Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (XXXIII)

Para el doctor Rogelio Rivera Mora. Se te olvida, querido amigo, que la canalla anda suelta.

El Baile del Centenario

Complacida, orgullosa, Carmen Romero Rubio admira el resultado de varias semanas de trabajo para decorar el recinto destinado al gran Baile del Centenario. Lo convoca la Presidencia de la República para el 23 de septiembre de 1910, a escasos ocho días de la Noche del Grito. El patio central del Palacio Nacional será el escenario magnífico del evento que, con el visto bueno de la primera dama, ya luce iluminado con 30 mil luces.
Satisfará particularmente a Doña Carmen que las galerías y salones del bufet se hayan cubierto, en previsión de lluvia, con una lona encerada de 4 mil 500 metros cuadrados. Sobre lo mismo, la cronista Ángeles González Gamio detalla que el recinto histórico se cubrió de follaje, plantas tropicales y adornos florales. Marco soberbio para los cortinajes, gobelinos, pinturas, tibores, esculturas, espejos monumentales y demás ornamentos de lujo. Todos prestados –acota la periodista–, por las familias linajudas de la capital.

El bastonero de Palacio

Suenan las 9 y media de la noche y el presidente Díaz y su esposa Carmelita abandonan sus aposentos para dirigirse al lugar del evento. El bastonero de Palacio, Manuel Sierra Méndez, al igual que sus colegas de las cortes europeas, golpea con su báculo tres veces en el piso para anunciar la presencia de los anfitriones. Así lo ha hecho a la llegada de los invitados, las familias próceres de la capital, los capitanes del comercio y la industria y los diplomáticos extranjeros. Allí están, por ejemplo, embajadores especiales de 32 naciones y derramando linaje los Corcuera, los Rincón Gallardo, los Creel, los Romero de Terreros, los Landa y Escandón, los Iturbe, los Casasús, los Martínez del Río, los Parada y más.
“Quesque son los dueños de un México del que don Pérfido Díaz es solo un viejo capataz”, dirá un personaje de caricatura en el Diario del Hogar, de don Filomeno Mata.

La moda parisina

Él, don Porfirio, no desentona un ápice de su iconografía oficial: rostro adusto, quijadas selladas, bigote blanco como alas de gaviota, traje de tela y corte francés y el pecho cuajado de medallas. Relucientes a fuerza de una limpieza periódica y profunda. “Porfirio Díaz o la Majestad de la República”, escribirá el periodista Juan A. Mateos.
Ella, doña Carmelita, “siempre juvenil pero muy seria, destacaba entre aquel catálogo viviente de los más acreditados modistas parisinos, –acreditará una crónica social. Lucía un riquísimo vestido de seda y oro adornado el corpiño y la falda con perlas y canutillo de oro. Prendido en el centro del corpiño un gran broche de brillantes. Gruesas perlas en el cuello y una diadema de brillantes realizada por Cartier. Todos los presentes estarán de acuerdo en que lucía como una auténtica soberana”.
“La procesión era de lujo y magnificencia por los trajes femeninos –describe Nemesio García Naranjo, periodista, escritor y político. Lady Cowdray, por ejemplo, se distinguía en aquel conjunto por sus valiosísimas alhajas, pero la que más deslumbraba por sus joyas era doña Amanda Díaz de De la Torre, la hija muy consentida del presidente. Lucía diadema, broches, collares, brazaletes y pulseras todo adecuado a su hermosura y a su distinción que se pensaba en una princesa de Oriente”. (Lady Cowdray era esposa de Lord Weetman D. Cowdray, fundador del hospital American British Cowdray de México, de asistencia privada, en la actualidad en Centro Médico ABC).

El vals Carmen

La orquesta del maestro José Rocabruna inicia la noche con el vals Carmen, provocando que la concurrencia pida con aplausos que el señor presidente y Carmelita abran el baile. Y así lo hacen obligando ella al octagenario a dar algunos pasos no obstante la tiesura de sus rodillas. El maestro Rocabruna se ha armado para el festejo con un repertorio bien equilibrado integrado por valses, mazurcas, danzas, “chotises” , el two step, una variante anglosajona de la polka y el vanguardista country dance.

Juventino Rosas

El vals Carmen lo había dedicado el compositor Juventino Rosas a la primera dama, en ocasión de su cumpleaños. Emocionado, el presidente corresponde a tan bello gesto con un piano de cola que el músico no llegará a tocar. La “jodencia” crónica en la que vive, derivada de un alcoholismo suicida, lo obliga a rematarlo en la propia Casa Wagner & Lieven de donde había salido. Hará lo mismo con los derechos de su vals Sobre las Olas, estos por solo 45 pesos. Vals conocido en todo el mundo, México incluido, como de origen europeo. No por nada se le titulaba Uber den Wellen, Sur les vagues y Over the waves. El poeta y escritor José Emilio Pacheco lo ubicará muy bien: “Sobre las olas es el mejor vals vienés compuesto en México”.
Sobre Juventino Rosas. Toño Olguín, más viejo amigo que lector, y quien viaja a Cuba como hacerlo a Ejido Nuevo para visitar a Hugo Arizmendi, nos cuenta algo sobre el músico guanajuatense. El homenaje que se le tributa cada año en el municipio habanero de Surgidero de Batabanó, donde había muerto el 9 de julio de 1894. Allí lo había dejado hospitalizado la compañía musical con la que recorría la isla. El monumento a su memoria, nos cuenta Olguín, conserva el epígrafe: “La tierra cubana sabrá conservar tus sueños”.
Alguien en México se acordará del autor de Sobre las olas precisamente por las fechas de esta crónica (1909) y decide iniciar las gestiones para repatriar sus restos. Cooperan económicamente los batabaneses que ya lo consideraban uno de ellos. También regresa a México el violín que el músico había dejado en custodia a una familia cubana. A partir de entonces, aún tendrán que pasar tres décadas para que Juventino Rosas sea llevado a la Rotonda de las Personas Ilustres del panteón de San Fernando, en el DF.

La cena está servida

A la medianoche la orquesta tocará una llamada de atención para que el bastonero invite a nombre de los anfitriones a pasar al comedor. La cena está servida. Bon appetit.
Sylvain Dumont hace un guiñó a distancia a doña Carmelita –sin que tamaña osadía sea advertida en el recinto. Una señal de aprobación para la vajilla de esa noche. No la clásica de Sevres, su preferida, sino una cuyos platos llevan un filete con los colores nacionales y en el centro un delicadísimo dorado ostentando el escudo nacional. Los platones llevan en el centro la efigie ecuestre del presidente Díaz. La habría confeccionado la casa capitalina “Florensa”, con diseño de la propia señora de Díaz. Lo mejor, después de todo, –se dirá el chef francés–, será su contenido… Todo de su propia autoría:
Consommé Riche* Petits Patés a la Russe* Escalopes de Dorades à la Parisienne* Noisettes de Chevreuil Purée de Champignons*Foie Gras de Strasbourg en Croûtes* Filets de Dinde en Chaud Froid* Paupiettes de Veau â l´Ambassadrice* Salade de Charbonnière * Brioches Mousselines Sauces Groseilles et Abricots* Glace Dame Blanche* Postres diversos * Café y Té. Vinos, Champañas Mumm Cordon Rouge y Mouton Rothschild 1889 y Jerez fino gaditano.

Cena para diplomáticos

La juerga porfirista con el pretexto del Centenario parecerá no tener fin. Las comilonas se prolongarán incluso hasta el 6 de octubre cuando tenga lugar, en Palacio Nacional, la cena de despedida a los 32 embajadores extranjeros que viajaron a los festejos. Todos ellos coincidirán en que “México, bajo la mano severa, pero bienhechora del general Díaz, se encamina a pasos agigantados a ser la nación líder de América Latina”. El dictador se emociona y se la pasa haciendo pucheros.
La sorpresa para los diplomáticos extranjeros fue el acompañamiento para sus quijadas, a cargo de la orquesta Sinfónica de México. Sus 150 maestros ejecutan las marchas heroica y fúnebre del Crepúsculo de los Dioses, de Wagner. Sorpresa grande especialmente para quienes venían al encuentro de la música autóctona de la chirimía y el tambor. Monsieur Dumónt, como siempre, se ganará todas las medallas a la excelencia culinaria:
Consomé Royal * Soupe Oxtail * Langosta con salsa Ravigot * Lenguado al gratín* Gelatina trufada al aspic* Vol-au-vent de perdiz * Tarta Richelieu * Café * Champaña Cordon Rouge * Jerez fino gaditano.

Veinte mil cubiertos de plata

El cronista capitalino Alberto Barranco Chavarría escribe en Recuento Gastronómico del Centenario, que el avituallamiento fue escandaloso. Revela que Sylvain Dumont requirió para su cocina 13 mil platos de servicio, mil 500 platones, mil saleros y 11 mil copas de diferentes tamaños. Veinte mil 400 cubiertos de plata, 350 meseros o camareros, 16 primeros cocineros, 24 segundos y por último seis ayudantes.
Para la elaboración de salsas y consomés, el chef galo hizo sacrificar tres reses y tres terneras. Para la sopa de tortuga (en Chilpancingo fue asado de tortuga) hizo sacrificar cien quelonios traídos de la isla de Lobos (Veracruz) , además de mil 500 truchas salmonadas, del río Lerma.
Añade Barranco Chavarría que para los diferentes banquetes del Centenario, Dumont requirió, además, Dos mil filetes de res; 800 pollos para rissoler, 400 pavos y 10 mil huevos de gallina. Ciento 80 kilogramos de mantequilla, 600 latas de espárragos franceses, 90 latas de hígado de ganso, 400 latas de hongos, 399 latas de trufas, 200 crestas y mocos de pavo y 400 latas de chícharos. Sesenta kilos de almendras, 380 litros de leche y 160 de crema. Dos mil 700 lechugas para utilizar únicamente los cogotes; un furgón de ferrocarril de verduras y legumbres y diez toneladas de hielo.
Por lo que hace a los caldos etílicos y generosos se adquirieron 240 cajas de jerez; 275 de vino Poully y otro tanto de Mouten Rostchild. 200 cajas de de champaña Cordon Rouge , 250 de coñac Martell y 700 de anís.
Calcula el investigador que la factura total fue de 126 mil pesos.

Max y Carlota

Si bien la influencia francesa permeará en las costumbres y gustos de la alta sociedad mexicana del siglo XX, ésta ya había tenido un fuerte destello galo durante el segundo Imperio Mexicano. Maximiliano, por ejemplo, tenía pasión por los vinos del Rhin, mientras que Carlota no tomaba otra cosa que no fuera champaña rosa. Ora que ninguno de los dos se arriesgó a entrarle a los moles y clemoles, tanto que entregaron la cocina imperial al chef Tudor, de Hungría. Éste vendrá acompañado por seis cocineros y cuatro confiteros, quienes cumplirán los caprichos culinarios de los emperadores. Como éste:
Soupe de tapioca* Petits patés de langouste * Filets de sole * Poisson à la Hollandaise, * Mayonnaise de saumon * Tartes à la crème * Fromage et beurre * Fruits et desserts.
¿Y los alcaldes de Acapulco?

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