Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XXXII)

El Centenario en Acapulco

Don Nicolás Uruñuela Elliot asume la alcaldía de Acapulco en enero de 1910, año del Centenario de la Independencia de México. Una efeméride para la que el presidente Díaz ha ordenado echar la casa por la ventana, incluso en la última ranchería del país. Don Nicolás obedece al jefe máximo, por supuesto.
Además de las rigurosas ceremonias cívicas enalteciendo la gesta del cura Hidalgo, el alcalde Uruñuela entrega obras a la población y entre ellas el reloj público de la ciudad. “Para marcar los buenos tiempos acapulqueños”, acota. También enciende el alumbrado público con lámparas de acetileno. Ilumina el palacio municipal y el primer cuadro citadino. Inaugura también el quiosco del Jardín Álvarez, cuya historia ya conoce el lector. Erogaciones todas ellas modestísimas que, sin embargo, habrán dejado las arcas municipales como ordena “La Magnifica”: “sin cosa alguna”.

La fiesta de don Porfirio

El magro presupuesto del alcalde de Acapulco contrastará con el dispendioso del presidente Díaz para festejos similares. Superará éste los 20 millones de pesos, considerado “un gasto enorme” por la historiadora Patricia Galeana. Sin embargo, advierte ella misma, valió la pena por el importante legado que representó en materia educativa, cultural y de obra pública. Helo aquí:
“La construcción de la Universidad Nacional de México, el Palacio Postal, la Escuelas Nacional de Maestros, el monumento a Cuauhtémoc, la Columna de la Independencia, el Hemiciclo a Juárez, el marcado de La Merced, las grandes obras del desagüe del Valle de México, el nuevo lago de Chapultepec y el inicio de las obras del Palacio Nacional de las Bellas Artes”.
Hace cinco años, sin que esto sea una “comparancia”, dijeran en Michoacán, el presidente Calderón gastó en los festejos del Bicentenario algo así como 3 mil millones de pesos. Su único legado fue material pero valiente: un Monumento a la Corrupción y al Cinismo, conocido popularmente como la Torre de Luz.

Los banquetes de los Cien Años

Carmen Romero Rubio hará abdicar a su esposo Porfirio Díaz (ella 17, él 57) de su pasión por la comida oaxaqueña –el tasajo, las tlayudas, los chiles rellenos con sardinas, los tamales de chipile, las chicatanas asadas y la leche quemada. Lo introducirá, en cambio, al refinamiento gourmet venido directamente de Francia, al presidente y a toda la aldeana burguesía capitalina.

Triunfos de La Doñita

Otros triunfos de doña Carmelita tendrán que ver con la aceptación del general para que un coiffeur le corte el pelo, renunciando al casquete corto del peluquero del Estado Mayor. En materia de aseo personal, lavarse los dientes y no solo hacer buches de agua arrojados luego a gran distancia. Estará, también, el corte de uñas por manicura gala y no con los dientes. Y, finalmente, las pacientes sesiones para la aplicación de cremas y variados mejunjes para aclararle la piel morena.
La primera dama se rendirá, no obstante, ante las manías del Don como aquellas de rascarse las nalgas sin disimulo, hurgarse la nariz a fondo usando el dedo índice. Llevar el palillo de dientes por largo tiempo, removiéndolo de una comisura para otra, escupir por el colmillo a gran distancia y sonarse con gran estruendo, como disparo de cañón. ¡Oh, pues!

El chef Dumont

Refiere don Rodrigo Llanes, chef e historiador mexicano, que durante el Porfiriato florecieron en México las publicaciones especializadas en comida francesa, además de las recetas sobre la misma aparecidas en periódicos y revistas. Se trataba, precisa, de internacionalizar el gusto mexicano a costa de renunciar a la sazón tradicional; una tarea difícil por no decir que imposible. Tanto que al beef Strogonof, le roux y la bechamel, por ejemplo, nunca le faltaron sus chilitos verdes, sus nopalitos o su salsita molcajeteada.
Cuanta el propio Llanes que fue el millonario Ignacio de la Torre, yerno de don Porfirio, casado con Amanda, la consentida primogénita, quien reclutó en Francia al chef Sylvain Dumont, para encargarle la cocina presidencial. Este traerá de su país vajillas, cristalería, cuchillería, mantelería, latería, especias y esencias orientales, vinos, licores y todo lo necesario para enseñar a comer a los “apaches”. Ya dueño de la situación, Dumont abrirá su propio restaurante, Sylvain, en la calle 16 de Septiembre, donde la naquez porfiriana se disputará las mesas incluso a golpes.

El 41

(Un paréntesis muy breve para anotar que el aludido yerno presidencial, Nachito de la Torre, rico hacendado morelense, fue sin pretenderlo el autor de la identificación del número 41 con los homosexuales. Sucedió que la policía capitalina descubre en una residencia particular un aquelarre de jotos vestidos de mujer. Jala con todos ellos para la comisaría, donde los entrega mediante riguroso recibo. Cuarenta y uno y ninguno más. Sucederá, sin embargo, que cuando la cuerda llega ante el fiscal solo van cuarenta travestidos. Falta Nachito pero el fiscal se hace el desentendido.
La prensa da cuenta inmediata del suceso aparentemente intrascendente, a sabiendas la antigobiernista pero solo por molestar al tirano. Lanza titulares con las preguntas ¿Por qué esconden al 41? ¿Quién es el 41? Preguntas que trascienden al morbo citadino para convertir una juerga travesti en un asunto de salud pública. Para demostrar que no encubre a nadie, el gobierno de la capital se ceba con aquellos desgraciados. Les dará castigos tan severos como el destierro a los campos de concentración del Porfiriato en Yucatán. ”Para que se hagan machitos”. Nachito de la Torre aprovechará el momento para adelantar su acostumbrado viaje a París. Sin Amanda, como siempre.

Vámonos para Guerrero

Advertida de que el gobernador de Guerrero ya prepara para la próxima vista presidencial ollotas de pozoles verde, blanco y colorado, los clemoles, los huaxmoles y los ayomoles, y sin faltar los tinacos de mezcal, Carmelita dicta órdenes al chef Dumont. Trasladar su cocina a Chilpancingo para evitar que el Señor coma aquella dinamita pura y hasta le estalle el estómago. ¡Ah, y nada de mezcal, monsieur Dumont! Y es que a la segunda copa –confía–, al señor presidente le da por llorar recordando a “Juana Cata”, un viejo amor oaxaqueño.
Doña Carmelita se refería a Juana Catalina Romero, tehuana portentosa, bella y bravía ligada con el teniente Porfirio Díaz, al frente en Tehuantepec de las guerrillas contra los franceses. Empresaria azucarera y exportadora de añil a Europa, Juana Cata, como era conocida, le prestaba dinero al paisano para la supervivencia de su gente y en alguna ocasión memorable, para él, lo esconde de los franchutes bajo sus amplias enaguas. Y allí estará quitecito hasta que el enemigo se retire. Fue ella, a propósito, la modernizadora del vestido de tehuana y hoy mismo se le recuerda en el Istmo como a toda una heroína.

Chilpancingo

El presidente Díaz inaugura con grandes medidas de seguridad el tramo carretero Iguala-Chilpancingo (allí, “cerquititita”, viven los alzados Figueroa). En la capital escucha discursos y recitaciones que a estas alturas le provocan somnolencia. Generoso, ofrece un banquete en los patios del Palacio de Gobierno, acreditándolo al gobernador Damián Flores. “Gracias, jefes, le ronronea aquél al oído. No me lo va a creer pero quedé pobre con esto de la carretera. Don Porfirio, que es una chucha cuerera, nomás sonríe porque sabe que la ruta fue abierta con el trabajo esclavizado de todos los presos de la entidad. ¡Ay, Damián, ya componte, cabrón!, le sugiere.
La reseña del banquete queda a cargo , como en ocasiones anteriores, del acucioso cronista de Chilpancingo, Félix J. Romero, incluida en su libro Chilpancingo, cosas del ayer.
“La vajilla era de porcelana de Sevres que también vino de la capital del país, bien acomodada en grandes cajas; los cubiertos de plata y las copas de cristal cortado. La mantelería de fresco lino yucateco con ribetes de bolillo, haciendo juego con las servilletas de mesa.
“El menú consistió en *Soupe de poulet (consomé de pollo), *Salade verte, (ensalada de legumbres), *Tortue roti (asado de tortuga),*Steak de boeuf ( filete de res), *La truite ragout (truchas estofadas), *Sauces sucrées et epiceeos (salsas dulces y picantes). Postres, café o té. Ahora que en materia de caldos etílicos, los paladares chilpancingueños degustaron Jerez gaditano, vino blanco Puilly, vinos de Burdeos y Borgoña, champaña Mumm Cordon Rouge y coñac Martell.”
Bonne apetite, rezaba el colofón del menú redactado por el propio chef Dumont
–Qué bueno que mi general Díaz no niegue la cruz de su parroquia–, comenta un paisano con su vecino de mesa.
–¿Por qué, tú?
–¡Porque puso el menú en zapoteco!

Las fuerzas vivas

El membrete de “fuerzas vivas de la Nación” –llamadas vivales a través del tiempo–, encubre a los comités pro-reelección del presidente Díaz en el ofrecimiento de una cena el 3 de julio de 1910. A la reunión, en una vieja bodega cervecera, llegaron mil 600 comensales dispuestos a rifársela otra vez por don Porfirio y brindar de paso con él. Aquello fue para el cronista Artemio del Valle Arzpe: “un derroche de magnificencia nunca antes visto en México”
El autor de la comilona fue necesariamente el chef presidencial, Sylvain Dumont. A su mando, cual general de cinco estrellas gastronómicas, 16 primeros cocineros, 24 segundos cocineros, 60 ayudantes y 350 camareros. Servirán a las gargantas más aventureras todo México, mismas que se crecerán al castigo consumiendo en un abrir y cerrar de ojos tanto vino como no se consumió en las bodas de Caná:
Dos mil 800 botellas de Jerez de Cádiz, tres mil 300 de vino blanco Poully y un número igual de tinto Mouton Rothsachild , además de seiscientas de tinto Cordon de Borgoña.¡Cinco mil 400 botellas de champaña Mumm Cordon Rouge y poco más de tres mil de coñac Martell!
–¡Qué gañote de cabrones! –pensará el dictador sometido por Carmelita a rigurosa dieta de agua.

La Noche del Grito

–Son vivas para ti, por tus 80 años de desvelos al servicio de la patria, le susurra Carmelita al presidente Díaz, luego de que éste ha lanzado, ante unas cien mil personas, el que será su último “Grito”.
El anciano dictador no sonríe, hace pucheros. La primera dama lo toma del brazo para llevarlo al sitio de la cena, el patio principal de Palacio Nacional. “Un palacio de las Mil y una Noches”, escribe un cronista de la época deslumbrado por los 50 mil foquitos que lo adornan, parte de los 500 mil instalados en la ciudad”
Carmelita y Sylvain Dumont han hecho una mancuerna perfecta para la elaboración de menús perfectos, elogiados incluso por la diplomacia extranjera. Esa noche ofrecieron:
*Melón glacé au Clicquot (perlas de melón bañadas con champaña rosada) *Potage Cristophe Colomb (sopa de cebolla con piloncillo, chile ancho y queso grana pagano para acreditar la dedicatoria a Cristóbal Colón)*Saumón du Rhin grillé a la St Maló) (salmón del Rhin a la parrilla con salsa de crustáceos) *Poularde al escarlate (pollito de leche a la escarlata, por la salsa de frambuesa) *Petit patés á la Russe *Foie grass de Satrabourg en Croutes *Filest de Drindes en Chaud Froid *Brioches musselines sauces groseilles et albaricots y los desserts. Vinos blancos y tintos a pasto, coñac Martell, ni se diga, y champaña Muumn Cordon Blue, sin límite.

La cena baile del 23

El 23 de septiembre, una semana después de la cena del Grito, la sociedad capitalina será convocada a un nuevo sarao, esta vez el Baile de la Independencia, también en Palacio. Entonces empezarán las carreras de algunas damas desprevenidas para confeccionar un nuevo trousseau. Sabidas que repetir uno ya conocido resultaba someterse al escrutinio y escarnio demoledores de la “jai”.
Allí estaremos.

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