Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Rogelio Ortega Martínez

Guerrero en estos días. Atenas y San Luis Acatlán.

(Décima tercera entrega)

 

Algún amable lector, más allá de mis cuatro leales, me ha preguntado las razones por las cuales utilizo tantas referencias al mundo clásico de los griegos. Ya expliqué la fascinación que, desde niño, me produjo la lectura de los escritos de Homero y de cómo mis fantasías pre adolescentes me llevaban de Troya a Ítaca, de la belleza de Helena a la de Circe, de la inteligencia de Ulises al valor de Aquiles. Y también, de Sherezada a Dulcinea, de Las mil y una noches al Quijote.
Siempre, pero especialmente desde mis años de adolescente he combinado la imaginación, los sueños y las utopías con la vida cotidiana y práctica. Y la mera verdad me resulta imposible sustraerme del influjo del mundo clásico griego. Lo expuse desde el inicio de esta accidentada zaga, pero vale la pena repetirlo. El territorio que conocemos como Grecia clásica –y que entonces incluía, además del Peloponeso y los Balcanes, parte de lo que es hoy Turquía– esta gran región estaba formada por tierras áridas, de difícil labor, y en la cual apenas crecía poco más que olivos, viñas y trigo. Como no había muchos pastos, la ganadería se limitaba a especies poco extractivas, como las ovejas y las cabras, por tanto el ganado vacuno era altamente ponderado, de ahí quizá su mito y su culto al Minotauro y al Vellocino de los Cuernos de Oro. Su territorio estaba fragmentado en unidades políticas más o menos autónomas en función de la época, ya que el período clásico se extendió por varios siglos. De todas estas unidades políticas, las más relevantes, a mi juicio, son Esparta, Macedonia y, desde luego, Atenas.
La guerrera Esparta estaba asentada en la región de Laconia, y por cierto que, de su austeridad en general y en el uso del lenguaje en particular, deriva nuestra expresión “lacónico”. Los más jóvenes de mis cuatro lectores, además de lo que les hayan contado en sus escuelas, habrán tenido conocimiento de su existencia gracias a la película 300, donde los bravos guerreros al mando de Leónidas defienden el Paso de las Termópilas frente a los ejércitos persas comandados por Jerges.
Confieso que me impactó, cuando el profesor Oscar Medina Reyes, mi maestro de historia en la secundaria, nos contó en clase que los espartanos eliminaban a las niñas primogénitas y a los infantes que consideraban no aptos para la guerra. Era, Esparta, un pueblo eminentemente guerrero.
También de bravura e inteligencia estratégica fue Macedonia, especialmente con el constructor trascendental que fue Filipo II y la continuidad de su sueño a través de su hijo, el ilustre Alejandro III, el Magno, del que algún día si se me permite trataré en extenso, y que tuvo la fortuna, gracias al afán visionario de su padre, de ser educado por la cabeza más universal de su época, el filósofo por antonomasia, el ilustre Aristóteles. Y, por cierto, de Alejandro también tenemos una película reciente, aunque polémica.
En mi fascinación por el cine, lamento que Atenas ha sido quizá la menos afortunada en las creaciones cinematográficas. Alguna película buena hay. Pese a varios cambios respecto de la historia original, tenemos a Troya, con Brad Pitt en el papel de Aquiles; la versión de la Odisea en la que Kirk Douglas protagoniza a Ulises. Y una narración de los últimos días de Sócrates, dirigida por Roberto Rossellini. Una relación tan magra no le hace justicia a la importancia de Atenas en la historia universal.
Repasando antiguas lecturas estos días, en los escasos momentos de descanso que me concedo, o en los largos recorridos por carreteras y brechas de la feraz topografía de mi querido estado de Guerrero, he podido refrescar en la memoria, en amenas conversaciones con Rosa Icela, las enormes y casi innumerables aportaciones del mundo clásico a nuestra civilización. En realidad, casi todo lo que hoy conforma el repertorio básico de la vida en común, si no fue inventado allí, de allí lo heredamos en esta parte del mundo: el teatro, la poesía, la arquitectura, la escultura, la música, la comedia, la oratoria, la filosofía (en varias escuelas distintas) la retórica, la ética, la estética, la historia, el arte de la guerra, las matemáticas, la biología, la física, la astronomía, la botánica, la zoología, la medicina y cualquier otra actividad noble y notable que se nos ocurra.
Es verdad que tenemos aportaciones de otras culturas, puesto que nuestros números y nuestras letras no proceden de allí, pero estarán de acuerdo conmigo en que la relación anterior es impresionante. Como impresionante es el legado histórico y de gran bagaje cultural que obtuvimos de nuestros pueblos originarios, en especial su farmacopea, su arquitectura y extraordinaria visión cosmogónica.
Y claro, también heredamos de los griegos, la política. No como actividad, puesto que cualquier comunidad que desee subsistir debe usar la política como instrumento, si de manera simple y sencilla reconocemos como política todo aquello que se relaciona con el poder. De modo que en todo grupo humano, fuera sedentario o nómada, en la época previa a lo que sabemos del mundo helénico, ya había actividad que pudiéramos englobar como política, aunque no existiera aún la palabra en la versión teórica y su dimensión práctica que hoy conocemos. Déjenme hacer aquí un paréntesis, para decir y reconocer que la política tiene muy mala fama y pésima reputación social, pero sin política no existiríamos como grupo humano.
Ya que estamos en Atenas, vayamos a Aristóteles y su máxima de que las personas somos “animales políticos”, como sentenció así el autor del famoso zoon politikon. Desde luego, en el sentido de que necesitamos la polis (la comunidad, la ciudad) para poder vivir y desarrollarnos. Pero la vida en comunidad tiene un problema, y es que los recursos a disposición de quienes la integran son escasos y eso puede ocasionarnos conflictos. No hay de todo para todos, aunque en el mundo ideal de Carlos Marx, la sociedad del futuro sería de la propiedad en común con recursos infinitos, lo que haría innecesaria la política. Pero dado que no estamos en el futuro ni en la realidad del mundo marxiano, nuestro presente es un presente de recursos limitados, y al no haber de todo para todos es, entre otros aspectos, por lo que necesitamos instrumentos de regulación para evitar conflictos y confrontaciones sociales. E incluso, la construcción de instituciones y recursos para acotar al propio poder. De modo que la política trata, también, de cómo acceder al poder y regularlo. Este es en sí mismo un objeto de deseo, pero al no ser posible su universalización –lo cual, de hecho, equivaldría a su desaparición, como soñaban los viejos anarquistas– habrá que ver como se adquiere y se gobierna.
Sobre esto –volvemos al pasado– se pensó y se escribió mucho en Atenas, hace unos 2 mil 500 años que, si tenemos que vivir en comunidad, si somos “animales políticos” necesitamos organizar la vida en la polis y, por tanto, necesitamos de la política.
¿Pero qué política? Porque, como vamos viendo, hay varias. Y de eso también aprendimos de los griegos. Se dedicaron a conocer las diferentes formas en las que las ciudades de la región se habían organizado, entre ellas la propia Atenas, y elaboraron clasificaciones rigurosas que hoy siguen siendo fértiles para el estudio de la política. Pero sobre todo pusieron en práctica un sistema político muy innovador que se acabó llamando democracia. Ya me he referido a ello en estas entregas, también para resaltar sus limitaciones al excluir a más de la mitad de la población de la vida política y de la res pública: las mujeres. Pero, insisto, estamos hablando de hace más de 2 mil 500 años. Si pensamos que el derecho a la participación política electoral de las mujeres mexicanas se obtuvo hace 62 años, entenderemos la magnitud de la innovación ateniense.
¿Y cómo fue posible? Explicar las causas del origen de la democracia en Atenas escapa de la dimensión de este artículo y seguramente de mi propia capacidad, pero sí quería hacer mención a un aspecto que, según dicen los expertos, contribuyó a la formación de la democracia ateniense. Y ese aspecto no fue otro que el amor a la propia tierra y el compromiso con su defensa y su grandeza. En el mundo clásico, con algunas excepciones parciales como la de Esparta, lo que hoy llamamos ejércitos no eran otra cosa que ciudadanos armados cuando la ocasión lo requería. Y, por cierto, lo requería a menudo. En un siglo, Atenas estuvo apenas algunos lustros sin conflictos con sus vecinos. Se llegó a pensar que la paz no era más que un breve periodo que separaba a una guerra de otra. En esa dinámica belicosa, primero fueron fundamentales aquellos que podían pagarse un caballo y los pertrechos asociados con la caballería; después, los que disponían de recursos para proveerse de lanzas y cascos, formando una infantería que, en su versión espartana, pudimos ver en la película 300. Pero Atenas además tenía –y tiene, claro– un puerto de mar. Para la gloria de la ciudad y su defensa frente a los siempre hostiles persas, requirió de una marina armada, con barcos pagados por los ricos, pero remados por los pobres. Esta especie de “democratización de las fuerzas militares” llevó aparejada la democratización de la vida política: si soy ateniense para luchar y quizá morir en alguna batalla naval, lo soy también para participar en las decisiones de la ciudad. Así pues, las condiciones militares y la visión de avanzada de dirigentes como Clístenes, Efialtes y Pericles fueron poco a poco dando origen a la democracia ateniense. Y, por cierto, los conflictos bélicos también han tenido un impacto notable en la extensión de la democracia en el mundo, a lo largo del siglo XX. La lucha por los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos, que encabezó Martin Luther King, tuvo un sólido apoyo moral y político en la participación de gentes de esa comunidad en los sucesivos conflictos bélicos previos y, en especial, en la Segunda Guerra Mundial y en la guerra de Corea y ya no se diga en la de Vietnam.
Las cosas ya no son así hoy. No hay duda que es muy razonable tener un ejército especializado del que, como nos ocurre a los mexicanos, podamos estar orgullosos, a pesar de algunas turbulencias históricas y algunos hechos desagradables, aislados. Por otro lado, la idea del ciudadano pleno, que contribuye a la paz de su comunidad, ha persistido en algunas culturas en algunos lugares. Entre ellos, en nuestro Guerrero, donde, como reconoció la ley 701 y ratificó después la Constitución del Estado, en su artículo 14, “el Estado reconoce y garantiza las acciones de seguridad pública y prevención del delito; de su sistema de faltas, sujetas a su reglamento interno, que no constituyan ilícitos tipificados en el Código Penal del Estado, y que implementen los Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanas, dentro de sus localidades, de acuerdo a sus prácticas tradicionales, cuyo seguimiento de acción se dará a través de su Policía Comunitaria o Rural, integradas por los miembros de cada comunidad y designados en Asamblea Popular o General y con sujeción a la Ley de Seguridad Pública y su reglamento interno de esta entidad”.
Las comunidades, según su tradición, desde Olinalá hasta San Luis Acatlán han ido preservando sus formas de acción en el marco del México republicano. Las policías comunitarias y otras instancias de acción propias se reactivaron, en buena medida y por lo menos por cinco razones: 1) la falla del Estado ante la inseguridad y alta incidencia de la delincuencia común; 2) las dificultades de las instituciones formales para atender demandas y conflictos de los pueblos; 3) el agravio a las comunidades y sus pobladores, por parte de personas de las corporaciones policiales y representantes de las instituciones de seguridad, violando derechos humanos básicos; 4) el incremento de la presencia de la delincuencia organizada vinculada a la siembra de enervantes, secuestro y extorsión; y, 5) la complicidad y colaboración de personal de las corporaciones de seguridad con la delincuencia organizada.
Han transcurrido 20 años de esta significativa experiencia que nació el 15 de octubre de 1995 en Santa Cruz del Rincón, municipio de Malinaltepec, cuando se reunieron 22 comunidades y representantes de organizaciones sociales, con presencia de líderes de la iglesia católica y transportistas de la región. Así, decidieron fundar la primera Policía Comunitaria por usos y costumbres. Destacan entre sus fundadores: Don Gelasio Barrera Quintero y Alejandro Aguilar, ambos de la comunidad de Camalotillo municipio de San Luis Acatlán; Leandro Calleja y Carmen Ramírez Aburto, de Pueblo Hidalgo; Hilario Flores Feliciano, Vicente Aguilar Díaz, De Horcasitas, perteneciente a San Luis Acatlán; Florentino García García y Carmen Remigio Santos, de Aserradero, Iliatenco; Sabás Aburto Espinobarros, de Iliatenco; el padre Mario Campos Hernández, sacerdote de Santa Cruz del Rincón y originario de Xalpatláhuac; y, don Apolonio Cruz Rosas, también de Santa Cruz del Rincón, entre otros.  Cirino Plácido Valerio y su hermano Bruno se incorporaron posteriormente.
Protocolizaron el acta fundante y la enviaron a todas las instituciones y autoridades constituidas. En esta acta se invoca al marco jurídico internacional del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo y al artículo 39 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, entre otros.
Posteriormente, en 1998, surgió en San Luis Acatlán la primera Casa de Justicia, la que luego sería llamada Casa de Justicia Matriz, siendo su primer presidente don Juan González Rojas, originario de la comunidad de San José Vista Hermosa, hoy perteneciente al municipio de Iliatenco. El nombre original de esta experiencia es: Sistema Comunitario de Seguridad, Justicia y Reeducación de la Montaña y Costa Chica de Guerrero; y su máxima autoridad es la Asamblea Regional, la que nombra a un comité de autoridades que es la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, CRAC, y la función de esta es la fungir como jueces. Éstos a su vez nombran a un Comité Ejecutivo, constituido por los Comandantes Regionales, para cada una de las Casas de Justicia. Cada Casa de Justicia tiene un Comité de Autoridades y un Comité Ejecutivo.
En el 2007 surgen dos Casas de Justicia más, la de Zitlaltepec municipio de Metlatónoc y la de Espino Blanco, municipio de Malinaltepec. El domingo 7 de marzo de 2010 hubo cambio de autoridades en Colombia de Guadalupe, municipio de Malinaltepec. Pablo Guzmán y Luis Rey de Francia son nombrados como primera y segunda autoridad. Bruno Plácido Valerio se aleja de la organización, considera que esa experiencia está agotada y que se debe de pasar a otro nivel de organización comunitaria. Se queda al frente de la Casa de Justicia en Santa Cruz del Rincón y, en el 2013 funda la Unión de Pueblos y Organizaciones del estado de Guerrero, UPOEG. Su hermano Cirino se queda en la CRAC, con Cochoapa y Juchitán.
En el año 2012 se integran la Casa de Justicia de El Paraíso, municipio de Ayutla, cumpliendo los procedimientos. Después, en 2013 se incorporan como casa de Justicia, sin cumplir plenamente los requisitos, aunque reconocidos públicamente: Tixtla (El Fortín), Cochoapa y Juchitán. Luego, como Comités de Enlace: Tixtla, de Gonzálo Molina;  Olinalá, de Nestora Salgado; Huamuxtitlán; Cacahuatepec, de Marco Suástegui; Tecoanapa; Dos Ríos, municipio de Metlatónoc y; Chilixtlahuaca, municipio de Metlatónoc.

 

Finalmente, entre los saldos negativos, se incrementa la división de los liderazgos y sus enfrentamientos trágicos. Eliseo Villar es expulsado a balazos de la Casa de Justicia Matriz en San Luis Acatlán, luego de ser destituido. Isaías Alanís encabeza la división en la UPOEG, crea el Frente Unido por la Seguridad y Desarrollo del Estado de Guerrero, FUSDEG. Aglutinan a pueblos de toda la ruta de la carretera federal Acapulco-Chilpancingo, desde Xaltianguis hasta Petaquillas. Se han enfrentado a balazos disputándose el liderazgo y el territorio, con saldos de muertos y heridos.
El 15 de octubre pasado, las Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, CRAC-Casa Matriz, celebró su vigésimo aniversario. Debatieron en mesas de trabajo los temas sustantivos de su experiencia. Lamento que razones de prioridades gubernamentales no me permitieran asistir a su desfile al que estuve invitado por su coordinador Abad García.
A 20 años de esta experiencia de policía comunitaria, conviene reconocer sus saldos positivos para consolidarlos; pero también, sus negativos, que los tiene, por cierto graves, varios, para erradicarlos. Entre los positivos destacaré cinco: 1) la soberana determinación de los pueblos originarios para organizar su propia seguridad; 2) la tradición de usos y costumbres ancestrales que garantizan la confianza de las comunidades en sus autoridades garantes de su seguridad; 3) la implementación de un sistema de justicia basado en la reeducación de las y los infractores con trabajo comunitario; 4) la participación de las comunidades en el nombramiento de sus autoridades de seguridad y; 5) la gratuidad del servicio de seguridad comunitario.
En los saldos negativos: 1) excesos de autoridad en las detenciones, juicios e imposición de penas; 2) transgredir la norma del derecho institucional establecido; 3) la violación de derechos humanos y garantías individuales; 4) la confrontación y enfrentamientos armados con las autoridades legalmente constituidas y las corporaciones o instituciones de seguridad; 5) la ausencia de un reglamento general que les dé reconocimiento e institucionalización y; 6) al carecer de pleno reconocimiento institucional, no existe un presupuesto aprobado por el congreso para su infraestructura, avituallamiento, logística y fortalecimiento institucional.
Sus amenazas y fragilidades: 1) que sean penetradas por la delincuencia organizada para ocupar y controlar territorios a través de las policías comunitarias; 2) que sean penetradas o utilizadas por grupos radicales extremistas y anti sistémicos; 3) que se pongan al servicio de caciques locales y regionales; 4) que sean utilizados por políticos y gobernantes como clientela política o sicarios; y, 5) que sean desvirtuados sus principios de servicio a la comunidad y se conviertan en bandas delincuenciales.
Esta significativa experiencia de seguridad comunitaria en Guerrero es radicalmente distinta a la de las Autodefensas de Michoacán. Esta experiencia tiene profundas raíces en las tradiciones de los usos y costumbres de los pueblos originarios. Nacen en las comunidades nahuas, me phaas, ná saví y ñon dá.
La ruta de su institucionalización es la única alternativa para conjurar sus amenazas y desviaciones. 1) Reglamentación: principios, misión, valores y estatutos asumidos por todo el sistema comunitario de seguridad; 2) censo, padrón, credencialización y uniformación, reconocidos por todas las autoridades; 3) delimitación de sus territorios y reconocimiento de sus autoridades; 4) presupuesto aprobado por el Congreso para evitar la discrecionalidad y utilitarismo gubernamental; 5) reglamentación del uso de armamento autorizado por la Secretaría de la Defensa nacional; 6) reconocimiento a las autoridades legalmente establecidas para ponerse a su servicio institucional; 7) respeto al estado de derecho; 8) pleno reconocimiento coordinación con todas al autoridades e instituciones garantes de la soberanía y la seguridad nacional: ejército mexicano, marina armada de México, policía federal, gendarmería, policía ministerial, policía estatal y policía municipal; 9) estatuto de derechos sociales para las y los policías comunitarios y sus familias; y, 10) premios, reconocimientos y estímulos.
La división, la confrontación, las diferencias aparentemente irreconciliables, alteran el sentido del concepto “comunidad”. Apelemos a la fortaleza de Atenas, que la tuvo mientras se mantuvo unida y apoyemos en cuanto esté de nuestro lado para que los lazos que se han disuelto se rehagan cuanto antes y en la mejor manera posible. Ya próximo a mi regreso a Ítaca, y desde donde esté, habré de coadyuvar para que nuestros hermanos y hermanas de las tierras comunitarias restablezcan su unidad, garantía de su necesaria potencia social. Para que nuestras hermanas y hermanos en prisión regresen a sus comunidades, en especial: Nestora Salgado, Gonzalo Molina, Arturo Campos y Máximo Mojica, entre otras y otros. Desde aquí mi saludo solidario y mi convicción de seguir luchando por su libertad.

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