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Plaza Pública

Clemente Robles  

Miguel Ángel Granados Chapa  

El lunes pasado comenzó la celebración del centenario del Hospital General de México, fundado el 5 de febrero de 1905. Con sobra de razones, un sector importante de la profesión médica vinculada con ese benemérito establecimiento, y con la salud pública en general, ha propuesto que como elemento central de la conmemoración el HGM sea bautizado con el nombre de uno de sus más distinguidos directores, el doctor Clemente Robles Castillo.

Se hizo ya una saludable costumbre dar nombres propios a los institutos nacionales de salud. De esa manera se ha reconocido la tarea de los doctores Ignacio Chávez, Salvador Zubirán y Manuel Velasco Suárez como fundadores o motores de los institutos de cardiología, nutrición y neurología. Está propuesto que el de cancerología lleve el nombre de Conrado Zuckerman. El primer director del Hospital General de México fue el doctor Eduardo Liceaga, pero la corriente que propugna honrar al doctor Robles Castillo dando su nombre a esa institución busca que de ese modo se le reconozca en vida su eminente personalidad de investigador, pionero o cabeza de tendencias médicas y quirúrgicas de alto relieve. Ya el año pasado, el Día del Médico, fue develado un busto que lo representa, en la explanada de la Secretaría de Salud.

Nacido en San Cristóbal de las Casas el 18 de agosto de 1907, se graduó en la Universidad Nacional en 1929. Desde poco antes había sido alumno ayudante del doctor Gonzalo Castañeda, jefe de enseñanza de cirugía en la Facultad de Medicina, e inmediatamente después, con una beca de la Junta de Beneficiencia Pública se “perfeccionó” (como se decía entonces) en clínicas de Estados Unidos y Europa. A su regreso, inició una carrera docente que culminó con su designación como profesor emérito de la Facultad de Medicina, y su enaltecimiento como doctor honoris de la UNAM. Su carrera hospitalaria comenzó como practicante en el hospital Juárez, hasta llegar a la dirección del Hospital General, de 1960 a 1964.

Él mismo aprecia su paso por ese establecimiento, donde se condensa la patología de la pobreza, como “su aportación más trascendente”, según afirma el doctor Jesús Kumate.

El propio ex secretario de Salubridad, tras justipreciar los trabajos que Robles Castillo en “todos los campos de la cisticercosis” (la aplicación del praziquantel, la operación a cientos de enfermos, su lucha contra el fecalismo ambiente mediante programas sociales de letrinas), agrega que esa tarea “es una parte de la obra de quien ha sido calificado como cirujano total, como lo prueban sus trabajos como fundador de la unidad de Neurocirugía del Hospital General de México en 1937; en el Hospital Infantil desde 1943, en el Instituto Nacional de Cardiología 1945-60 y en el hospital de enfermedades de la nutrición. En 1972 publica Miastenia y timectormía”. En 1997 la Facultad de Medicina publicó su libro Tratamiento de la neurocisticercosis, en cuyo prólogo Kumate escribió las líneas citadas.

Como extensión de su carácter de cirujano total, presidió las academias nacionales de medicina y de cirugía, y la sociedad médica del Hospital General. Es igualmente miembro de las asociaciones mexicanas de cirugía cardiovascular, de cirugía neurológica, de cardiología, del American College of Surgeons, la Academia de Cirugía de París, la Sociedad brasileira de neurología y la de cirugía de La Habana, amén del Colegio de médicos cirujanos de Costa Rica. Durante 10 años fue Consejero de la pastoral sanitaria, nombrado por el Papa Juan Pablo II.

Sobre la institución que llevaría su nombre de prosperar esta iniciativa, escribió Robles Castillo:

“El Hospital General es para mí como mi propia casa, el lugar donde he pasado la mayor parte de mi vida. Ahí sufrí muchas cosas, allí se terminó de templar mi carácter                                 y mi personalidad y representa una de las piezas fundamentales en el desarrollo de mi carrera como médico y como individuo.

“El Hospital General se creó para la atención de todos los enfermos del país. La idea fue y debe ser la de atender a los enfermos menesterosos. Durante mucho tiempo no se cobró nada, la única limitación para el ingreso del enfermo era el cupo. Pero muchas veces había enfermos acostados en el suelo esperando que se desocupara una cama.

“A nuestra institución llegan enfermos de todos los puntos de la República, sólo con la esperanza de curarse, su última esperanza… Nuestra institución representa una tabla de salvación para todo enfermo”.

Al ser designado director del Hospital General –se lee en la historia oficial de ese nosocomio–, Robles Castillo trazó “un programa de trabajo basado en tres puntos: rehacer el edificio, equipar los servicios y volver a depurar el cuerpo médico. A su juicio, este programa pudo cumplir los dos primeros puntos en más de un ochenta por ciento, pero le faltó tiempo para cumplir totalmente el tercero. Sin embargo, al mejorar las condiciones de trabajo del personal médico subió su rendimiento profesional”.

La remodelación y el equipamiento fueron posibles, paradójicamente, por la frustración de un magno proyecto de ampliación del HGM, la construcción del Centro Médico Nacional que a la postre Salubridad vendió al Instituto Mexicano del Seguro Social. En cuanto a los problemas del personal, el punto más polémico de su gestión, Robles Castillo deploró haber tenido enfrentamientos con un grupo de dirigentes sindicales, porque “en mi labor para depurar de ladrones el hospital, en lugar de apoyarnos defendían a los malhechores”.

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