Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Víctor Cardona Galindo

PÁGINAS DE ATOYAC

*Zona de Cisma (Diecisieteava parte)

Vale la pena hacer un paréntesis en la cronología, sobre la masacre de Aguas Blancas, que hemos venido narrando, para recordar a Rocío Mesino Mesino, cuando hoy se cumplen dos años de su impune asesinato en Mexcaltepec, donde coordinaba la construcción de un puente provisional para que pasaran sus paisanos después de la destrucción que dejaron el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel. Tres disparos de una pistola calibre 9 milímetros le quitaron la vida, uno en la nuca y dos en la espalda.
Rocío nació el 21 de enero de 1974 en El Escorpión, hija de Hilario Mesino Acosta y Alicia Mesino Castro. El escritor Felipe Fierro Santiago, en El Rocío de la esperanza una plaquette que escribió a dos voces con el periodista Roberto Ramírez Bravo, dice que Rocío “como toda niña campesina, aprendió los quehaceres básicos de los campesinos y campesinas de esos lugares, combinar la labor de la tierra con la actividad doméstica, para Chío, no había horas de descanso, sus actividades de niña, adolescente independientemente de sus actividades escolares en la escuela primaria Benito Juárez de la comunidad de Agua Fría, donde cursó primero y segundo grado, el tercer grado a sexto los culminó en la escuela primaria Hermenegildo Galeana de San Juan de las Flores, así como la Secundaria Técnica 101 en ese mismo lugar”.
“Como toda niña normal jugaba juegos tradicionales como el trompo, la rayuela, el avión, canicas, matizados por el ingenio, la creatividad y la inocencia infantil. En la cotidianidad de las labores campesinas solía colgarse al hombro el recipiente con agua, llamado ‘bule’, ensillar los burros entre otros animales de carga. El aprender a labrar los surcos la fortalecieron para labrar su destino sabido de la pobreza y de los cinturones de miseria que la rodeaban. Solidaria, gestora y crítica de los gobiernos municipales, estatales y federales, fueron los ingredientes que no dimensionó la dirigente”.
Después de sus estudios de secundaria en San Juan de las Flores, emigró al estado de Morelos, donde culminó sus estudios de Técnico Agropecuario en el CBTA de Chinameca, posteriormente regresó a su comunidad donde en los años noventa fue en dos ocasiones comisaria municipal, para después integrarse de tiempo completo a la fundación de la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS) que se dio el 14 de enero de 1994 en Tepetixtla.
Hilario Mesino Acosta y Alicia Mesino Castro tuvieron ocho hijos: María de la Luz, María del Carmen, Miguel Ángel, Rocío, Eugenia, Norma, Víctor y Carlos. Tres de los Mesino han muerto, dos han sido víctimas de la violencia represiva, Miguel Ángel, que era el tercero y Rocío la cuarta, y Carmen falleció por enfermedad. Sin embargo Layo como le decimos de cariño y doña Alicia no han perdido las ganas de luchar, siempre se les ve en las marchas por los reclamos de justicia.
Los Mesino son originarios de la comunidad de El Escorpión, pueblecito que se encuentra a 18 kilómetros de la cabecera municipal de Atoyac, por la carretera que lleva a Pie de la Cuesta; era una brecha de terracería hasta hace tres años, pero los habitantes de la región incluyendo la OCSS se organizaron para que se pavimentara, y ahora el pavimento llega hasta San Juan adelantito de El Escorpión.
Dice Felipe Fierro Santiago que la búsqueda de Juana Acosta Martínez, la madre de Hilario Mesino Acosta y abuela paterna de los hermanos Mesino, fue el parteaguas de una generación pasiva de la familia a una movilidad política tras ser detenido y posteriormente desaparecido el hermano menor de Hilario, Alberto de los mismos apellidos. Con sólo 20 años de edad, Alberto Mesino fue detenido en un retén militar en las inmediaciones de la comunidad de Agua Fría, cuando había asistido a una reunión de cafeticultores promovida por el Instituto Mexicano del Café (Inmecafe). En el trayecto en la carretera Agua Fría–San Juan de las Flores, fue bajado de una camioneta pasajera el 18 de julio de 1974, y luego subido a un helicóptero militar que lo llevó al Campo Militar número Uno de la Ciudad de México, de donde mandó un recadito a la familia.
Doña Juana Acosta, de oficio partera, inició todo un peregrinar por la presentación con vida de su hijo, al lado de su esposo, padre de Hilario y Alberto, don Ramón Mesino; “primero se unió al grupo Ureka de Rosario Ibarra de Piedra, posteriormente a otros grupos de mujeres madres y esposas tras las huellas de sus esposos e hijos desaparecidos, sin tener éxito. En cambio, el padre de Hilario, de origen campesino, fue fundador de la comunidad y músico empírico, tocaba muy bien el violín, notas que quedaron en el olvido tras el vacío que propicio la detención y posteriormente la desaparición del ‘chocoyote’ como se le llama al hijo menor de las familias serranas. Juana Acosta Martínez y don Ramón Mesino murieron de tristeza con la esperanza de ver de nuevo a su hijo”.
En mi caso, a Hilario Mesino Acosta lo conocí en el Coalición de Ejidos de Costa Grande, igual encontré por ahí a sus hijos Víctor y Miguel Ángel, a Rocío la vi por primera vez aquel 19 de mayo de 1995, cuando la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS) tenía tomado el Palacio Municipal de Atoyac y ella salía a cada rato al balcón del edificio para dar instrucciones a los campesinos de Atoyac, y luego entraba a las negociaciones que mantenían con la alcaldesa, María de la Luz Núñez Ramos.
Siempre me causó impresión ver a Rocío con aquella playera puesta que decía: “En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ése, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas”, Che Guevara. Para mí, esa consigna sintetizaba lo que ella hacía, pero además, que estaba consciente de los riesgos que corría al defender a los campesinos y enfrentar al gobierno así como ella lo hizo. Muchas veces escuché decir a los mismos hombres, “esa Rocío si tiene huevos”, también escuché en alguna oficina, “si no me resuelven voy a ir con Rocío Mesino”. Es que Rocío se aventaba “los tiros más cabrones”, como defender a los comerciantes ambulantes, a los perseguidos por la Judicial y por el Ejército. Ella dio la cara por muchos en la década de los noventa, y aún muchos atropellados por las autoridades recurrían a ella. Por eso, al morir muchos desvalidos perdieron a su defensora.
Desde que se convirtió en la figura principal de la OCSS, se inició una persecución y hostigamiento en su contra. En los retenes del Ejército y de la Policía Judicial, los vehículos en que viajaba eran revisados hasta por media hora, y desde entonces hombres desconocidos la seguían a donde fuera, como lo denunció muchas veces a la prensa. A Rocío le tocó encabezar lo que podríamos llamar una segunda etapa de lucha de la OCSS, después de que se giraron órdenes de aprehensión contra los fundadores Hilario Mesino y Benigno Guzmán, quienes tuvieron que salir del estado y luego fueron detenidos, acusados de pertenecer al Ejército Popular Revolucionario (EPR) después de que éste grupo armado apareció en el primer aniversario de Aguas Blancas el 28 de junio de 1996.
Rocío siempre estuvo activa en la lucha por las demandas de los campesinos de la sierra de Atoyac y Coyuca de Benítez, encabezó varios bloqueos de la carretera federal Acapulco-Zihuatanejo y tomó, cuando fue necesario, los Ayuntamientos de estos dos municipios. Cada año entregaba al gobierno del estado el pliego de demandas de los campesinos al acercarse el aniversario de la masacre de Aguas Blancas. Siempre luchó por una mejor calidad de vida para los campesinos, apoyo con láminas galvanizadas y de fibrocento, así como también con insumos para el campo como bombas y fertilizantes, y material de riego como mangueras y molinos de nixtamal; gestionó obras como puentes vehiculares, canchas, techados de canchas y trajo programas sociales a las comunidades con grandes movilizaciones en las dependencias federales y estatales.
Rocío hacía llegar el apoyo directo a los campesinos, su gran compromiso con el pueblo la hizo la gestora social más importante de la Costa Grande por esa gran capacidad y honestidad que la distinguían. De la misma manera que apoyaba a los discapacitados, apoyaba a los a adultos mayores.
Rocío al frente de la OCSS logró concretar proyectos para los suyos, como techos para viviendas y piso firme, siembra de tilapia y paquetes de chivos y borregos. Además de que cuando fue regidora en una mezcla de recursos con la congregación Mariana Trinitaria logró construir obras de interés social en la zona de influencia de su organización.
Felipe Fierro Santiago dice: “quienes conocimos a Rocío valoramos su inquietud, su lucha, el amor a su pueblo. Rocío, chaparrita de estatura, pero con un corazón grande. Muchos la entendieron, pocos la han desprestigiado… fue asesinada a mansalva como muchos líderes sociales ante el temor de una insurrección armada en el estado. Rocío no fue un peligro para el Estado mexicano, fue un peligro para los corruptos gobernantes”.
Fierro Santiago fue su maestro de matemáticas, y recuerda que en 1987, “Rocío llegaba a la Secundaria Técnica 101 de San Juan de las Flores a la 7 de la mañana, de lunes a viernes, desde su pueblo natal, El Escorpión. Agarraba un burro de su propiedad con un pedazo de reata, le ponía bozal y se montaba a puro ‘pelo’, o sea sin silla, su mochila, su resortera al cuello, un morral con piedras de río. En ese tiempo usaba falda y gorra. Pelo lacio; la chaparrita, cuando no llevaba al borrico se iba corriendo por las veredas que unen los pueblos de la sierra. Siempre sobresalía a pesar de su estatura”.
“Éramos en ese tiempo profesores jóvenes 20 a 26 años los más adultos. Bromista como siempre, Rocío argumentaba que no le gustaban las matemáticas… ‘Rocío, estás reprobada conmigo’, le dije en una ocasión, sin inmutarse contestó ‘mañana nos arreglamos profe, le voy a saludar a mi prima’. No sé si me saludó a su prima, pero al día siguiente, me llamó dónde no la vieran, llevaba un garrobo, ‘se lo traje para que se lo coma’, ‘Oye Rocío con esto te voy a poner cinco’, ‘Pues mañana le traigo otro para que me ponga diez’, dijo sonriendo y se fue corriendo a su salón”.
“Rocío, ya tenía la chispa de líder, siempre fue sensible desde niña, carismática, logró con su liderazgo lo que otros no han hecho… Rocío era una diminuta mujer indefensa, incluso físicamente, pero con un discurso claro ante quién la enfrentara. La acusaron de violenta, de rebelde, pero no le dejaron otro camino, ante la cerrazón de las autoridades, la culparon de actos delictivos y no se los comprobaron”, comenta Felipe Fierro.
“Cariñosamente la familia de Rocío, le llamaba Chío, delgadita y chaparrita de niña, le encantaba según sus padres andar con pantalones, cazar palomas e iguanas para el sustento familiar, con su resortera al cuello y morral de piedras de río, nunca estaba quieta en la vivienda de adobe y teja, con patio amplio y un corral de alambre de púas al frente, de donde por la mañana y las tardes los olores de café se escapaban y se siguen escapando en las viviendas que todavía subsisten ante el miedo de un estado de sitio por militares que han incursionado a investigar a la familia de los Mesino”.
“Esas tardes y mañanas impregnadas por la voz y el canto de la otrora dirigente de la OCSS cruzando veredas, ya que a Rocío, le gustaba cantar en la soledad del campo acompañada por las parvadas de pericos y cotorras que invadían los maizales y los árboles de cacahuananche muy comunes en la parte media de la sierra atoyaquense”.
Ligada hasta su muerte a las labores del campo, desde pequeña se le veía subirse con facilidad a los árboles de ilama, árboles que en la comunidad de El Escorpión se dan en abundancia, lo mismo que los mangos diseminados en las tierras familiares conocidas como Los Planes.
Rocío Mesino fue una activista social que en todas sus movilizaciones y pronunciamientos le exigía al gobierno la libertad de los presos políticos y de conciencia, siempre fue critica de cómo el gobierno a través de la Procuraduría del Estado primero criminalizaba a los luchadores sociales acusándolos de secuestro y asesinatos sin fundamentos para crearles odio en la sociedad y después que salen libres los asesinan, y los que siguen presos los mandan como peligrosos delincuentes a cárceles de alta seguridad.

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