Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

* Especies callejeras
Según el diccionario, “especie” significa, además de un par de significados más, irrelevantes para el tema de hoy en este espacio, un “conjunto de cosas semejantes entre sí, por tener uno o varios caracteres comunes”.
Por eso, en el lenguaje periodístico, “especie” se entiende como versión no oficial o rumor colectivo sobre un hecho o historia con valor noticioso. Digamos que “especie periodística” es un poco menos, igual, o un poco más –neta, no conozco valoraciones jerárquicas respetables al respecto–, que los célebres trascendidos editoriales de Reforma y Milenio, acerca de los chismes, dimes y diretes de los pasillos del poder.
Por eso, el título de este Canal Privado califica de “callejeras” las especies que, según la percepción personalísima de este escribidor, circulan, rondan y prevalecen en las calles de este país, al menos en las de Chilpogro, Acapulquito y anexas, entre los ciudadanos de a pie, al menos entre los de las poblaciones mencionadas, y que a continuación comparto con los 16 certificados lectores y someto a su consideración atenta y ultimísima y mejor opinión.
Primera.
Muchos ciudadanos que no comulgan con los decires, haceres y pensares de Andrés Manuel López Obrador, sobre todo los sucedidos después del domingo primero de julio, sospechan, creen y hasta sostienen que los fundamentos y argumentos de su impugnación electoral son ciertos, posibles o, de pérdis, probables.
Incluso los detractores más feroces e implacables de Andrés Manuel –como los que dicen que “ya sabía que no iba a reconocer el resultado de las elecciones si perdía”, que “se los dije, inche Peje no sabe perder, salió peor que los boxeadores japoneses en su tierra, que hay que noquearlos con madriza para ganarles la pelea”–, incluso ellos, buena parte al menos, conceden sin mucho discutir varios de los argumentos y sustentos de la impugnación.
Porque, como incluso muchos de los ciudadanos que votaron por Enrique Peña Nieto, sospechan, creen y hasta sostienen que el candidato del PRI sí gastó una millonada por encima del tope legal, que regaló un chorro de gorras, playeras, tortilleros, despensas y apoyos, a su nombre y con su logotipo; que Televisa sí lo apoyó tanto como vapuleó a sus adversarios de las izquierdas; y que sí superó cañón la propaganda gráfica e impresa de sus rivales.
El problema para el Peje y su impugnación, es que casi todos los que no comulgan con él y su causa poselectoral –y hasta varios de sus partidarios en alianza, consideran que mucho de lo que impugna lo supo y avaló antes de que se registrara voluntariamente como uno de los candidatos en la contienda presidencial. Que en ese momento aceptó las reglas y leyes escritas y no escritas del juego electoral por el poder, de la democracia mexicana.
Luego entonces, que “¿de qué se queja, sorprende, reclama, reprocha e inconforma?”.
Porque, para colmo, todos los que no comulgan con López Obrador y no pocos de los que sí, sospechan, creen y hasta sostienen que él y su campaña también gastaron millones por encima del tope, regalaron chunches a su nombre y con su logo, y que varios medios lo apoyaron tanto como le tundieron a Peña Nieto.
Más o menos, el resultado es el mismo. Ninguno de los dos candidatos, campañas y partidos, cumplieron, respetaron, obedecieron y acataron las reglas y leyes escritas; ambos asumieron e interpretaron a discreción las reglas y leyes que no están escritas desde siempre en la política mexicana.
Segunda.
Derivada de la primera especie callejera, muchos observadores ciudadanos, los más informados y sesudos, sospechan, creen y hasta sostienen que sería inútil y ocioso recontar casilla por casilla y voto por voto, en todas las urnas de la elección presidencial, porque aún así el resultado no cambiaría: el candidato Peña Nieto tuvo más votos que López Obrador.
Tercera.
Derivada de la segunda, muchos coinciden en que el fraude proclamado por el Peje, inequidad, guerra sucia, cargada mediática, se cometió a lo largo de la campaña y antes del primero de julio, fuera de las casillas y votos de la elección presidencial.
Cuarta.
Derivada de la tercera, hay una especie callejera, según mi personalísima percepción, más tímida, callada y quieta que las otras, pero entre tantos o más ciudadanos: que el fraude, de existir, es imposible de contar y comprobar con las leyes escritas de las instituciones electorales y que, en consecuencia, lo mejor, necesario y útil, sería que el Peje le bajara, se mordiera uno o los dos, y que él y todos rompieran la taza y a otra cosa mariposa, por cierto nada menor ni secundaria: vigilar y exigir al próximo presidente de México, y apoyarlo, por qué no, en la medida en que vaya cumpliendo sus promesas y convenciéndonos de que está dispuesto a gobernar con modos y formas nuevas, sin recurrir a los viejos estilos y ejercicios de sus antecesores hegemónicos.
Quinta.
Ojalá y la anterior derivara otra especie callejera, que aún no alcanzo a distinguir con claridad y suficiencia: la de que muchos mexicanos –pejistas y antipejistas, peñistas y antipeñistas, panistas y chepinistas y viceversa, y todos los anexas posibles–, sospechen, crean y hasta sostengan que vale la pena de todos revisar y corregir leyes y reglas escritas de nuestra democracia electoral, no para que gane o pierda López Obrador o Peña Nieto, o cualquier otro u otra candidata dentro de seis años, sino para que la elección democrática sirva para mucho más y mejor que declarar presidente electo.

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