Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebodello Ayerdi

Caleta, playa coqueta

(Hoy que Caleta ha vuelto por sus fueros –que ojalá sean permanentes–, es oportuno volver a hablar de esta playa emblemática de Acapulco –y de Caletilla, su compañera inseparable–. Nos sirve de base una entrega de hace seis años. Corregida y aumentada, por supuesto).

Caleta playa coqueta,
playa risueña de manso oleaje,
en las arenitas tuyas
pongo mi nombre todas las tardes

Caleta es Caleta porque, efectivamente y con perdón de Perogrullo, es una caleta. O sea: “entrada del mar en tierra en forma de seno” (lexicón dixit). La forman los cerros de Boca Chica y San Martín, por el norte; y las islas de La Yerbabuena y La Roqueta, por el sur- sureste.
Justo en el centro de Caleta –a unos 30 metros de la orilla– hay una isleta que ocasionaba que el oleaje de uno y otro lados formaran un remanso entre el centro de la misma y la playa. Las dos corrientes –rememora Rubén H. Luz Castillo en Recuerdos de Acapulco– empujaban la arena a la playa formando un vado, Vado que, durante el reflujo del mar, le permitía a uno llegar al islote sin siquiera mojarse los pies (hoy el puente de concreto impide tal azolvamiento).
Tan alejada estuvo Caleta de Acapulco y los acapulqueños que a nadie se le ocurrió bautizarla con un nombre propio, como se había hecho antes con las playas de la bahía como Terraplén, Del Castillo y La Desgracia, desaparecidas las tres.

Tus olitas rumorosas
que al irse dejan un fino encaje,
le cantan a mi costeña
que me acompaña a los madrigales

Hasta antes de la apertura de la carretera México-Acapulco (1927), eran contados los acapulqueños que conocían Caleta, uno, por lejana y dos carecer de acceso terrestre. Según el testimonio del periodista y ex alcalde Jorge Joseph Piedra, solo podía llegarse a ella en canoa. Era cosa de salir de la bahía para rodear la península de Las Playas, significando ello una aventura riesgosa y por ello poco recomendable.
Refiere el propio Joseph Piedra que Caleta era un destino propio para excursiones juveniles. El Club de Brujas –“integrado por lo mejor de juventud del viejo Acapulco”– organizaba la suya cada año con no pocos problemas. Las hijas de los españoles trasterrados no asistían porque para sus padres, que habían cruzado el Atlántico en auténticas nueces, el mar era cosa peligrosa y traicionera. Antes de emprender la excursión, el grueso de hombres y mujeres asistían a un oficio religioso en La Soledad, donde comulgaban y pedían un viaje sin tropiezos. El Club de Brujas, recordaba un Joseph nostálgico, fue alma y corazón de la sociedad porteña.

Caleta de mi Acapulco,
siempre vestida de azul y verde,
pensando pensando en ella
deja Caleta que te recuerde

El camino a Caleta nace paradójicamente de un desaire presidencial. La gente del puerto se ha manifestado generosa en sus aportaciones para recibir triunfalmente al presidente Plutarco Elías Calles, autor de la carretera nacional. Se pretende para él una demostración cálida de agradecimiento por haber sacado al puerto de su secular condición isleña. Agradecimiento que se tornará en enojo y en mentadas de madre cuando “el pinche Turco” cancele la visita sin posponerla para más adelante.
Frente al plantón presidencial, el patronato pro visita presidencial cambia el destino de los fondos. Ya no se usarán para dar al Jefe Máximo una recepción de emperador romano (aunque estos hayan sido unos pobres pendejos frente al poder absoluto de los mandatarios mexicanos), ahora tendrán un mejor destino. Incluida la jugosa recaudación de una última kermesse en las huertas de Manzanillo, con asistencia de todo Acapulco. Corre 1928.

Tus aguas tan tibiecitas
me compitieron en mis caricias
de tu cuerpo nazareno
que es mi tortura y es mi delicia

El mejor destino para aquellos fondos será la apertura de una vereda que descubra Caleta para los acapulqueños. Y será así como, bajo la dirección de las cabezas del patronato, don Hugo Sthepens y don Arturo Moguel, jefe este de la Oficina Federal de Hacienda, se emprenda la obra que estará lista al año siguiente. Siete años más tarde, el gobernador Alberto F. Berber ordenará darle al camino su bañito de chapopote. El general de La Unión había formado parte del patronato siendo jefe de las operaciones militares en el puerto. Junto con Felipe Valle, Sergio Fernández, William Mc Hudson, Francisco Martínez Alomía, Enrique Van Meeter, Marcelino Miaja y Manuel Echeverría, entre muchos otros.
El camino a Caleta se conocerá popularmente como “la vereda tropical”. Subía por el cerro de La Candelaria y bajaba en Manzanillo para continuar entre palmares y una espesura selvática en la que abundaban los venados e incluso los gatos salvajes. Los primeros vecinos de la ruta fueron los Martínez, los Deloya, los Walton, los Reyes, los Guinto, los Vielma, y los Andalón, entre otras familias próceres.
Cuando en 1936 se escuche por primera vez el bolero Vereda tropical, de Gonzalo Curiel (canción tema de la película Hombres de mar, con toda seguridad la primera película filmada en Acapulco) nadie dudará aquí aludía a la senda acapulqueña. La hipótesis será reforzada con testimonios sobre visitas periódicas del compositor jalisciense, incluso de un tórrido romance acapulqueño

Voy por la vereda tropical
la noche llena de quietud
con su perfume de humedad

En la brisa que viene del mar
se oye el rumor de una canción,
canción de amor y de piedad.

Con ella fui noche tras noche
hasta el mar…

El general Lázaro Cárdenas descubrirá Caleta en plena campaña presidencial (1937) y a partir de entonces se dará sus tiempecitos para venir a nadar, a degustar la comida marinera de doña Juan Quiroz y beber cocos, muchos cocos. Será el divisionario michoacano quien bautice la enramada de doña Juana como Eréndira y siembre un árbol de trueno frente al negocio. (Un funcionario federal conocido como el Pelón Padilla, pretenderá derribar aquella fronda. La señora Quiroz lo perseguirá por toda la playa con machete en mano y grandes voces: “párate pinche pelón cabeza de… (aquí una palabra impublicable, incluso aquí). ¡Antes de que tumbes el árbol de mi general te tumbo la cabeza, hijo de mala madre!. El hombre no volvió a Caleta: se habló de un viaje repentino a la ciudad de México.

Caleta jardín marino
donde ella baña su cuerpo lindo,
Roqueta brillo del faro
las negras rutas iluminando

Las primeras grandes corrientes turísticas adoptarán a Caleta como la playa matutina por excelencia y se harán adictos al ceviche de sierra (hoy se come incluso de popoyote, ¡guácatelas!), a las mojarras fritas, a los cocos fríos y a las nieves verdes verdes de limón (of course). La playa de Hornos tendrá reservado el turno vespertino, Pie de la Cuesta y su puesta de sol será imprescindible para el viajero primerizo y por las noches nadie podía perderse el clavado de La Quebrada. O tempora o mores.
Durante los años 40 Caleta será visitada por personajes geniales, unos, simpáticos, otros, y uno abominable. En ese orden: Agustín Lara y María Félix, los alharaquientos Tres Caballeros de Walt Disney y el siniestro Maximino Ávila Camacho.

Tus ojos como dos astros
mi pobre vida van alumbrando
tan llenitos de ternura
de la costeña que estoy amando

(Caleta, José Agustín Ramírez)

María y Agustín se alojan en un bungalow del hotel Las Américas (bautizado más tarde como María Bonita) pero serán las olas de Caleta las que columpien su cuerpecito “como nave al garete” y en sus aguas “enjuague las estrellitas”, de mar, por supuesto. Un Lara flaquérrimo volverá a Caleta en una escultura de no más de dos kilos de bronce, en 1988. Promovida por el empresario Fernando Álvarez, de los restaurantes La Cabaña y El Jaguar.
Los Tres Caballeros es una película de “monitos” con propaganda aliada durante la Gran Guerra. Walt Disney presenta en ella una América idílica, unida, alegre y solidaria representada por los personajes de sus tres grandes culturas. El gringo Pato Donald, el perico brasileño Pepe Carioca y el gallo mexicano Pancho Pistolas. El largometraje ofrece una hermosa acuarela de Caleta donde los plumíferos hacen de las suyas.
El tercer personaje, Maximino Ávila Camacho, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, hermano del presidente de la República, Manuel, a quien se refiere, por lo chonchito, como Mantecas, Lonjas y Papadas, según el humor. Llega un día a Caleta para quedarse. Pisoteando la Constitución y la dignidad de los acapulqueños se apodera del islote y construye en él un lujoso palacete, obra del arquitecto Joaquín Medina Romo. El puente de acceso, a cargo del arquitecto José Pedroza Aguayo, dividirá Caleta en dos. Crea con bautizo anónimo y despectivo la playa de Caletilla, la hermana gemela fea y sucia. El baldón terminará con la expropiación del sitio (1948) por el presidente Miguel Alemán.
Aquí, Rubén H. Luz vuelve a la carga: “Por razones comerciales, los actuales dueños de esa zona, advenedizos todos, le impusieron el nombre de Caletilla a la mitad de esta playa que da al Poniente, continuando con su nombre tradicional la otra mitad, pero la realidad es que toda se llama Caleta”.

Estás sobre la playa
de Caleta y el mar
que baña y acaricia
tu belleza sin par

Paraíso se llama el restaurante sobre Caleta (donde estuvo el hotel de La Playa) fundado por Alejandro García Torres, de ascendencia filipina, y atendido por Manolo Herrera, popular y querido personaje conocido como El Rorro. Una larga enramada con mobiliario rústico y adornada con motivos tropicales. será el sitio de reunión dominical de las familias locales. Además de saborear el delicioso menú marinero, aquellas dominarán desde el Paraíso la belleza salvaje de “la playa coqueta”, cantada por José Agustín Ramírez. Libre entonces de promontorios grises, excepto el hotel Costa Verde (donde se levantará en 1950 el hotel Caleta). Otro icono de Caleta será mucho más tarde el cabaret Bum Bum, club caníbal, de Beto Barney.

Estás sobre mis brazos
y me dejas besar
tu boca primorosa
de color de coral

Muchos años antes de construir en 1957 su hotel Boca Chica (hoy de Carlos Slim), el juarense Oscar Muñoz Caligaris operó con su cuñado Vale Vidales una concesión federal sirviendo comida y tragos. El entonces directivo del hotel El Mirador no escapará a la prepotencia del atrabiliario Maximino Ávila Camacho. Poco antes de morir en 1945 (envenenado, se dijo, para eliminarlo de la carrera presidencial) pretenderá arrebatarle su terreno en Caletilla. Argumentaba el hermano barbaján poseer el dominio sobre Caleta por 99 años y seguramente decía la verdad. Caligaris tuvo el buen gusto de encargar un mural para la fachada de la hospedería. Lo pintó el arquitecto Francisco Epperns, dedicado al Dios Xipe Totec, de la primavera y la fertilidad.

El mar aquí en Caleta
es más azul
y todo como un sueño
si estás tú

Caleta estaba a reventar aquella mañana de domingo (31 de julio de 1958) cuando ante el azoro general fue sacada una bañista mutilada. “Se la comió un tiburón”, dijo alguien y las cinco palabras letales fueron repetidas mil veces en aquél ámbito y fuera de él.
En efecto, el cadáver de la francesa Susanne Dreyfus es colocado en la playa y cubierto con manteles blancos enrojecidos de inmediato. La propietaria de una tienda de ropa casual en la calle Hidalgo, tiene desprendidos la pierna izquierda y el brazo derecho. La autoridad desmiente inmediatamente la versión sobre el ataque de una tintorera: “En Caleta no hay tiburones”, precisa y ello será una verdad revelada. “Fue un irresponsable lanchero que andaba bien pedo”, es la sentencia. “¡Y ya no le busquen, cabrones amarillistas!”. Caleta se salva del descrédito y ya nadie tendrá miedo de bañarse en sus aguas, “tan tibiecitas”.

Caleta tropical
de Acapulco, la flor,
aquí junto del mar
florecerá nuestro amor.

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