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Abelardo Martín M.

Fin de gobierno, amnistía y liberaciones

 
Por Abelardo Martín M.

Toca a su fin el único y fugaz (¿cuál no es?) gobierno de Rogelio Ortega, un académico que, como en una novela de terror, se hizo cargo del mando estatal luego de la crisis política derivada de la desaparición de normalistas de Ayotzinapa en Iguala, que culminó con la caída de Ángel Eladio Aguirre Rivero y la parálisis del grupo en el poder, a grado tal que el sucesor no pudo ser ningún político tradicional y hubo de llamar el Congreso al entonces secretario general de la Universidad a desempeñar lo que quedaba de la gubernatura (que no quedaba mucho, ni en tiempo ni en facultades).
Un año y un día durará el mandato del profesor Ortega, que hace unos meses sentía que la lumbre le llegaba a los aparejos, a grado tal que ante la falta de recursos económicos –y políticos, dirían sus enemigos– hubo de plantear la posibilidad de acortar su gestión y adelantar la transmisión de poderes, posibilidad de inmediato rechazada por quien a partir del 27 de octubre será el nuevo gobernante de la entidad, Héctor Astudillo.
Para ningún hombre habría sido fácil ejercer el mando en medio de la marejada social generada luego de la tragedia de los normalistas. Menos lo fue para alguien formado en la academia, sin ninguna experiencia de gobierno, y cuya proclividad más notable ha sido precisamente hacia las fuerzas que socavan las muy débiles instituciones del estado en Guerrero.
Tal vez la acción más simbólica de su breve gobierno fue la iniciativa de una Ley de Amnistía enviada a la anterior Legislatura hace más de cuatro meses. La propuesta no ha caminado: los legisladores que ya estaban por concluir su periodo no la aprobaron, y los actuales diputados tampoco parecen estar muy preocupados por darle salida.
Aunque en apariencia se trata de liberar presos políticos al extinguir la acción penal contra participantes en protestas y movilizaciones de origen social, las aristas del tema es que muchos de los hoy encarcelados no son simples transgresores de la ley al calor de disturbios callejeros, pues en muchos casos están acusados de acciones tan graves como secuestros, homicidios, terrorismo incluso, o son señalados como militantes de grupos guerrilleros. Así que la amnistía no transitará tan rápido ni de manera tan tersa.
Pero como el tiempo se agota, a unas semanas de que concluya el mandato emergente de Ortega, el gobernador decidió no esperar la incierta aprobación de su iniciativa, y ordenó en medio de las fiestas patrias la preliberación de nueve reos que purgaban condenas por delitos como los mencionados.
En otros casos de presos, no es suficiente la voluntad del mandatario, pues sus procesos son federales, o concurren varios juicios y complicaciones legales que no permiten simplemente soltarlos.
Al parecer, no habrá para más en éste ni en otros asuntos con el gobernador Ortega. En realidad hizo más de lo que pudo esperarse de cualquier otro político. Le dejaron el estado en vilo, prendido de alfileres, y logró mantenerlo en ese estado, no se le desbarató, al contrario, su experiencia, formación e interese le permitieron, con nada, hacer mucho. La gobernabilidad es un asunto lejano y, paradójicamente, es lo que más falta hace en el estado. Es una carencia de nuestros días.
Para el gobernador entrante, Héctor Astudillo Flores, las cosas no están nada sencillas, aunque puede ser factor para enderezar el gobierno, y generar un nuevo clima social, en una entidad lastimada por la violencia, el imperio de la criminalidad, la desesperanza de la población y la quiebra de las instituciones.
Tenemos demasiados problemas, y demasiado escepticismo.
Nunca es tarde, pero el nuevo gobierno tendría que empezar temprano con estrategia y acciones diferentes. No es posible hacer lo mismo y esperar resultados diferentes. Ojalá, ahora sí, el gobierno de Astudillo haga cosas nuevas y supere la soberbia propia de los que llegan que creen que un sexenio dura una eternidad. A todos, no casi todos, el final los toma por sorpresa. Vigilar y cuidar las manos, de todos, sin distinción. Que te cuiden los ojos, no las manos, dice el dicho.

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