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Falacias

Juan Angulo Osorio

Escribo a propósito lo siguiente antes de la marcha de apoyo al senador Armando Chavarría, programada para este domingo. Aunque se conocen mis opiniones sobre la contienda interna en el PRD, no quiero que se diga que estuvieron ahora influidas por el tamaño de la concentración, sea desbordante, grande, regular o pequeña.

Alrededor del tema se han publicado aquí cartas, artículos y declaraciones en defensa de la precandidatura mencionada que dan cuenta de un ánimo de enfrentamiento disfrazado con llamados a la tolerancia y a la unidad que se cierran siempre con un compromiso de que del lado de los chavarristas se apoyará al candidato que quede al final.

Pero, claro está, se refieren al candidato que triunfe en las urnas en una elección interna de perredistas o abierta a los ciudadanos. Es decir, sólo si este método de selección se impone el candidato será legítimo y merecedor del apoyo de todos en su campaña. De paso, como la encuesta no aparece en los estatutos como método de selección, se sugiere que la elección en urnas es el único método posible.

No es cierto. El candidato del PRD a gobernador puede salir de un acuerdo político entre los precandidatos y las instancias dirigentes, la estatal y la nacional. O puede ser designado asimismo por el Consejo Estatal, tras un debate sobre los atributos de cada aspirante, que es el método en el que he insistido en dos colaboraciones anteriores a ésta.

De modo que una primera falacia es sugerir que el único método es la elección abierta, y mantenerse en esta idea sin moverse un milímetro de ella significa propugnar la imposición del método de selección. Si no es la elección abierta ninguna otra vía es legítima. Y si se acuerda otro procedimiento, ya veremos cómo le hacemos para inconformarnos. Tal es lo que se desprende de los dichos y hechos de los simpatizantes del senador Chavarría.

La defensa que se hace de la elección abierta frente a la encuesta va en el mismo sentido de sembrar falacias. Si las encuestas tienen el escaso o nulo valor que le atribuyen los chavarristas, ¿cómo explicar entonces la ofensiva con toda la fuerza del Estado que emprende el gobierno de Vicente Fox contra Andrés Manuel López Obrador que tiene su origen en el alto nivel de popularidad de éste? ¿Qué es lo que mide esa popularidad? Pues las encuestas que manda hacer el propio gobierno capitalino, y las de prácticamente todas las empresas serias, incluidas las que periódicamente levanta el diario Reforma cuya línea editorial es altamente crítica del jefe de Gobierno.

Tampoco es cierto que el método de la elección abierta sea infinitamente más democrático que la encuesta. Porque en la encuesta se pregunta a un público heterogéneo, de distintos estratos y grupos sociales, de la ciudad y del campo, de diversas edades. Mientras que a la elección en urnas para designar a un candidato, por más abierta a los ciudadanos que se pretenda, a la misma acudirá un público homogéneo, formado por los convencidos, por los dirigentes y los militantes, por las clientelas de éstos. El resultado de una encuesta es más parecido al de una elección constitucional que el resultado de una elección interna. Esta es una verdad científica incontrovertible.

Cuando los detractores de la encuesta acuden a experiencias negativas de su uso para seleccionar candidatos, lo hacen sin dar a conocer al público la información completa. Es decir, por razones de estrategia electoral, hasta ahora sólo se ha conocido el nombre de quien quedó en el primer lugar de la encuesta, pero se ha omitido difundir el porcentaje de preferencia electoral que alcanzó cada precandidato. No se dice, por ejemplo, que fulano tuvo el 12 por ciento, contra el 11 de zutano.

Y en la contienda actual parece que no es el caso. Claro que no hay porqué confiar a ciegas en las encuestas que han circulado sobre todo en el ámbito oficial, en el contexto de la selección del candidato del PRI. Y por eso habría que esperar el resultado del sondeo que mande a levantar el CEN del PRD. Pero nadie abriría los ojos de sorpresa si aparece que el ex alcalde de Acapulco Zeferino Torreblanca tiene un nivel de aceptación mucho más alto que el resto de los aspirantes del PRD.

Y este es el problema de fondo. Si en el entorno del senador Chavarría se confiara en que éste obtuviere una aceptación media entre los consultados –todos electores en potencia– no habría esta gritería en contra de las encuestas.

La poderosa corriente perredista que impulsa al senador Chavarría sabe que la única oportunidad que tiene de que éste sea el candidato es mediante la elección interna, y de aquí que se aferren a ese expediente.

Su apuesta es que cualquiera que sea el candidato, los electores votarán PRD el primer domingo de febrero de 2005. Si este razonamiento era una falacia antes de los videoescándalos, lo es más todavía después de éstos.

Si ese cualquiera surgiera de un acuerdo político entre los precandidatos, el razonamiento sería válido, creo que incluso antes y después de la crisis actual de ese partido. Si tres resolvieran que se la juegan con el cuarto, lanzarían un mensaje de unidad que tendría un efecto positivo en el electorado. Por fin en el PRD se ponen de acuerdo sin tanto pleito interno. Pero todo indica que esta vía está cancelada.

De modo que se tiene que optar por uno de los cuatro, y escoger ya sea la encuesta, un método repudiado por el aparato del partido y por presidentes municipales con capacidad de llevar votos como los de Acapulco o Teloloapan; o la elección interna, que dejaría a todos tirados en el campo de batalla.

En este contexto, no se puede decir que el PRD va a ganar cualquiera que sea su candidato.

El proyecto del senador Chavarría tiene la hegemonía en las instancias partidistas; al presidente del municipio más importante del estado; al coordinador de la fracción de diputados locales, y todo lo que ello implica. Tienen también de su lado –y esto no es ninguna acusación, sino un hecho– al poder de los grupos del PRI, interesados como es obvio en que la contienda perredista se defina en una desastrosa elección en urnas de la que salga un partido dividido y un candidato debilitado.

Ojalá haya el tiempo suficiente y la madurez necesaria para evitar la catástrofe.

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