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El escepticismo y el candidato perredista

 Jorge Salvador Aguilar  

“Sobre el error no puede levantarse el edificio de la verdad. Descartes.

En la segunda mitad del siglo IV y principios del III a. de C., vivió el filósofo Pirrón de Elis, uno de los padres del escepticismo, escuela que afirmaba que a toda opinión se le puede contraponer otra contraria, igualmente coherente, porque según los escépticos, “nuestros juicios sobre la realidad son convencionales. La sensación constituye la base de ellos”. Así, Pirrón “no creía necesario edificar una lógica” para sustentar sus opiniones sobre la realidad.

Lo anterior viene a cuento leyendo la “polémica” que se ha desatado en las páginas de El Sur y otros medios de comunicación, en torno al método más conveniente para elegir al candidato del PRD. Entrecomillo polémica porque ni los que defienden el método de la encuesta (zeferinistas), ni los que                                         se pronuncian por el plebiscito (chavarristas), toman en cuenta los argumentos de los adversarios y, al igual que los escépticos, no les interesa sustentar sus afirmaciones en la lógica; cada una de las partes, en mayor o menor medida, adopta la posición de los seguidores de Pirrón, que piensan que “el verdadero sabio debe encerrarse en sí mismo”.

Cuando se supone que los artículos de opinión deberían servir para darles elementos para la reflexión a los ciudadanos, han servido para abonar la posición de uno u otro bando; en el espacio de éste y otros medios de comunicación, se han reproducido las agrias discusiones que se dan al interior del partido; los articulistas nos quejamos de los grupos y las corrientes perredistas y, con nuestras plumas estamos participando en apoyar sus posiciones.

Hay articulistas que se quejan de la falta de propuestas claras en los precandidatos, pero pocos se han preocupado de manejar ideas; lo primero que se puede percibir en sus artículos es la filiación del opinante, la ausencia de propuestas sobre lo que requiere en este momento Guerrero y la falta de atención a las ideas de los adversarios.

En una polémica seria, los polemistas, concientes de que no son dueños de la verdad, van incorporando a su concepción algunas de las opiniones del                                         adversario. Pero, como de lo que se trata en este debate es de derrotar al contrario, y no de construir entre todos acuerdos y razones que favorezcan a la sociedad guerrerense,                                         ninguna de los participantes en la polémica se ha movido un centímetro de su posición y de esta manera, los elaboradores de razonamientos no están (estamos) cumpliendo su papel.

Los zeferinistas argumentan que las elecciones internas han dividido al partido, que la falta de hábitos democráticos y la existencia de corrientes las han pervertido, que no existe un padrón confiable; en cuanto a la encuesta afirman que es un método “científico”; que bien realizada es incuestionable.

Es cierto que en estos quince años ha habido procesos internos en el PRD traumáticos, como las elecciones para elegir al presidente en 1999 y en el 2002, además de varios locales. Lo primero que habría que decir es que el PRD no surge de la nada; es parte de una sociedad que durante mucho tiempo vivió bajo un régimen antidemocrático, que en siete décadas creo una cultura política autoritaria; la asimilación de una cultura democrática lleva tiempo, pero sólo se aprende ejerciéndola; y también es justo decir que muchas encuestas han causado división y que muchas elecciones internas se han realizado sin grandes problemas (1999 en Guerrero).

La encuesta, como método estadístico, no es una profecía de lo que va a ocurrir, es un acercamiento a lo que está ocurriendo, es una herramienta auxiliar para la planeación; en Estados Unidos, donde ha alcanzado su mayor desarrollo y donde se empezó a usar como un auxiliar de la política, jamás se les ha ocurrido usarla para sustituir a las elecciones primarias. Hay candidatos que las toman en cuenta para saber su ubicación en una contienda y retirarse cuando les son adversas, pero esta es una decisión individual.

Restringir la discusión de la coyuntura política en Guerrero al método para elegir al candidato de la izquierda, muestra miopía de quienes tienen el privilegio de contar con un espació público, y esto es también una autocrítica.

En esta elección Guerrero se juega demasiado para que, quienes están obligados a dar algunas luces a la discusión, se dediquen a fabricarle un traje a la medida al candidato de sus preferencias. No estoy diciendo que no tengamos derecho a tener simpatías por alguien; no creo en la neutralidad del periodismo, cuando mucho, espero una razonable objetividad. Lo que digo es que todos deberíamos hacer nuestro mejor esfuerzo para colaborar con ideas y razones a facilitar los entendimientos.

Zeferino Torreblanca es, sin lugar a dudas, un importante activo de la democracia en Guerrero. Su gobierno en Acapulco mostró disposición de servició, capacidad administrativa y honradez, que en una sociedad donde han predominado los gobiernos corruptos e ineptos, son cualidades muy valiosas. Cualquier cambio serio que pretendamos realizar en Guerrero, tiene que contar con el bloque de fuerzas que construyó Torreblanca; quererle cerrar la puerta sacándole en cara su no perredismo, sería una torpeza digna de los mejores tiempos de la intolerancia.

A partir del desgaste de la figura de Félix Salgado, Armando Chavarría representa al perredismo duro, aquel que recoge el programa histórico de la izquierda, que representa las demandas de los sectores mayoritarios del estado. Quitarlo del camino mediante una encuesta, por “científica” que sea, sobre todo después de la fuerza que el día domingo mostró ese bloque, sería la forma más eficaz para dividir al perredismo, más aún, que el plebiscito; con lo que se estaría dejando el camino libre al PRI.

En una situación tan polarizada, la decisión no es fácil para la dirección perredista; pero, paradójicamente, son precisamente de estas disyuntivas de donde surgen las mejores decisiones. Quienes ejercemos el análisis en la prensa, en la academia o en cualquier tribuna, podemos contribuir a que esta decisión sea la mejor si, sin renunciar a nuestras convicciones y simpatías, realizamos un                                         verdadero ejercicio de reflexión política.

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