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Dan el último adiós a Chavela Vargas en Garibaldi con llantos y tequila

Jorge Ricardo / Agencia Reforma

Ciudad de México

Chavela Vargas enseñó que se puede amar a morir y salir vivos, casi como ella que se perdió por 15 años. “Hasta ‘onde tuve aposté”, dice una de sus canciones, cantada ayer en Plaza Garibaldi, botella de alcohol en mano, en su despedida.
Fue el final de un adiós y no es una contradicción: se puede decir adiós y recaer de amor por muchas veces. “Llevaba 20 años despidiéndome de ella”, dijo Pedro Almodóvar, apenas enterado de su muerte.
Ayer el féretro de Chavela estaba bajo una carpa blanca, y una larga fila de gente salía hasta Eje Central, esperaba para acercarse al féretro, dejarle una rosa, unas palmadas sobre su poncho rojo, susurrarle algo: “Eres una cabrona, y te admiro”, y luego salir pisando una alfombra mojada.
El féretro llegó a las 19:00 horas. Su público, más, mucho más de mil personas, había llegado a Garibaldi tres horas antes y había hecho fila, primero bajo el sol, después bajo la lluvia. “Esto es muy raro”, dijo una joven, “estamos despidiendo a alguien con quien lloraron nuestros padres, cuando todavía estaban vivos”.
Murió el domingo a los 93 años. José Alfredo Jiménez y Frida Kahlo, los dos amigos suyos, no llegaron a esos años. Apenas bajó el féretro, se desató la lluvia. Los primeros en romper las reglas fueron los fotógrafos.
Medio centenar de ellos se abalanzaron mientras el público, paraguas, plásticos y el corazón mojado, les gritaba “¡fuera, fuera, fuera!”. Las cosas no se calmaron. Así empezó el concierto. ¿Con cuál empezaría? Hay tantas que ella convirtió en clásicos. La Macorina, claro, pero también Un mundo raro, Albur de amor, Las ciudades, Las simples cosas.
Empezó con Amor eterno. Después, la banda de música no dio tregua: El Andariego, La Llorona, Qué bonito amor, Paloma querida, Volver. El coro ya era monumental y resonaba en toda la plaza. Tres generaciones descubrían que se sabían todas esas letras. “Sin Chavela Vargas, la canción ranchera mexicana ya se hubiera muerto”, dijo Eugenia León.
Para quienes nacieron después de los 80, probablemente no ha habido otra despedida tan festiva y triste. ¿En qué otra hay mariachis y dolores del corazón y caguamas en mano durante la noche?
El hijo de José Alfredo: “Mi papá nos contaba: ‘Yo creo que Chavela y yo matamos al dueño de El Tenampa, llegábamos el jueves y nos íbamos el domingo’”. La Vargas, “paloma negra de los excesos”, se metió al alcohol desde los 70. Se arrimó a su leyenda de cortarse las uñas a balazos, de robarse en caballo a las muchachas, de acabar casi muerta en las cantinas, de tomarse 20 mil litros de tequila y dejar las sobras.
Pero renació en 1991, dejó las parrandas, el tequila, conservó las penas. Tal vez eso recuerdan quienes mueren de amor y se salvan cada noche.
“Yo canto y a la gente le da por llorar, yo creo que porque recuerdan que todavía puede sentir la fuerza del deseo, el misterio de la muerte, las heridas del amor y del desamor”, decía ella.
“Chavela nos empareja a las mujeres –dijo una joven ayer en la fila, rosa en una mano, una michelada en la otra–. La oímos y lloramos por quien nos dejó y acabamos mentando madres, o mentamos madres y luego le marcamos a ese cabrón”.
Eran las 10 de la noche. Y el concierto seguía. Un grupo de jóvenes desplegó la bandera de la diversidad sexual. Después de Eugenia León, siguió Lila Dawns y más tarde Tania Libertad. Y, al final, las tres juntas al ritmo de La Llorona. La gente cantaba, lloraba y se despedía. ¿Qué más se podía hacer? “Lo más sorprendente –dijo Lila Downs– es que desde hace años ya era inmortal, pero seguía entre nosotros”.
Fue también el adiós de una sobreviviente.
“Yo la oía porque siempre he sido un alma vieja, y ella me conectaba con un México ya muy viejo”, comentó la estudiante de 26 años Estephany Ramírez.
“Nunca me ha dejado de sorprender la cantidad de público joven que seguía a Chavela en México, en Francia en Estados Unidos en España”, comentó el músico de Chavela Vargas, Juan Carlos Allende, de 67 años.

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