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El movimiento jaramillista en Morelos

Cuauhtémoc Sandoval Ramírez

 Al maestro Othón Salazar Ramírez por sus ochenta años de lucha.

Hace 42 años, el 23 de mayo de 1962 el prestigioso líder campesino de Morelos, Rubén Jaramillo fue bárbaramente asesinado en Tetecala, junto con su esposa embarazada y tres de sus hijos, hecho que manchó de sangre el gobierno de Adolfo López Mateos, ocurrido después de la masacre del 30 de diciembre de 1960 en Chilpancingo y antes de la matanza de los cívicos de Genaro Vázquez Rojas en Iguala en diciembre de 1962.

Enrique Krauze en su libro La Presidencia Imperial. Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996), pp. 238-40, describe la imagen de Rubén Jaramillo como un incorruptible líder campesino cuyo asesinato dejó la huella “más profunda en la oposición a lo largo de los años sesenta”.

El movimiento jaramillista ha sido definido como un zapatismo de los años 40, cuyos rasgos principales pueden definirse a partir de triunfos parciales en el reparto agrario, pero ajenas y divorciadas de formas de poder institucional. De esta manera el campesinado morelense si bien construyó un tejido de redes locales de poder quedó “fuera” de las redes de poder institucionales que instituyeron los grupos que sí accedieron al poder.

Rubén Jaramillo nace a la vida social en los movimientos campesinos arroceros y posteriormente cañeros que apoyaron la candidatura presidencial de Lázaro Cárdenas, que tuvo como uno de sus triunfos la puesta en marcha del ingenio de Zacatepec inaugurado en 1938. A su regreso de la inauguración, el general Cárdenas cuenta en sus memorias que le encomendó al secretario de Comercio Francisco J. Mújica, el proyecto de manifiesto a la nación para anunciar la expropiación petrolera.

El monumental ingenio Emiliano Zapata fue el orgullo de Rubén Jaramillo y representó su etapa de ascenso y consolidación. Con la llegada de Ávila Camacho y a pesar de haberle regalado en su campaña electoral un caballo apodado El Agrarista, comenzaron los problemas. Fue hostigado, bloqueado, asesinadas sus bases campesinas, por lo que el 19 de febrero de 1943 “ensilló su caballo El Agrarista, puso su sarape en su anca”, se despidió de su esposa y se levantó en armas. El levantamiento duró un año. Apenas un año antes, México había decidido participar en el eje anti nazi en la segunda guerra mundial.

Rubén Jaramillo acepta en 1944 ofertas de los enviados de Ávila Camacho para hacer una tregua y acepta un cargo muy menor: administrador de un mercado en el DF, al mismo tiempo que continuaba sus vínculos con sus compañeros de lucha. En la capital del país continuó el hostigamiento a su persona, ya que continuaron los juicios por “asalto, homicidio, rebelión, lesiones y traición a la patria…”.

Jaramillo transita en su búsqueda de aliados y toca las puertas del cardenismo, del lombardismo, posteriormente se inserta en el movimiento henriquista de los años 50 y finalmente forma su propio organización política, el Partido Agrario Obrero Morelense (POAM) que posteriormente se transforma en Partido Agrario Obrero Mexicano, que llega a tener afiliados en Puebla y Guerrero, con el cual incursiona de manera desafortunada en el terreno electoral, ya que los caciques le arrebataron el triunfo en las elecciones locales del 21 de abril de 1946.

En 1954 vuelve a organizar a un grupo armado de autodefensa y en el pueblo de Ticumán ejecuta a los responsables de las muertes y torturas de algunos jaramillistas en una cárcel clandestina de ese pueblo. En 1956 al frente de un centenar de hombres armados tomó Tlaquiltenango, sacó de su casa al regidor Barbieri, funcionario del ingenio de Zacatepec, y en la plaza pública lo fusiló por ser un hombre sanguinario.

Rubén Jaramillo no pudo en ese contexto mantener una estructura política y militar, más allá de la autodefensa y su relación con el movimiento agrario y campesino legal y con los procesos electorales. A finales de los años 50, Jaramillo decidió apostar a una negociación con el gobierno de López Mateos e incluso lo visitó en su casa de San Jerónimo.

López Mateos inauguró su sexenio con la represión al movimiento ferrocarrilero y magisterial y asistió pasmado a la masacre del 30 de diciembre en Chilpancingo. Jaramillo todavía tuvo tiempo de participar en los preparativos de la fundación de la Central Campesina Independiente y de empezar a tender puentes con el PCM. Pero ya era demasiado tarde.

“Rubén se sentía entre dos aguas. Por un lado, la rebeldía, lanzándose a tomar las tierras, y por otro, la esperanza de que López Mateos no se echara para atrás”, le relata un jaramillista a Renato Ravelo, (Los Jaramillistas, Edit. Nuestro Tiempo, 1978). La trampa estaba tendida. A pesar de los repetidos llamados de sus viejos compañeros de lucha por retomar el camino del monte, Jaramillo regresó a su casa en Tlaquiltenango donde fue asesinado.

“La tumba de Jaramillo sería visitada año con año en el aniversario de su muerte por grupos campesinos y una vez, probablemente en 1968, por unos hombres de Guerrero, de aspecto decidido y circunspecto, cuyo jefe era Lucio Cabañas”, nos dice Marco Bellingeri en su libro Del agrarismo armado a la guerra de los pobres. 1940-1974, editorial Juan Pablos, octubre 2003, que es una lectura obligada para entender el Morelos de Jaramillo, el Chihuahua del asalto al cuartel de Madera y el Guerrero de Genaro Vázquez y de Lucio Cabañas y para comprender las tres décadas de guerrillas rurales en México.

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