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ESTRICTAMENTE PERSONAL

Frankestein  

Raymundo Riva Palacio

¿Qué ha llevado a la crisis política que vive México hoy en día? Para unos, la intención federal de descarrilar la carrera presidencial del jefe de Gobierno del Distrito Federal Andrés Manuel López Obrador; para otros, la notoria corrupción en su gobierno. Los unos aplican la ley tardíamente, y al hacerlo ubican su acción en un contexto donde la percepción de que es una represalia contra López Obrador es mayor que la realidad; los otros permanentemente desvían la corrupción de su cuerpo y la ilegalidad de sus acciones en denuncias de politización de la justicia en asuntos que no hacen otra cosa ellos mismos que politizar. Para el resto, unos y otros llevaron a la crisis. Pero podría ser otra cosa. Algo así como la maldición del viejo sistema político.

El último episodio de esta crisis interminable se centra en la violación que hizo López Obrador a un amparo ante la expropiación de un terreno en el 2000 por lo que esta semana la PGR, que había soslayado en dos ocasiones el mandato judicial para actuar en contra de López Obrador, pidió al Congreso su desafuero para que se proceda en su contra por desacato. López Obrador, quien incumplió cinco recomendaciones de dos jueces para acatar el fallo, dice que no violó la ley, y en su alegato público recurre al campo mediático –quiere defenderse desde la tribuna del Congreso–, y al político –con la simple y contundente sentencia del “me tienen miedo” y por eso se le echan encima–. La sociedad política se convulsiona.

Los defensores morales de López Obrador justifican su violación a la ley con acusaciones de corrupción del Poder Judicial, y descalifican a quienes abogan por un país de leyes. El Poder Judicial responde con un desplegado defendiendo la honestidad del juez que falló en su contra, mientras el PRD anuncia movilizaciones sociales para presionar a los jueces por impartir la ley y a la PGR por procurarla, y probar la resistencia del campo de batalla urbano de la ciudad de México. Los frentes están definidos.

Rumbo a una mayor inestabilidad política, vale la pena repreguntarse qué nos ha llevado a ella. Hay polarización –se ve en las posiciones de los partidos, las instituciones y los políticos–, enrarecimiento –en su gira a Durango esta semana, le gritaron al Presidente “¡Viva López Obrador, muera Fox!”–, y las amenazas de que todo crecerá. Después de todo, se enfrenta el poder legal a ese Frankestein que surgió de las entrañas de López Obrador, el evangelista que sojuzga al poder político y al judicial. Él se dice                                 víctima y está dispuesto a ir al martirio, por su verdad, por su justicia, por sus fines. Se le puede tachar de hipócrita, mentiroso, populista o fundamentalista indómito, pero no es un político inédito en este país, ni creció en un terreno árido donde nada florecía en la nación. López Obrador es, en toda la extensión de la palabra, un subproducto del viejo sistema político mexicano.

Pertenece a la generación del 68 y tuvo un paso fugaz por la Facultad de Economía de la UNAM –en cuya matrícula se encuentra la explicación de muchas de las alianzas políticas actuales–, antes de ir a Sociología en la Faacultad de Ciencias Políticas. Fue operador priísta en Tabasco en el gobierno de Enrique González Pedrero, el ideólogo del candidato presidencial Carlos Salinas, hoy némesis del jefe de gobierno capitalino. En el efímero gobierno de Salvador Neme en Tabasco, la aspiración de López Obrador era ser presidente municipal de su natal Macuspana, pero al no ver su sueño cumplido se marchó a otras trincheras.

Encabezó eternas marchas de petroleros tabasqueños hacia la ciudad de México, que terminaban en plantones en el Zócalo. El entonces regente del Distrito Federal y hoy diputado perredista impulsado por López Obrador, Manuel Camacho Solís, le entregaba recursos de la partida secreta salinista a través de su entonces secretario de Gobierno y hoy titular de Seguridad Pública en el Distrito Federal, Marcelo Ebrard. Así construyó López Obrador su candidatura a la gubernatura de Tabasco, donde enfrentó a Roberto Madrazo, hoy presidente del PRI.

Perdió, pero hizo una intensa campaña para descarrilar a Madrazo, aportando centenares de documentos para probar que había cometido fraude. Nunca se demostró fehacientemente el fraude, pero sirvió en el camino como ariete del entonces presidente Ernesto Zedillo, quien negoció infructuosamente con el PRD la destitución de Madrazo. No se sabe si hubo o no contacto de los principales colaboradores de Zedillo con López Obrador, quienes siempre elogiaban al tabasqueño, pero le pagaron de diversas formas.

En una ocasión, cuando le fincaron delitos a López Obrador por violar las leyes generales de vías de comunicación por lo cual iban a meterlo en la cárcel, la Presidencia intervino desapareciendo el expediente, a través de operadores en la Secretaría de Gobernación. Resuelto el problema judicial, López Obrador comenzó a construir su candidatura a la jefatura de gobierno del Distrito Federal. El PRI se opuso a la candidatura y entregó un voluminoso expediente en Los Pinos para documentar la ilegalidad de la misma. Zedillo et al lo congelaron. López Obrador, también con dinero que ahora está bajo sospecha por haber financiado ilegalmente campañas de perredistas en la capital, se convirtió en su gobernante.

No cambió de cómo era. Intelectualmente silvestre, austero en su conducta, pero con una intuición política aristotélica, el carisma de López Obrador le permitió manejar la ley a sus anchas. Incurrió en delitos al no informar públicamente de leyes que le desfavorecían, y se negó a transparentar los actos de su gobierno. Realizó adjudicaciones directas para obras monumentales y dio pie al nepotismo. Se enfrentó a la Suprema Corte de Justicia y, ahora, vuelve a ser beligerante, desafiante y mensajero de que otra vez no les hará caso. Hace mucho tiempo esa ha sido la constante de su comportamiento político. Antes avalado por Salinas y Zedillo, hoy refrendado por Fox. ¿De qué se sorprenden todos ahora? López Obrador sólo está haciendo lo que el sistema político le ha permitido en tres sexenios. De ninguna manera este Frankestein tropical es culpable de la crisis. Quieren hacerlo víctima de culpas ajenas al aplicarle la ley a quien le enseñaron que violarla, siempre, le dejó dividendos políticos.

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