Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Fernando Lasso Echeverría

Miguel Hidalgo Costilla y Gallaga, su decadencia y final

El 1 de noviembre de 1810, Hidalgo desiste en forma inexplicable, tomar la ciudad de México completamente a su merced; don Miguel, ordena el retiro de las fuerzas insurgentes hacía el bajío, y durante el regreso, el 50% de sus hombres desertan desilusionados. Allende está fuera de sí ante esta decisión, pero no puede hacer nada.
Por el camino hacia el norte, las tropas realistas al mando de Félix María Calleja, esperaban a los insurgentes; este realista venía de San Luis, lugar donde estuvo ubicado al mando de las fuerzas virreinales de la ciudad, y ahí, con apoyos de ricos hacendados y mineros regionales de origen peninsular temerosos de los insurgentes, había formado un ejército mayoritariamente español para luchar contra los rebeldes independentistas, después de haber recibido el nombramiento de Comandante en Jefe de las fuerzas virreinales, dado por Venegas el nuevo virrey recién llegado de España. Calleja, era un español con muchos años de residencia en la Nueva España y por ello, conocía muy bien el territorio colonial, hecho que llevó a Venegas a nombrarlo sin haberlo conocido previamente, desesperado ante el avance incontenible de los insurgentes hacia la ciudad de México. Por ello, este militar español fue el verdadero artífice de la lucha contrainsurgente. Así mismo, como complemento de estas acciones, Venegas ofrece una recompensa de diez mil pesos por la cabeza de cada jefe insurgente.
Por otro lado, la alta jerarquía de la Iglesia sumamente alarmada, trataba de hacer ver al movimiento de la insurgencia como una herejía, una verdadera lucha contra la religión y los buenos cristianos. Abad y Queipo, recién nombrado Obispo de Michoacán con sede en Valladolid cuando murió el anterior -su primo Antonio de San Miguel- lanza un edicto de excomunión contra Hidalgo y los principales líderes de la revolución. La ruptura entre los una vez amigos, no puede ser más dramática. Hidalgo, lleva a la práctica las ideas de la Revolución Francesa, que el ilustre Abad y Queipo admira también, pero el nuevo Obispo pertenece a la élite colonial, y sus intereses están de parte de la monarquía española. Los insurgentes luchan por eliminar un orden colonial injusto; los realistas pelean por conservar sus privilegios. Igualmente, la inquisición se lanza contra Hidalgo y se realizan proclamas y se difunden escritos donde se le acusa de crímenes contra la religión y se le exige presentarse a juicio, sin esperar por supuesto, que éste lo hiciera, pero todo era parte de la campaña para desprestigiar entre la población a Hidalgo, ese cura de pueblo, que en mes y medio, estuvo a punto de acabar con el orden novohispano y causar la ruina del virreinato.
El 6 de noviembre en Aculco, se enfrentan por primera vez las tropas de Calleja con los insurgentes, y después de una pequeña batalla, las huestes de Hidalgo sufren un verdadero desastre; al ver cómo las tropas realistas actuaban ordenadamente y avanzaban con firmeza contra ellos, las tropas irregulares e indisciplinadas que comandaba Hidalgo, entran en pánico, se dispersan, y la mayoría huye; después de la derrota y puestos a salvo, un nuevo conflicto entre Allende e Hidalgo concluye con una ruptura entre ambos, y el primero marcha hacia Guanajuato con las tropas regulares que quedaron, mientras que Hidalgo se va a Valladolid con algunos fieles seguidores. Pero no todas las noticias surgidas en ese momento, son malas; la mejor, es que la nación entera está en movimiento, y que la derrota sufrida en Aculco, se compensa del alguna manera, por las rápidas victorias de José Antonio Torres, El Amo, en Guadalajara, que lo condujeron a tomar la ciudad y a posesionarse del Puerto de San Blas, donde obtuvo una gran batería de cañones. Las esperanzas de Hidalgo de movilizar a la nación, no eran tan infundadas como Allende lo creía.
Sin embargo, la marcha de las tropas de Calleja hacia Guanajuato –la urbe más importante de la Nueva España en ese momento, después de la ciudad de México- era efectivamente una mala noticia, pues Allende no contaba con las fuerzas necesarias para defender la plaza y mantener el dominio del Bajío; escribió entonces a Hidalgo dos cartas, solicitando refuerzos, pero no recibió respuesta; se ignora si don Miguel las recibió, pero lo cierto fue que Hidalgo carecía en esos momentos de una fuerza organizada para acudir en auxilio de su lugarteniente. Sin esperanza, Allende y sus hombres abandonan la ciudad y huyeron a San Felipe, con el propósito de retirarse hacia Zacatecas. Mientras, Hidalgo sale hacia Guadalajara en compañía de Ignacio Rayón, respondiendo a una invitación de El Amo Torres y llega a esta ciudad el 16 de noviembre, acompañado por una horda de 7 mil hombres mal armados y sin disciplina, que continuaba siguiendo al carismático cura Hidalgo, más por su imagen mesiánica que por tener objetivos claros de lo que iban hacer.
En Guadalajara – a petición e insistencia de su secretario Ignacio López Rayón- Hidalgo establece el primer gobierno insurgente para la Nueva España, significativo antecedente de los gobiernos nacionales que si bien dura poco, da vida a dos decretos de importancia para el futuro del país: el primero declara la abolición de la esclavitud y la devolución de sus tierras a los naturales, y el segundo la respuesta de Hidalgo a la inquisición, donde instaura los fundamentos para un gobierno autónomo e independiente de la América novohispana, el cual serviría más tarde, como base del futuro ensayo republicano de Morelos. Es ahí, donde el 9 de diciembre nuevamente se reúne Allende con Hidalgo, a petición del propio don Miguel. En la ciudad se les da un recibimiento de héroes, pero la reunión dista mucho de ser cordial. Allende continúa resentido con Hidalgo por su aparente falta de apoyo en Guanajuato, y este sentir del lugarteniente de Hidalgo, se va tornando en odio, especialmente cuando se da cuenta de que Hidalgo es tratado con el título de Alteza Serenísima y éste, además de aceptarlo empieza actuar despóticamente. En ese momento, el movimiento de Hidalgo se había convertido en una especie de guerra mesiánica acaudillada por un sacerdote-rey.
Allende es encargado de organizar el ejército, mientras Hidalgo, siempre rodeado de una guardia pretoriana de “indios” fieles a su persona, asiste a banquetes, obras de teatro, desfiles y otros actos sociales que disminuyen el reducido presupuesto de la insurgencia. En contra de la opinión de Allende, por las noches, partidas de insurgentes sacan a los españoles de sus casas y los llevan a una barranca para asesinarlos, ignorando el sentir y la autoridad del segundo del caudillo. Miguel Hidalgo, había construido en Guadalajara un verdadero modelo de la Francia de esa época, con una mezcla monárquica combinada con el terror revolucionario. Diversos autores dan como verídico, que en cierto momento, Allende pretendió envenenar al caudillo y poner fin así a su pequeño reinado, no obstante, éste, o no pudo hacerlo o se arrepintió del propósito.
Mientras esto ocurría, las tropas de Calleja se acercan a Guadalajara; en enero de 1811, Allende se encontraba en plenos preparativos para entrar en combate. Su plan era replegarse y, en caso de que fuera necesario presentar batalla, plantar la infantería y la artillería mientras la caballería atacaba la retaguardia de los realistas. Pero nuevamente, se impone el criterio del cura y se elige Puente de Calderón para presentar batalla. Con el conocimiento de los insurgentes, el Brigadier realista José De la Cruz avanza en otro frente para apoyar las fuerzas de Calleja, y se despacha una pequeña fuerza para detenerlo, mientras el grueso del ejército insurgente, se posiciona para recibir el ataque de Calleja; pero la noticia de que De la Cruz venció a la tropa insurgente que lo esperaba, derrumbó la moral a los casi cien mil hombres que salieron a Puente de Calderón a atacar las fuerzas de Calleja, que constaba de 6 mil hombres armados y adiestrados, mientras que las fuerzas insurgentes sólo contaban con cerca de tres mil hombres con capacidad adecuada para la guerra…los demás, eran indígenas sin ninguna capacitación ni armamento apropiado.

El 16 de enero, los ejércitos se divisan pero no entran en batalla por la llegada de la noche, misma que transcurre con un ambiente muy tenso. Allende no está de acuerdo con el plan de lucha, y piensa que arriesgar todo en una batalla es una locura; pero Hidalgo confía en una victoria inminente y cree que con la derrota de Calleja, se extinguirá el gobierno virreinal. Al amanecer del día 17, la batalla se inicia; los insurgentes están claramente a la defensiva, y eso le da oportunidad a Calleja de atacar sus puntos vulnerables. La superioridad numérica de los insurgentes y sus cañones, obliga a los realistas a retroceder después de cada avance, pero las retiradas son ordenadas, por lo que las líneas de los enemigos se sostienen. No así las insurgentes. Primero pierden el puente, y con él, varios cañones que lo defendían. La batería principal también se ve en riesgo, cuando la caballería realista los ataca por el flanco, pero El Amo Torres, encargado de defenderla, la mantiene a duras penas. La batalla concluye de manera intempestiva, por un evento fortuito a favor de los realistas: un disparo perdido contra una carreta de municiones insurgentes la hace explotar y el incendio se propaga. En la confusión que este hecho provoca, muchos “indios” empiezan a huir, situación que Calleja aprovecha para lanzar a sus hombres contra los aturdidos defensores. El desconcierto se torna en pánico y la huida en una desbandada general. En medio de la confusión, López Rayón reorganiza a unos cuantos hombres y salva unas carretas con los valores de la insurgencia, acción que le gana el reconocimiento de todos los insurgentes por su valor.
Los sobrevivientes regresan a Guadalajara, y de inmediato, salen a Aguascalientes; en la Hacienda de Pabellón, el 25 de enero, se reencuentran Allende e Hidalgo. El encuentro es uno de los más ásperos y amargos entre ambos. Allende le informa a Hidalgo, que los militares criollos que lograron sobrevivir lo han destituido de todo mando; desde ese momento, Hidalgo se convierte en una especie de prisionero de sus propios aliados, y él y sus hombre más fieles son vigilados día y noche. Allende acuerda con sus compañeros, viajar hacia los Estados Unidos para comprar armas y entonces, la columna de 1500 hombres emprende una marcha hacia Zacatecas y en el camino,  marchan en forma desordenada y muchos indígenas abandonan al grupo, con la total complacencia de Allende. Sin embargo, la llegada al territorio de Estados Unidos nunca se cumple; algunos “insurgentes” de la región se ponen en contacto con los líderes y les ofrecen ayuda, lo cual es una artimaña para aprehenderlos, y lo logra el capitán Ignacio Elizondo, conocido de ellos y en quien por lo mismo, confiaron totalmente.
Necesitados de agua y alimentos, son conducidos por Elizondo hasta un poblado, donde son capturados conforme van llegando. En un intento para defenderse, un hijo de Allende muere; En la retaguardia, López Rayón con unos pocos hombres, es advertido y regresa a Zacatecas. Poco después, en un viaje lento y pesado por el desierto que dura un mes, Allende, Aldama e Hidalgo son llevados a Chihuahua para ser juzgados. Los altos mandos de la Revolución de Independencia estaban en manos de sus enemigos, y el futuro del movimiento recae sobre los hombros de López Rayón y del cura José María Morelos y Pavón, que por órdenes de Hidalgo, luchaba en el sur con valiosos hombres como Galeana, Matamoros y Guerrero a su lado.
Confinado en una celda, Hidalgo tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre su vida. Él sabía con toda certeza, que con juicio o sin él lo iban a fusilar. Durante ese tiempo, volvió a ser el sencillo cura de pueblo, amable y preocupado por el bienestar de quienes lo rodeaban. Ahí, se ganó el afecto de su carcelero, quien lo trataba con deferencia y le permitía leer textos y tocar el violín. En sus interrogatorios, declaró hallarse arrepentido de todos los males que había causado y reconoció que al lanzarse a la lucha, no había tenido objetivos muy claros, sin embargo, aún defendió la idea de que la independencia era un bien para América. Las declaraciones de Hidalgo, fusionaban el remordimiento personal con el temor por la salvación de su alma, y esto no era de extrañarse, pues don Miguel siempre fue un devoto católico, y ya sin el arrebato de sentirse omnipotente como caudillo-rey de la independencia, todos los temores de su condición humana salieron a relucir. Por otro lado, el fiscal que lo culpaba, centró su acusación en los asesinatos de inocentes, y así se armó el proceso, más que contra Hidalgo contra la insurgencia misma.
Cuando le comunicaron que sería fusilado, escribió con carbón unos versos de agradecimiento para su guardián, y después, con toda calma, acompañó al contingente militar que lo iba a fusilar hasta el lugar de su ejecución. El 18 de junio de 1811, fue fusilado a las 7 de la mañana. Antes, fue degradado de su condición sacerdotal. Su última voluntad, fue la de pedir que le regresaran a las Teresitas de Querétaro, una imagen de la Virgen de Guadalupe que llevaba colgada en el cuello, y que le habían regalado éstas años antes, en un aniversario de su cumpleaños.
Su cabeza fue separada de su cuerpo, puesta en sal y exhibida –junto a las de otros independentistas como Allende y Aldama- en la Alhóndiga de Guanajuato, en donde estuvo hasta el año de 1821, año en el que se consumó la independencia; posteriormente, sus restos mortales fueron llevados a la ciudad de México y finalmente depositados en 1910 en la columna de la independencia, lugar donde se encuentran hasta la fecha. Miguel Hidalgo Costilla y Gallaga, fue un hombre culto y sensible dedicado al conocimiento, a las artes y al trato social, que amaba la vida y se preocupaba por el bienestar de sus semejantes, en especial por aquellas clases sociales esclavizadas como los indígenas; también tuvo un carácter autoritario y un gran ego, que en sus épocas de caudillo sacó a relucir y que alimentaba con las alabanzas de los demás, pero que al final logró superar. Estas características personales, lo llevaron a la cúspide de las cimas más altas y a los abismos más profundos; sin embargo, es innegable que fue la búsqueda del bienestar común, lo que lo impulsó a iniciar la liberación de nuestra patria. Y aunque otros la hayan concluido, fue su firme voluntad lo que lo hizo posible.

*Presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” A.C.

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