Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Judith Solís Téllez

Recordando a Rocío Mesino

Dos años han pasado desde el cobarde asesinato de Rocío Mesino (19 de octubre de 2013) quien, junto con su hermana Norma Mesino, tomó el lugar de su padre Hilario Mesino, encabezando una de las fracciones de la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS).
La familia Mesino sufrió la represión de la década 1970. Lo cual está asentado en el expediente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos: “Que en relación a la desaparición de Alberto Mesino Acosta, ocurrida el 18 de junio de 1974, época en que estaba de moda el Instituto del Café, éste organizaba reuniones en diversas comunidades con el pretexto de otorgar créditos y después (…), el Ejército sitiaba las comunidades y efectuaba las detenciones; al agraviado después de abordar un transporte que lo condujera a la comunidad del Escorpión, fue bajado de la camioneta y lo subieron a un helicóptero del Ejército”.
A Marisol Ramírez le contó Hilario lo ocurrido con su hermano: “El día 18 de junio de 1974 se llevó a cabo una reunión en el poblado de Agua Fría, a donde asistieron (…), Alberto y un hermano mayor llamado Bernardo. (…), al terminar la reunión (…) Alberto se quedó a jugar basquetbol (…). Terminó de jugar y tomó el transporte que lo llevaría al Escorpión. Para llegar a dicha comunidad hay dos caminos, su hermano Bernardo le dio por la Herradura, ahí se encontraba un retén del ejército, lo agarraron y lo torturaron. El caso de Alberto fue aún peor, pues por el otro camino (…) se encontraba otro retén de militares. Esa fue la última vez que supieron de él. La madre, doña Juana Acosta, luchó por saber del paradero de su hijo, vendió todas sus pertenencias y murió de tristeza, pues todas las tardes se sentaba mirando hacia el camino, con la esperanza de ver regresar a su hijo” (Ramírez, Los desaparecidos en Atoyac de Álvarez, Guerrero, en la década de 1970: Reconstrucción de la memoria colectiva en el libro Del asalto al cuartel Madera a la reparación del daño a víctimas de la violencia del pasado, UACM/CESOP/JP, 2014, pp. 232-234). El sufrimiento de esta madre, nos ejemplifica el dolor de los familiares de los miles de desaparecidos en Guerrero y en México. Es importante que no se olviden los crímenes del pasado ejercidos con la mayor impunidad por el propio Estado, lo que ha ocasionado la terrible descomposición social que todos padecemos actualmente y que hizo posible la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y de los muertos que siguen apareciendo en fosas clandestinas.
Recuerdo de Rocío su actitud retadora y polémica. Con Marisol y Erick, tesistas de historia, asistimos al aniversario del 18 de mayo en 2012 y estuvimos presentes cuando la OCSS llevó su ofrenda floral al obelisco de Lucio Cabañas en el zócalo de Atoyac. Rocío me invitó a participar en el programa, como le comenté que no iba preparada me retó diciéndome que si no era escritora, que podía hablar. El día anterior habíamos ido a entrevistar a mi primo Chucho para saber su versión sobre lo ocurrido con mi tío Prisciliano Téllez, él recordó que esperaba a su padre para seguir pilando café después del almuerzo, pero como se le acabaron los cigarros y no consiguió en los puestos cercanos fue a la tienda de doña Sabina, en el zócalo. Mi tío regresó muerto, porque vio que a su compadre Gabino lo atacaba un judicial y él se metió a defenderlo. Eso fue lo que dije y también hablé de Alberto Martínez, a cuyo padre, Arcadio, también mataron ese día. El profesor se sintió responsable de su muerte y a raíz de esa tragedia, se fue de Atoyac y se volvió alcohólico; eso me lo habían contado Octaviano Santiago Dionicio y Elizabeth Castro Otero, quien era alumna de Alberto y participaba, con otros niños, en la protesta por el regreso del profesor Alberto a la Escuela Juan Álvarez y por las constantes cooperaciones impuestas por la directora.
Rocío (al igual que su hermano Miguel Ángel, a quien mataron el 18 de septiembre de 2005) fue aniquilada por la espalda, cuando ayudaba en la construcción del puente de Pie de la Cuesta, en la sierra de Atoyac, para que sus paisanos ya no corrieran riesgos al cruzar el río en tirolesa, después de la destrucción ocasionada por la convergencia de los huracanes Ingrid y Manuel, en septiembre de 2013.
Mi solidaridad con la familia Mesino por la enorme pérdida de Rocío, cuyo vil asesinato no debe de quedar impune.

* Profesora-investigadora de la Maestría en Humanidades de la Universidad Autónoma de Guerrero

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