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Estratégicamente

Interrogantes hacia el futuro  

Jorge Luis Sierra  

Hace cuarenta años, el gobierno mexicano creyó suficiente a la política de aniquilamiento para desaparecer para siempre a los movimientos armados. En 1994 y 1996, año del surgimiento público del EZLN y del EPR respectivamente, fue evidente que esa creencia estaba equivocada. A pesar de esta enseñanza histórica, no existe ninguna política gubernamental que asegure que la guerrilla dejará de ser uno de los protagonistas principales de la política en México en los próximos 30 años.

Por el contrario, las medidas de contrainsurgencia tomadas por el gobierno mexicano sólo garantizan que la construcción de movimientos armados sea cada día más difícil, pero esto ha arrojado como resultado que un número estimado en varios centenares de mexicanos se organicen en células dormidas con un alto grado de potencial de violencia si se presentan condiciones favorables, y que los grupos armados ya existentes tengan arsenales más completos, organizaciones más clandestinas e impenetrables, más capacidad de movilización, desplazamiento y ataque y, como es el caso de los zapatistas, cuenten con más apoyo popular.

La violencia puede alcanzar grados extraordinarios. Los últimos 20 años han servido para que las Fuerzas Armadas Mexicanas duplicaran su personal y aumentaran su capacidad de fuego y movilización. Entre 1988 y el año 2001, el número total de efectivos pasó de 179 mil 305 a 238 mil 983. Las Fuerzas Armadas han crecido en importancia, magnitud y organización. Su armamento tiende a ser más letal y sofisticado. Sus medios de transporte, más ligeros y rápidos. Su división territorial militar, aérea y naval ha sido reestructurada. En los diez años que han transcurrido desde el levantamiento indígena de 1994, el Ejército pasó de 37 a 44 zonas militares.

La estrategia militar contra las amenazas de orden interno implica la formación de grupos de fuerzas especiales, aerotransportadas, aeromóviles y anfibias, que emulan el modelo estadunidense y tienden a convertirse en fuerzas de intervención rápida. Estas tropas especializadas integran el núcleo principal de combate contra el narcotráfico y la insurgencia armada y constituyen una de las vías más importantes de transformación de las Fuerzas Armadas.

La modernización de las Fuerzas Armadas incluye la transformación del Ejército en una Fuerza de Despliegue Rápido, la creación de un servicio de inteligencia, la reorganización de pelotones y compañías en fuerzas especiales, la descentralización de la logística y el entrenamiento militar, así como el desarrollo de unidades de combate de la Fuerza de Tarea Arcoiris (FTA), preparadas para “una acción inmediata, decisiva y en condiciones de realizar operaciones de infiltración, exfiltración, golpes de mano e incursiones, empleando la fuerza necesaria”. La FTA fue creada para enfrentar militarmente y sofocar cualquier nuevo alzamiento del EZLN.

Bajo este programa de modernización, todas las unidades militares comenzaron a recibir capacitación en actividades de reconocimiento y patrullas de combate. En aras de lograr una eficiencia operativa en el corto plazo, todas las unidades del Ejército participan de manera rotativa

en las operaciones contra el narcotráfico y de aplicación de la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos. Las tropas mexicanas reciben adiestramiento en patrullaje en áreas de conflicto, búsqueda de información sobre “grupos transgresores” y operaciones en caso de enfrentamientos.

La modernización operativa del Ejército y la Fuerza Aérea implicó la búsqueda permanente de las llamadas “áreas de conflicto” en el país. Los militares mexicanos mejoraron sus métodos de inteligencia para identificar “otras probables áreas de conflicto” y dirigieron el adiestramiento de las tropas en actividades de patrullaje, búsqueda de información sobre “grupos transgresores” y actuación en caso de “probables conflictos”.

En México la insurgencia y la contrainsurgencia acumulan experiencia de más de 30 años de conflicto. Este hecho, evidente en las montañas de Guerrero, las sierras de la zona huasteca o las cañadas de Chiapas, provoca un conjunto de interrogantes, cuyas respuestas serían fundamentales para entender la situación de México y comprender sus retos en el siglo XXI.

¿Los movimientos armados lograrán mantener o no su existencia y operaciones armadas durante los primeros 30 años de este siglo, tal y como lo hicieron ya en los últimos 30 del pasado? Si la respuesta es positiva, ¿cuál será la naturaleza, fuerza y magnitud de los grupos armados mexicanos en el futuro? ¿Alcanzarán los movimientos armados el objetivo de formar un ejército revolucionario, como sí ocurrió en Colombia, Nicaragua, El Salvador y Guatemala?

¿Seguirán vigentes las condiciones económicas, políticas y sociales que, en las últimas tres décadas, han empujado a decenas de mexicanos a recurrir a la lucha armada como el último recurso para conseguir sus reivindicaciones? En caso de que así sea, ¿se integrarán a los movimientos armados grandes segmentos de la población? Si los movimientos armados han organizado células y realizado operaciones en todos los estados de la República, principalmente en el sur, ¿llegarán a controlar porciones importantes del territorio nacional?

¿Volverán a surgir periodos de guerra sucia, donde se viola el Estado de derecho con el fin de suprimir a la amenaza insurgente? ¿Se incrementará la fuerza política e influencia nacional de las instituciones militares, tal y como ha ocurrido en los pasados 40 años? Si la guerra sucia implicó impunidad amplia para detener, torturar, asesinar o desaparecer a rebeldes, ¿seguirá siendo la impunidad el recurso principal del gobierno para eliminar a sus opositores más recalcitrantes? Estas preguntas serán parte de los temas de los que hablaré en mi conferencia del próximo jueves 27 de mayo en la Universidad Autónoma de Guerrero. Los espero ahí.

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