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Jesús Mendoza Zaragoza

Los rechazados de cada año

Ya se ha vuelto recurrente el escenario de estudiantes rechazados en su intento de ingresar a las universidades públicas y a otros centros de educación superior y media superior. Se dan casos de protestas y de movilizaciones con el fin de forzar a las instituciones educativas a ceder espacios, que, paulatinamente, se van apagando. Las universidades argumentan que los límites institucionales y presupuestales les impiden mantener el acceso abierto a todos los que lo soliciten. Y las autoridades educativas no logran dar explicaciones convincentes de este hecho provocando descontento y frustración en los jóvenes, en sus familias y en la sociedad.
El hecho de haber rechazados en la educación pública es un síntoma y un reflejo de lo que sucede en otros ámbitos de la sociedad: hay rechazados en el acceso al trabajo, hay rechazados en las instituciones públicas de salud, hay rechazados en el acceso a la justicia, hay rechazados en el acceso a servicios públicos, hay rechazados en el acceso a la vivienda digna, hay rechazados en el acceso a la seguridad social, entre los más visibles.
El problema es que ya nos acostumbramos a una dinámica social que implica la exclusión, como si esta fuera natural y hasta necesaria. El paradigma de la exclusión está metido en la conciencia de las personas y de las instituciones que ya no nos causa ningún problema moral, puesto que los beneficios que se alcanzan en la sociedad no son para todos ni alcanzan para todos. Pareciera que pensar en una sociedad incluyente, que distribuya equitativamente los beneficios que alcanza, es algo imposible en sí mismo y que es absolutamente necesario que haya excluidos porque representan el desafío para el desarrollo de un modelo de sociedad vinculado con el mercado que establece las reglas de acuerdo con sus conveniencias.
El caso que nos toca ahora es tan delicado por las implicaciones que se derivan. El hecho de que sean jóvenes los rechazados, afecta las fibras más sensibles de la sociedad y se compromete el futuro. Ya es sabido que los jóvenes representan el dinamismo y las grandes potencialidades que la sociedad tiene de reserva para construirse a sí misma con imaginación y creatividad, su exclusión compromete el futuro del país.
Hay que pensar en el impacto subjetivo que un rechazo como este produce en los jóvenes. Ser rechazado a esta edad trastorna su visión de la vida y su ubicación en la sociedad. A la rabia producida por una exclusión de este tipo, sigue la frustración ante una sociedad que los defrauda. El país mismo se convierte en un fraude porque les niega las oportunidades que necesitan para ser factores de desarrollo y de democracia. De este modo, todo el dinamismo y las potencialidades de los jóvenes son asimilados a una crisis moral que, eventualmente, puede ser resuelta de manera visceral y antisocial. Y, en muchos casos, se abren las puertas para ser atrapados por la delincuencia organizada, que explota de manera feroz todas las capacidades acumuladas en la juventud.
Por otra parte, el hecho de que la exclusión tenga lugar precisamente en el decisivo tema de la educación, complica más las cosas. Mucho se ha dicho que la construcción del país tiene a la educación como su punto fundamental de apoyo. Desde luego, se trata de la educación como factor de personalización y de socialización, como herramienta para formar personas capaces de generar ideas, análisis, propuestas y proyectos. Esta educación construye ciudadanía y capacita para responsabilizarse de los asuntos públicos.
Abordar el tema de los rechazados en las instituciones universitarias nos pone de frente a dos estigmas de la educación pública en México. Por un lado, su carácter excluyente, como lo hemos planteado ya anteriormente y, por otro lado, su función más ligada a los procesos productivos del modelo neoliberal que requiere técnicos más que pensantes. Dos cosas tienen que atenderse en este sentido. La primera es que las instituciones educativas den acceso a todos sin exclusión alguna que tiene que ir aparejada a la segunda en cuanto que la educación humanice, forje personas que se conviertan en ciudadanos y ciudadanas capaces de asumir sus responsabilidades en la sociedad.
El caso es que si la educación es excluyente, nos está mostrando el rostro de una sociedad excluyente, lo que es grave, muy grave porque no se garantiza un derecho humano tan elemental y, por otra parte, se genera una serie de dinámicas antisociales y violentas que se vuelven contra la sociedad misma.
El hecho de que haya rechazados en las universidades públicas es un mal augurio. Urge responsabilizar a las autoridades de este hecho excluyente y urge, también, la atención de la sociedad misma para disminuir los efectos negativos que se derivan de tales exclusiones.

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