupo de soldados de bajo rango que ha cometido abusos contra sus prisioneros, sino también de una pequeña élite de civiles y militares que está en los cargos más elevados del poder en Estados Unidos y que ha permitido crímenes de guerra y de lesa humanidad en la lucha contra el terrorismo internacional.

Crímenes y abusos como los cometidos en Abu Ghraib se pueden cometer en las prisiones militares de Estados Unidos en Cuba, Afganistán, Arabia Saudita o Qatar sin que haya manera de que la opinión pública internacional pueda enterarse. Está en curso una nueva estrategia de guerra en la que a las armas convencionales se les agrega otras tan poderosas y letales como la tortura, la humillación, la violación y el asesinato de prisioneros con tal de eliminar el terrorismo y la insurgencia.

El gobierno de George Bush ha tratado de minimizar el problema y ha elegido a unos cuantos chivos expiatorios cuya única responsabilidad, como lo admitió la soldado Lynddie England que fue fotografíada sonriente con un cigarro en la boca mientras los prisioneros iraquíes eran obligados a masturbarse, fue la de cumplir órdenes. Y lo más probable es que la primera fuente de esas órdenes hayan sido las directivas que salieron de la oficina oval de la Casa Blanca.

[email protected]

468 ad